Capítulo 1 Siempre habrá otra muerte

4016 Words
“Es más fácil soportar la muerte sin pensar en ella, que soportar el pensamiento de la muerte”. Blaise Pascal Los golpes a la puerta sacan a Catarina Jones de sus pensamientos. Mira el reloj de manillas de cuero, ya desgastado por el paso de los años que lleva siempre en la muñeca, marca las siete y cincuenta de la noche. —Adelante —dice sin mucho afán acomodándose en el catre, mientras estira los brazos sobre su cabeza. La puerta se abre haciendo un chirrido y entra un joven soldado, cabellos negros revueltos, pantalones militares y suéter del mismo color. A la espalda lleva un rifle cruzado. —Cat, es hora —le dice. —Enseguida bajo, Thomas —le responde haciéndole un guiño. Con una amplia sonrisa sale cerrando la puerta tras de sí. Catarina se pone en pie, la habitación en la que está no es más grande que un armario. No es que importe, no estará mucho tiempo dentro de esas cuatro paredes color trigo. Siempre son de diez a quince días en cada lugar, lo suficiente para descansar y organizarse pero nunca tanto como para que los rastreen. Por las malas aprendieron que los Originales, esas enormes y brutales criaturas tienen muy buen olfato. Solo llevan lo que es estrictamente necesario con ellos: una mochila pequeña con algo de ropa y municiones. La comida es rigurosamente racionada, con el mundo gobernado por seres que se alimentan de sangre, las producciones se han agotado. La resistencia tiene varios cultivos de vegetales y frutas escondidos, cocineros que hacen pan y avena. Después de un tiempo, se acostumbran al hambre. Organiza sus cabellos café en una coleta alta, se pasa un suéter verde por la cabeza y hace maniobras mientras se coloca un pantalón militar. Se calza con rapidez, guarda sus cosas en el desgastado y sucio morral; ropa, un termo y por último una fotografía de sus padres muertos, tomada un mes antes del incidente. Agarra el papel, sin detenerse mucho a mirar los rostros en él. Casi muere por agarrar esa foto. Las dos criaturas que se alimentaban de sus padres estaban tan absortas en su cena, que no voltearon a verla. A pesar de haber pasado quince años, el recuerdo del rostro de su madre le rasga el corazón. Cierra la corredera y sale de la habitación sabiendo que, como siempre, va tarde. Baja las escaleras hasta una enorme sala de paredes altas pero ninguna ventana. Están actualmente en lo que era una base militar a las afueras de Londres. Desde el momento de la invasión, se crearon muchos alrededor del mundo, los pocos años que la humanidad peleó. La lucha al principio fue fuerte y constante, la r**a humana se defendió unida. Luego fueron desapareciendo, solo unos cuantos quedaron, tratando de hacer frente a los que muchos llaman una causa perdida. Subterránea, oculta. El salón es amplio y bien iluminado. El lugar tiene su propio suministro de energía, lo que es una bendición, porque afuera son escasos los lugares donde aún hay electricidad. Alrededor de cien personas están reunidas en torno a Jenkins, el líder de esta campaña de la resistencia. Como él hay muchos, esparcidos en diferentes países y ciudades, llevando la batalla y tratando de sobrevivir. Catarina se va abriendo paso entre codazos y empujones, tratando de llegar más cerca. Ve que Thomas le hace señas desesperadas y se detiene junto a él. —¿De qué me perdí? —le susurra. —Apenas acaba de empezar, vienen dos cargamentos del norte y tres del sur. Están decidiendo por cuál ir —susurra. —Si fuese mi decisión, escogería norte. Menos gente, menos invasores, mayor probabilidades de éxito —le murmura de vuelta a Thomas. —¡Silencio! —el grito de Jenkins resuena fuerte en toda la habitación— Esto no es un juego, no es una clase en la que pueden distraerse y después ponerse al día. Estamos hablando de vidas humanas. Estamos hablando de ¡sobrevivir! Si esto les parece aburrido o no es lo suficientemente interesante, pueden irse. Pero mientras estén aquí y esté respirando, ¡hablaré y ustedes escucharán! ¿Está claro? —¡Sí señor! —responden todos al unísono. Nadie hace enfadar a Jenkins. Toda su apariencia grita “Soy el jefe”. Su postura, sus hombros siempre erguidos, su cabello, n***o con vetas blancas, a pesar de que se rumorea que solo tiene treinta y cinco años, las canas están cubriendo toda su cabeza. Pero lo que sin duda termina de trazar la línea de líder es el parche en su ojo izquierdo. No se sabe la verdadera