El sol comenzaba a ponerse algo intenso, proyectando sombras alargadas sobre las calles mientras que en el auto, Jeremy y Jasón avanzaban por el vecindario. Las casas humildes, desgastadas por el tiempo, parecían vigilar en silencio la llegada de los dos hombres. Jeremy detuvo el vehículo frente a una casa de fachada simple, con pintura desconchada y un jardín descuidado.
—¿Estás seguro que es aquí? —preguntó Jeremy, aún con el motor encendido, observando la casa con cierta desconfianza.
—Sí, man, no hay pierde. Es esa —respondió Jasón, señalando con la cabeza.
Jeremy se quedó en silencio por un momento, como si buscara en su memoria algo que lo inquietara.
—Ya he estado aquí antes. Traje a una niña rara, cabello azul celeste... —murmuró, más para sí mismo que para Jasón.
Jasón lo miró de reojo.
—Oye, lo que sea que estés pensando, déjalo atrás. Venimos en son de paz, ¿sí? Paz y pollo, Jeremy. Paz y pollo.
Jeremy lo miró con una sonrisa forzada.
—Paz y pollo... lo prometo.
Ambos salieron del auto, cerrando las puertas casi al unísono. El aire cálido del atardecer les golpeó los rostros mientras se aproximaban a la entrada. Jeremy, con el ceño fruncido, tocó la puerta tres veces, firmemente.
Pasaron unos segundos antes de que la puerta se abriera, revelando a Enrique, que sostenía un celular en la mano como si hubiera estado mensajeando algo. Apenas alcanzó a abrir la boca cuando recibió un puñetazo en plena mandíbula que lo hizo tambalearse hacia atrás.
—¡¿Qué demonios?! —gritó Enrique, desconcertado, llevándose una mano al rostro.
Jeremy lo sujetó por el cuello de la camisa y lo empujó contra el marco de la puerta, con los ojos encendidos de furia.
—¡¿Te parece divertido lo que hiciste?! ¡¿Sabes el daño que le causaste a Rocío con tu maldito video?!
Enrique intentó zafarse, pero Jeremy lo tenía bien agarrado. Jasón intervino rápidamente, colocando un brazo entre ambos y tirando de Jeremy hacia atrás con fuerza.
—¡Hey, hey! ¡Jeremy, suéltalo! Dijimos paz, hombre. ¡Paz y pollo, recuerda! —exclamó Jasón, interponiéndose entre los dos.
—¡No me importa! Este tipo merece una lección —espetó Jeremy, respirando agitadamente mientras Jasón lo mantenía apartado.
Enrique se frotó el cuello, tosiendo y visiblemente asustado. Desde el otro lado de la calle, una figura espectral observaba la escena con atención. Hans Reemann, con las manos cruzadas detrás de la espalda, se acercó a Jasón, quien aún trataba de calmar a Jeremy.
—Dile que pregunte por la televisora —susurró Hans, su voz baja pero firme. Jasón giró la cabeza apenas, reconociendo la figura del fantasma.
—Jeremy, escúchame. —Jasón lo miró con seriedad—. Pregúntale qué relación tiene con la televisora. Todo esto salió del Show de Bananito Sudaca, ¿verdad?
Jeremy, aún respirando con dificultad, fijó la vista en Enrique, quien trataba de recuperar el aliento.
—¿Es cierto? ¿Qué tienes que ver con ese programa?
Enrique asintió rápidamente, levantando las manos en señal de rendición.
—Sí, sí. Tengo relación. Fue un encargo directo de la televisora. Me pagan por material exclusivo... no fue idea mía.
Jeremy lo soltó de golpe, dando un paso hacia atrás. Sus manos temblaban, pero comenzó a tranquilizarse poco a poco. Jasón puso una mano en su hombro.
—¿Lo ves? No ganamos nada golpeándolo. Hay que escuchar lo que tiene que decir.
La tensión en el aire comenzó a disiparse. Enrique, aún con el rostro enrojecido, se enderezó y respiró hondo antes de hablar.
—Está bien. Pasen. Les mostraré lo que tengo.
