Sebastian sabía que salir con una mujer como Andy no era cosa fácil.
Y si no era cosa sencilla para alguien mayor, para un joven como él mucho menos. Sin embargo, por alguna razón milagrosa e inesperada, aquella chica le había prestado atención.
“Tuve que recurrir a la mentira, pero gracias a eso me gané una siguiente cita con ella” le contó a Diego con suma emoción tras llegar a casa la noche de la reunión de ex alumnos.
Los siguientes días fueron como viento en popa. Si bien Andrea no era como las demás chicas de su edad, que le contestaban los mensajes de texto en un santiamén, eso era lo le encantaba más. Saber que en cierta forma se encontraba interesada o tal vez curiosa, pero eso no significaba que brindara toda su atención.
“Eres un tipo muy raro” opinó Diego sobre ese extraño gusto, cuando Sebastian le confesó que lo que más le encantaba de Andy era que no le daba siquiera un margen de ilusión. Siempre se mostraba como una mujer dura de roer y ningún tipo de gesto suyo parecía hacerle perder los papeles o derretirla.
Llegado el lunes, mientras chateaban, Andrea le mandó la ubicación en donde sería el punto de encuentro para su cita tan ansiada el miércoles. Sebastian planeó minuciosamente cuál sería el plan para ese día, primero podía llevarla al cine o quizá a dar un paseo nocturno por la playa antes de pasar a cenar.
Su compañero de departamento estaba claramente sorprendido, jamás había visto a su amigo tan emocionado por una chica. Mucho menos poner tanto esmero en una segunda cita que no le aseguraba el cariño o la lealtad de una mujer que casualmente era como siete años mayor que él.
La tan ansiada fecha llegó. Casi tres horas previas a la cita, Sebastian se desocupó de todos los quehaceres de la universidad y pidió permiso en el trabajo para darle los últimos detalles a todo lo que tenía planeado. Trató de cruzar la puerta de su departamento, pero Diego lo interceptó en la entrada antes de ingresar. Traía un gesto descolocado y visiblemente incómodo.
–Sebastian, espera… No entres.
El mencionado miró confundido a su amigo. Por su mente cruzaron muchas ideas, una de ellas era que quizá Diego había llevado a una de sus “amiguitas” al departamento y esta todavía se encontraba vistiéndose. Lo sabía porque en el pasado ya había presenciado una escena como esa por accidente.
–¿Otra vez metiste una mujer al departamento?
Su mirada desaprobatoria desapareció cuando Diego negó y le dijo la razón principal. Esto no le cuadró para nada.
–Tu hermano, Antonio está aquí. –toda expresión se borró de la cara de Sebastian, Diego se colocó en la puerta bloqueándole el paso– Tienes unos minutos para correr, le dije que a esta hora trabajas.
–¿Antonio? ¿Qué hace él aquí?
–No sé como, pero se enteró de lo de la universidad. –Sebastian sintió que toda la sangre abandonaba cada una de sus venas– Vete, largo de aquí. Yo le diré que no estás…
–¿Qué? ¿Cómo carajos se enteró? ¡Alguien tuvo que habérselo dicho! ¡Él estaba en Alemania, no puedo creer que haya vuelto solo para esto!
Diego se encogió de hombros, era evidente que él tampoco tenía la respuesta porque también lo había pillado desprevenido. Trató de empujarlo para mandarlo lejos, pero la puerta se abrió tras ellos y la cara de Antonio Anderson, el segundo de sus dos hermanos, apareció.
–Como lo suponía. ¡Ay Dieguito! siempre ofreciéndote como el cómplice. Tapando con fidelidad todas las estupideces de mi hermanito.
La voz de Antonio tras sus espaldas dejó a Diego inmovil. El mencionado incluso tuvo la paciencia de apoyarse en el marco de la puerta para dirigirle a Sebastian una mirada fulminante con más comodidad.
–¿Cómo le digo a papá que su hijo favorito lo está desobedeciendo?
A Sebastian no le hizo nada de gracia una burla de esa magnitud.
–¿Y si mejor se lo dices tú o quizá prefieres que se lo diga yo?
Diego intentó colocarse en medio de ambos, pero ya era muy tarde. Sebastian lo hizo a un lado para darle cara, jamás se había amilanado ante ninguno de sus dos hermanos mayores y esa no iba a ser la excepción.
–Entonces viniste hasta aquí solo para amenazarme, era de esperarse de alguien como tú.
El rostro de Antonio cambió de repente. Ya no parecía tan pasivo como al inicio.
–No puedo quedarme callado cuando estás engañando a la familia completa. ¿Pensabas que nunca nadie se iba a dar cuenta? –miró los alrededores del edificio con cierto asco y de manera despectiva– Mira nada más el cuchitril en el que vives. Qué verguenza…
–Lo que en realidad sucede es que encontraste una razón para ir con papá y quedar como el mejor hijo de todos al confesarle todo esto. –curvó una sonrisa de lado– Pero ni siquiera eso hará que cambie su falta de atención hacia ti. ¿Vergüenza? No siento vergüenza en absoluto de vivir aquí, lo que me haría bajar la cabeza de verdad es ir por la vida tratando de ser el centro de atención.
–Has aprendido a ser tan altanero como tu hermanito mayor.
–No, yo ya era así antes. –corrigió con mofa. Diego no sabía si reir, salir de allí o separarlos antes de que fuera demasiado tarde– Si quieres irle con el chisme a toda la familia no te detendré, pero recuerda que eso no te convertirá en el hijo favorito. Ahora apartate que tengo cosas pendientes por hacer…
Trataba de dejarlo, pero Antonio no era de las personas que dejaban las cosas a medias.
–¡Siempre te has creído la gran cosa! ¡Maldito niño mimado!
Antonio fue víctima de su impulsos. Trató de tomar el brazo de Sebastian para obligarlo a mirarlo fijo mientras soltaba toda su verborrea. Él nunca contó con el impulso reactivo de Sebastián y el puño en la cara que le llegó tras el primer toque.
Diego terminó llamando a los guardias de seguridad para que los separaran. El rollo que se armó terminó en la caseta administrativa del edificio tras una larga batalla de puños entre ambos hermanos.
Cuando Sebastian miró su reloj ya habían pasado casi dos horas desde la hora en la que había acordado con Andy.
Maldijo y se puso a rezar internamente para que ella le perdonara tremendo desplante.
Andrea tenía que comprenderlo o al menos eso esperaba