historia de cómo lo perdió, lo que es un hecho es que no ha disminuido su rendimiento en batalla. Nunca falla un tiro. —Tomaremos la ruta hacia el norte —anuncia por fin Jenkins. —Te lo dije —le murmura Catarina a Thomas con una sonrisa burlona en los labios. —Presumida —responde el joven, dándole un codazo amistoso. —Significa salvar a menos personas, sí, pero no somos suficientes para lidiar con tres cargamentos, más los Convertidos —continua Jenkins. Hace una pausa con la vista fija en los que lo rodea—. No es fácil decidir quiénes merecen la oportunidad de ser salvados y quienes no ¿O por qué no ir por los dos? Tenemos que ver el panorama general antes de tomar cualquier decisión. Aquí, al menos si todo sale según lo planeado, les brindaremos una segunda oportunidad a varias personas. Pero el objetivo principal es y siempre será ir tras la cabeza de Londres. Ahora irán a sus divisiones para ajustar cada detalle del plan, tenemos dos horas antes de salir, alístense. Una vez que Jenkins termina de hablar el lugar se llena de murmullos. Cat decide que es suficiente, así que agarra la mano de Thomas y salen juntos hasta su división “rescate y primeros auxilios” lo que en sí quiere decir que una vez que toda la parte divertida esté hecha por alguien, ellos guían a los rescatados a un lugar seguro y dan los primeros auxilios de ser necesarios. Tienen el mismo entrenamiento militar que cualquiera, solo que aún están en el rango más bajo. —¿Tienes todo listo? —pregunta Thomas. —Solo faltan las armas, compañero —responde la joven. Llegan a una larga mesa donde están las armas expuestas para abastecerse, cada soldado sabe cuáles debe tomar, cuántas y qué tipo de munición. Las balas no matan a los Originales, solo los pone más lentos. Saben con seguridad que cortar la cabeza funciona con ellos. Los Convertidos mueren de un balazo en la cabeza. En cualquier otra parte del cuerpo no surte efecto y sanan con gran rapidez. Catarina agarra un rifle de la mesa igual al que Thomas lleva cruzado, guarda las municiones en el bolso y por último agarra un cuchillo largo con su vaina la cual se guinda del cinturón. Hoja de plata, perfecto. —Ahora sí estoy lista —le dice la joven señalando todo su armamento. —Muy bien, vamos a patear traseros. —Nuestra misión es salvar gente Thomas, los que patean los traseros son los demás. Nosotros somos niñeras armadas —le dice cruzándose de brazos. —Aun así, somos importantes —replica mientras le jala la cola de caballo. Ella lo mira y no puede evitar sonreír. Después de quedar huérfana y vagar hasta ser encontrada en las calles de su pueblo en Escocia, le costó mucho trabajo relacionarse de nuevo con la gente, el horror de la muerte de sus padres la acechaba cada noche, sus gritos, el olor a sangre, la impotencia. No hablaba y no comía. Pasó años aislada en un refugio hasta que Thomas llegó. Era tan pequeño, que había que protegerlo. Dejó de ser la niña a la que todos cuidaban y pasó a ser la que cuidaba a alguien más, la que era necesitada y querida. Empezó a sentirse viva de nuevo, gracias a él. —Sí Thomas, somos importantes —responde con el corazón lleno de orgullo. —¡Es hora gente, a sus puestos! —el grito de Jenkins se abre paso sobre todo lo demás. Organizados en filas, cada uno en el papel que le corresponde salen del refugio. Al frente como siempre Jenkins lidera la caminata hasta el lugar en el que esperarán por los buses. Las calles están completamente vacías. Están en lo que se llama “zona muerta”: zona libre de humanos y de invasores. Solo uno que otro gato ronda el sector, el silencio es sepulcral. Según la fuente de información, los camiones cargados con personas que van hacia el norte cruzarán unos kilómetros más adelante, es ahí donde los interceptarán. Es una caminata de media hora donde cualquier ruido pone la vida en riesgo. —Cat —susurra Thomas quien camina al lado de la joven. —¿Qué pasó? ¿Estás bien? —dice girándose hacia con la preocupación grabada en el rostro. —Muero de hambre. —¡Oh, cállate Thomas!, harás que nos regañen otra vez —contesta dándole un golpe en el brazo. —Puedo escuchar mis tripas —susurra acercándose nuevamente a su oído. —Escúchalas en silencio —le contesta lanzándole una mirada de advertencia. Llegan a una gran intersección donde tres anchas carreteras se unen. Enormes camiones solían recorrer estos caminos cargados de materia prima y alimentos. Se dice que eran el