Caminaba con paso firme y expresión adusta por los pasillos de la universidad. La confesión del licántropo de ojos celestes aún retumbaba en mi cabeza, como un eco molesto del que no podía deshacerme. Decía ser un Alpha, decía que yo era su mate, su predestinada. Patrañas. Gruñí por lo bajo, sintiendo cómo la irritación burbujeaba dentro de mí. —Lo que me faltaba… —bufé en voz baja, sin dirigirme a nadie en particular. Entré al salón con movimientos rápidos y mecánicos, sin ganas de intercambiar palabras con nadie. Me desplomé en mi asiento y me llevé ambas manos al rostro, frotándolo con fuerza como si con eso pudiera borrar el cansancio que se acumulaba en mi interior. Respiré hondo y traté de ordenar mis pensamientos, aunque era casi imposible con el torbellino de ideas que me carc