Los dos hombres intercambiaron una mirada antes de seguir a Enrique al interior de la casa. El lugar era pequeño, con muebles viejos y estanterías llenas de papeles desordenados. Enrique encendió su computadora y comenzó a buscar entre los archivos, mientras el ambiente se llenaba de un silencio pesado.
Hans, invisible para Enrique, caminó alrededor del grupo, observando atentamente. Aún quedaban muchas preguntas por responder, y él estaba dispuesto a encontrar la verdad.
Un lugar modesto, con paredes desgastadas por el tiempo. La sala, que hace las veces de estudio, está abarrotada de libros, cámaras viejas y discos duros apilados en las esquinas. Enrique, algo nervioso, está sentado frente a su computadora, mientras Jeremy y Jasón permanecen de pie a cierta distancia. Jeremy aún luce molesto, pero su respiración se ha calmado gracias a la intervención de Jasón.
—A Rocío, ya les pedimos disculpas, mi hermana y yo. No entiendo por qué sigues molesto —dijo Enrique, mientras tecleaba sin mirarlos.
—¿Molestos? mira, a Rocío la hospitalizaron —respondió Jeremy con los brazos cruzados y tono cortante.
—Hey, calma, hermano. Ya estamos aquí, vamos a entender las cosas primero —intervino Jasón con suavidad.
Jasón miró hacia Enrique y cambió el tema con tacto.
—¿Cómo está tu hermana?
—Bien, gracias. Debe venir de la escuela —respondió Enrique sin despegar los ojos de la pantalla.
—Es buena chica, al menos ella no se mete en estos líos —comentó Jasón con un leve asentimiento.
Jeremy dio un paso al frente, poniendo las manos en la cintura y lanzando una mirada inquisitiva.
—Lo que no entiendo es por qué sigues con esto. Podrías buscar otra cosa más... digna que vender videos de fantasmas en internet.
Enrique dejó de teclear. Se quedó en silencio unos segundos antes de girar la silla y enfrentarlos.
—¿Digna? — Con mirada decidida se dirigió a Jeremy —El morbo y la curiosidad son lo que venden. La gente está obsesionada con temas paranormales porque es fácil manipularlos. Historias de fantasmas, conspiraciones... Si crees que podría dedicarme a otra cosa, míranos a tu alrededor. Somos pobres.
Las palabras de Enrique resonaron en el silencio de la sala. Jeremy desvió la mirada, evitando el contacto visual.
—¿Y tus padres? ¿Nunca pensaron en ayudarte a salir de esto? —preguntó Jasón con delicadeza.
—Murieron. Hace años, en un atentado civil. Desde entonces, sólo me tengo a mí mismo y a mi hermana. Es lo único que me queda —respondió Enrique con la mirada baja.
Jasón suspiró, asintiendo con comprensión. Enrique volvió a su computadora y, tras unos clics, abrió un archivo de video.
—Aquí está. Es lo que se emitió en el show —dijo Enrique, girándose hacia la pantalla.
La pantalla mostró un extracto del programa de Bananito Sudaca. El payaso, con su maquillaje grotesco y voz chillona, introdujo a Enrique con una exageración teatral.
—¡Y aquí lo tenemo, Quique Murry, el intrépido cazafantasmas, quien asegurá habe visto a una mujer flotá hacia un sishón! —gritaba Bananito en el video.
—Ese fui yo —dijo Hans, de pie junto a Jasón mientras miraba la pantalla.
—¿Qué? —reaccionó Jasón, sobresaltado, girando la cabeza hacia Hans.
Jeremy, distraído por el video, no notó la reacción de Jasón. La grabación continuó, mostrando a Bananito con gestos exagerados.
—Sha sabés, si un abogado ganá un juicio, es porque tené a su lao minas que flotan… y fantasmas que le ashudan con trampas —decía Bananito en el video con burla.
Jeremy mira con atención y muy indignado.
—¿No crees que esa es una acusación muy irresponsable? —cuestionó Jeremy con severidad, mirando a Enrique.
—Yo no controlo lo que dicen. Sólo me pidieron el material y lo entregué —respondió Enrique encogiéndose de hombros.
Hans, en silencio, observaba el rostro de Bananito en la pantalla. Su expresión se tornó pensativa, como si intentara recordar algo.
