Caminaba por los pasillos con paso firme, pero mi mente estaba en otro lugar. No me importaba absolutamente nada en ese momento. Había pasado ya una semana y media desde esa charla con ella, esa conversación tan fluida en la que, por un momento, todo pareció haber cambiado. Pero, como todo lo que tocábamos, todo se volvió peor después de eso. Nos evitaba cada vez más. En los pasillos, siempre encontraba una excusa para esquivarnos, para ignorarnos con una destreza que, honestamente, me sorprendía. Incluso cuando nos acercábamos, tratábamos de hablarle, de hacerla detenerse, pero ella no lo hacía. Simplemente dejaba lo que tenía en las manos y se alejaba rápidamente, corriendo a toda prisa como si no quisiera tener nada que ver con nosotros. Y, de alguna manera, eso me dolía más de lo que