corazón del comercio. Ahora, hacen parte del recorrido de la muerte. Solo se comercia humanos en estas calles. No hay mucho lugar para ocultarse y solo tienen treinta minutos antes de que los vehículos lleguen. El primer equipo se encarga de lo suyo, colocando las trampas para las llantas. El segundo de reconocimiento se cerciora de que estén solos, sin visitantes o Convertidos. Tercer equipo; francotiradores, están en una posición alta con la vista despejada. Cuarto equipo, combate, armados hasta los dientes y liderados por el mismísimo Jenkins. Quinto equipo, rescate y primeros auxilios, deben sacar lo más rápido posible a la gente de los camiones y llevarlas a un lugar seguro. Sexto equipo, permanecen en la base, son los doctores y enfermeras encargados de los heridos. Cada parte es fundamental en su tarea y ayuda a la realización de la siguiente. Permanecer juntos es la única oportunidad de hacer frente y de sobrevivir. —Ok, puedo escuchar las llantas —susurra Cat, agachada con la espalda recostada en un enorme árbol muerto. —Vamos a divertirnos Cat, y luego comeremos mucha avena —dice Thomas antes de adoptar su posición y dándole un tierno beso en la frente. Aunque ella es mayor tres años, él es mucho más alto y acuerpado, el entrenamiento ha rendido buenos frutos. Aquel niño escuálido de largas extremidades quedó atrás. El hombre que tiene al lado, le roba los suspiros a más de una en la base. Los camiones están a la vista, permanecen escondidos, solo unos segundos más hasta que pasen por la trampa. Catarina puede sentir el bombear de su corazón. No importa en cuántas misiones haya participado, la adrenalina siempre juega igual. Muerde un poco su labio inferior y comienza a contar hasta diez para despejar los nervios. Aprieta con fuerza el fusil, se concentra en el frío de la hoja de plata del cuchillo escondido en su bota, su amuleto de la suerte, el que no deja nunca y que ha estado con ella desde el día en que fue rescatada de las calles de Escocia. Toma un respiro y se prepara para lo que viene. El primer camión pasa por encima de la trampa y se escucha una fuerte explosión seguida de un chirrido y olor a neumático quemado. Las llantas se han reventado y el vehículo patina para frenar sin volcarse en el intento. El segundo frena para evitar el impacto inminente. Ha comenzado. Las puertas se abren y de cada transporte se bajan cuatro Convertidos, la joven puede ver los rostros de los humanos a través de las ventanas: demacrados, hambrientos, rostros que han perdido toda esperanza. Es el turno de los francotiradores. Dan los primeros disparos y logran atinar en la cabeza a tres de ellos, solo quedan cinco, que se han percatado del asunto y se mueven con rapidez. El equipo de combate entra, son mucho más que los Convertidos, pero aquellos son más fuertes y rápidos. Jenkins se enfrenta cara a cara con uno, el Vampiro es casi tan alto como él, con el cabello n***o largo, piel pálida e inhumanos ojos rojos que los caracteriza. Sus movimientos a veces no son más que borrones en el aire. El equipo de combate está alejando a los Convertidos de los buses para que los de rescate y primeros auxilios puedan sacar a la gente. —¡Ahora! —grita Lizzie, jefa de dicha división. Una mujer robusta, de unos cuarenta años, cabello n***o como la noche. Ha liderado incontables misiones y en todas ellas ha logrado regresar todos sus soldados a la base. Corren detrás de ella y se dividen en los dos camiones, Cat va al primero con un grupo y Thomas al segundo con otro. Comienzan a sacar a la gente mientras que otros se encargan de llevarlos a los túneles sin mirar atrás. Están por culminar cuando lo sienten; el aire se pone más frío y el olor a putrefacción invade cada rincón: Originales. Levanta la vista y los ven. Al menos siete de ellos volando directo hacia donde se encuentran, las enormes fauces alargadas abiertas y las garras listas para el ataque. Con el corazón desbocado, sin poder apartar la vista, la imagen del rostro de sus padres invade todo. Puede ver sus enormes bocas, sus garras, sus alas. La sangre y el rostro sin vida de su madre se quedan fijos en la mente de la joven que se ha quedado estática mirando el firmamento. —¡Cat! ¡Corre! !Cat! —Thomas —los gritos de Thomas la regresan a la realidad. Sintiendo el bombeo de su corazón en los oídos, busca con la mirada y lo ve liderar un grupo que lleva al menos veinte personas camino a los