—Esa cara... Hay algo detrás de ese maquillaje —murmuró Hans para sí mismo.
—¿Qué dices? —preguntó Jasón, mirándolo de reojo.
—Déjame pensar... —respondió Hans, sin apartar la vista del video.
La tensión permaneció en el aire. Jeremy frotaba su sien, Jasón observaba a Hans con creciente curiosidad, y Enrique se cruzó de brazos, como si intentara defender su posición.
Mientras observan el video, Jeremy se indigna al ver la aparición de él y Rocío en las imágenes. Con voz grave, le pregunta a Enrique:
— ¿Tienes alguna prueba de que esto fue un encargo? No puede ser solo una grabación cualquiera.
Enrique, sin dudar, se acerca a un cajón en su escritorio y lo abre. Con una expresión un tanto tensa, saca un contrato y lo extiende hacia Jeremy.
— Aquí está. Es un contrato de material exclusivo para la televisora. No hay vuelta atrás.
Jeremy toma el contrato, lo lee cuidadosamente. Luego, con tono serio, le pregunta a Enrique:
— ¿Puedo quedarme con esto?
Enrique asiente, encogiéndose de hombros, aunque su rostro muestra un toque de preocupación.
— No tengo problema. Pero, ¿para qué lo quieres?
Jeremy levanta la mirada, decidido:
— Voy a demandar a la televisora. Especialmente por ser los causantes de toda esta desinformación. La consecuencia fue Rocío en el hospital. Si tú quieres perdón, tendrás que fungir como testigo.
Enrique, claramente asustado, se echa hacia atrás en su silla. Con nerviosismo, exclama:
— No quiero tener pleitos con la televisora, Jeremy. Son muy poderosos, no tienes idea...
Hans, desde la lejanía, murmura para sí, pero con suficiente volumen para que Jasón lo escuche:
— Me gustaría saber la identidad de ese payaso antes de que hagas la demanda...
Jasón, sin apartar los ojos de Enrique, repite la misma idea, esta vez directamente hacia él:
— Yo también quiero saber quién es ese "Bananito Sudaca". Antes de tomar acciones, necesitamos saber a quién estamos enfrentando.
Enrique, con cara de incomodidad, suspira y les hace una señal con la mano para que se acerquen. Su voz se suaviza, pero su tono sigue siendo firme:
— Miren, sé que esto ha sido un lío, pero tengo que ir a recoger a mi hermana ahora mismo. Después, tengo una cita con una persona muy importante. Asuntos de trabajo. Necesito que se vayan.
Jasón, sin molestarse, sonríe con amabilidad y se ofrece a ayudar:
— Te podemos llevar hasta donde tengas que ir, no hay problema.
Enrique, sacudiendo la cabeza y levantando las manos en señal de disculpa, responde rápidamente:
— Agradezco la oferta, pero… ya saben, he tenido una mala experiencia con ustedes dos. Esta vez prefiero rechazarla.
Enrique se inclina levemente con respeto, aunque parece algo tenso al hacerlo:
— Disculpen, en serio.
Jasón, sin molestarse, asiente y sonríe amablemente, deseándole suerte:
— Buena suerte con todo, Enrique.
Jeremy, por otro lado, se queda en silencio, mirando a Enrique con una mezcla de frustración y resignación. No dice nada, solo asiente ligeramente.
Enrique se despide, camina hacia la puerta, toma su mochila y sale, dirigiéndose hacia la parada de autobús.
Cuando Enrique se aleja, Jeremy y Jasón se suben al auto. Mientras arrancan, Jeremy mira a Jasón, con un aire de curiosidad y preocupación.
— ¿Por qué quieres saber quién es Bananito Sudaca?
Jasón se acomoda en el asiento, mirando por la ventana. Después de unos segundos de silencio, responde con tono pensativo:
— Algo no me cuadra en todo esto, Jeremy. Si el show fue orquestado por la televisora, Bananito debe estar involucrado más de lo que parece. No me gusta cómo huele todo esto.
Jeremy asiente, pensando en lo que Jasón acaba de decir, mientras el coche arranca y se pierde por las calles.
CONTINUARÁ ------->