túneles, corre en dirección a él y llega en cuestión de segundos. “No puedo perderlo, no puedo perderlo” —¿Y Lizzie? —le pregunta la joven mientras recupera el aliento con las manos apoyadas en las rodillas. —No lo logró. Me abrió paso, pero la desgarraron antes de que pudiera volver. Lizzie está muerta ¡Mierda! ¡Mierda! El ruido de los disparos y los gritos no da tregua. Jenkins trata de mantener a tanta gente viva como puede, pero con los Originales es solo cuestión de tiempo antes de que todos mueran. Él y Owen, su mano derecha, están divididos en flancos tratando de mantener contenida la situación y alejados de la base. Mira en dirección al segundo camión y ve cómo una de las criaturas desgarra el abdomen y cuello de uno de sus soldados más antiguos. Lizzie. Un gruñido brutal escapa de la garganta del hombre mientras corre de nuevo a la batalla. —Llévalos a los túneles Cat, voy por Rheena, logró ocultarse debajo de uno de los buses —dice el joven, mientras se acomoda rifle nuevamente en la espalda. —¡No! ¿Estás loco? —exclama exaltada Catarina sujetándolo por el hombro. “No puedo perderlo”, seguía gritando su mente. Estaba por arrastrar a Thomas por la camisa para alejarlo del lugar cuando un gritó los deja inmóviles. —¡Auxilio! ¡Por favor alguien! —la voz de una niña silencia el lugar. No es común encontrar niños con vida. En general, son los primeros en morir, bien sea asesinados o por hambre, hace años que no tienen la oportunidad de salvar a uno. Como si toda la inocencia estuviera erradicada del planeta. La niña no tendrá más de diez años, piel morena y cabello rizado n***o. Una de las criaturas está desgarrando a una mujer morena frente a ella, su madre seguramente. Los disparos de Jenkins dieron sin fallar en la cabeza del Original, obligándolo a retroceder, pero sin matarlo. El hombre avanza, a enfrentar a la bestia, cuerpo a cuerpo, todo con tal de mantenerlo alejado de la niña. —No lo va a conseguir solo —dice Thomas con la voz angustiada—. Sabes que tengo que ir Cat, mira a tu alrededor, todos están muriendo o tratando de no hacerlo. Antes de que pueda siquiera contestar, Thomas corre en dirección a la pequeña niña. El corazón de Catarina se detiene, ve a la gente que depende de ella para salir de ahí y mira a Thomas correr en dirección a las fauces del Original. No había que pensarlo dos veces. —Sigan derecho, sin doblar, dos kilómetros ahí los estarán esperando. ¡Andando! —les dice mientras como siempre, corre tras él. Siempre correrá tras él, no importa qué tan peligrosa sea la situación. “No puedo perderlo, no puedo perderlo” Jenkins arranca la cabeza a un Original de un solo movimiento de su filosa espada, el hombre es un remolino de cortes y atajadas. Sus ropas están cubiertas de sangre roja y negra. Con ese son cuatro los caídos. Thomas llega al lugar, aprovecha la distracción que Jenkins le brinda para levantar a la niña en brazos. Catarina los ve y algo de tranquilidad se apodera de su pecho, pero solo le dura pocos segundos. El pánico invade cada poro de su cuerpo. Con un rápido movimiento Thomas baja a la niña, la coloca detrás de sí apuntando el rifle hacia arriba y dispara sin descanso. Catarina levanta la vista en busca de la amenaza y ve al enorme Vampiro volar directo a él. Un corrientazo corre por sus venas, sin pensarlo se avienta en su dirección gritando su nombre. Apunta su rifle y le dispara pero es inútil. El mundo queda en silencio. A su alrededor, con horror observa cómo la bestia clava sus enormes dientes en el cuello delgado de Thomas, arrancando un gran pedazo de carne. La sangre corre sin mesura a través de la boca de la criatura, ella grita, como nunca antes había gritado, siente su rostro cálido y sus piernas débiles. La pequeña niña cubre sus ojos y se sienta desconsolada en el suelo. Con el rostro lleno de lágrimas, Catarina desenfunda el cuchillo de su cinturón y salta en dirección a la criatura. Sabe que está siendo imprudente y quebrantando las normas, pero nada le importa. No le importaría caer junto a él. Aterriza sobre la espalda del Vampiro, su piel rugosa se siente áspera en sus manos, pero se aprieta fuerte con sus piernas para evitar que las alas la tumben, clava la hoja una y otra vez en la base del cuello. Horribles chillidos salen de él, mientras que la sangre negra y putrefacta mancha el rostro de Catarina. Sigue apuñalando hasta que la criatura cae muerta a los pies de la joven, soltando el cuerpo de Thomas. Está cubierta de sangre de pies a cabeza, pero no parece notarlo, sus ojos están fijos en el cuerpo de su amigo. Se arrodilla junto a él, su hermano y compañero. Intenta hacer presión sobre la herida, pero por más que se esfuerza la sangre no deja de salir. Su cuerpo se estremece hasta que queda completamente quieto. La vida ha abandonado sus ojos que quedaron abiertos mirando el cielo n***o que los cubre. En ese instante algo se rompe dentro de ella. Algo tan fundamental, que sabe que no habrá vuelta atrás. Se prepara para lo que tiene que hacer a continuación. El Vampiro no se bebió toda su sangre, si lo deja así Thomas se volverá uno de ellos. Jamás hubiese querido eso. Conteniendo las lágrimas se pone de pie frente a él apuntando el rifle a su cabeza, al rostro que por tantos años le sonrió, le lloró, la amó. Sin permitirse pensarlo mucho y cerrando los ojos, dispara. El sonido, se aferra a ella, a sus huesos. “Después habrá tiempo para sufrir. Después”. Entierra muy profundo todo aquello, no puede derrumbarse ahí. Agarra a la pequeña niña de la mano y corre sen dirección a los túnele sin mirar atrás, corre rogando poder estar a solas, corre para poder llorar a Thomas. Sin detenerse, poco a poco los disparos y gritos van quedando atrás. No puede escuchar nada. No puede alejar de su mente los ojos café de Thomas sin vida. Levanta la vista y nota que ha llegado, la escotilla está abierta y uno de sus compañeros le indica a los nuevos que bajen deprisa. Un grupo se encarga de acomodarlos, brindándoles agua, comida y algo de ropa. El dolor comienza a abrirse paso, las grietas en su mente se van resquebrajando una a una, aquellas paredes que le tomó años crear, se están derribando de repente. Avanza lo más rápido que puede al pequeño cuarto que ha sido suyo por los últimos doce días y se encierra, dejándose caer en el suelo y en la oscuridad de su soledad rompe en llanto. Un llanto desgarrador, un llanto que no es solo por Thomas, sino por sus padres. Llora de manera incontenible hasta que sin poder evitarlo se queda profundamente dormida, en el suelo, cubierta de la sangre de su amigo. Los golpes en la puerta la despiertan. Su cuello adolorido, con terribles punzadas le reclama la mala postura de la noche, la sangre de su cuerpo y ropa está seca, lo que indica que durmió por horas. Abre la puerta, del otro lado Amy, una joven que ha visto en ocasiones con Thomas, la mira con ojos desorbitados. “Así de mal me veo”. La expresión de la chica se suaviza un poco con una sonrisa cargada de lástima. “No es su culpa, no es culpa de nadie”, se dice haciendo un esfuerzo para contener la ira que le desborda por cada poro. —Sé que estarás cansada y querrás estar sola, pero Jenkins quiere verte —dice la mujer mirándola sin disimulo de arriba a abajo. “Vaya, eso sí es una novedad”. —¿Sabes de qué se trata? —pregunta Catarina, ignorando las miradas que le lanza Amy a su ropa, su cara y su cabello enmarañado. —No, solo me pidió que te dijera que lo vieras en las bóvedas. —Esta bien me cambio la ropa y bajo enseguida —responde mientras empieza a cerrar la puerta cuando Amy coloca la mano para impedirlo. —Siento mucho lo de Thomas —dice en un tono sincero, que hace que el dolor de Catarina se retuerza en su interior y sus labios se aprietan en una línea recta. Traga en seco y cierra la puerta sin decir nada. Puede sentir el ardor de las lágrimas en sus ojos, luchando por salir libres. Respira profundo y las reprime. Llorar no lo traerá de vuelta. Se despoja de la ropa manchada de sangre, luego se baña y se restriega hasta que la piel arde en respuesta, se viste con un pantalón n***o y suéter blanco. Acomoda su cabello y sale al encuentro con Jenkins en las bóvedas. Lo más cercano que la resistencia tiene de una cárcel o calabozo son las bóvedas, están en el nivel más bajo del refugio, el aire es pesado y huele extraño. Catarina baja el último escalón con la respiración agitada, enciende la linterna y camina hasta el fondo del lugar. Puede ver la figura imponente de Jenkins, junto a él dos hombres y una mujer. Owen, Alex y Ruth. Todos con la vista fija en algo frente a ellos. La joven se acerca un poco más en silencio y al notar el destino de las miradas, queda congelada. A los pies de ellos, el cuerpo amarrado de un Original y un Convertido. Los dos inconscientes.
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