2|Azúl

1526 Words
Azúl. Esa misma tarde cuando Azul Fernández atravesó las puertas de su pequeño hogar, sintió una mezcla de emociones que estaban en un punto de ebullición. Se sentía asqueada y tenía un dolor —que estaba lejos de ser físico—, que la estaba carcomiendo. Quería arrancarse la piel con sus propias uñas. Su pequeño cuerpo seguía tenso, y sus manos estaban hechas puños de manera inconciente, tornando sus nudillos de blanco. Aquella mañana había sido extremadamente difícil para ella, teniendo en cuenta que la madrugada de ese mismo día no había logrado evitar el impulso de cortarse los brazos nuevamente. Para colmo, tenía que enfrentar al chico que le habían asignado para la última evaluación de la clase de historia. Podía hacerlo sola, tan incompetente no era. Pero no, tenía que llegar el profesor de historia a decirles que, como ninguno de los dos fue a la clase, tenían que hacerlo juntos, sin siquiera rechistar. Con dolor, se quitó el suéter gigante que ocultaba su cuerpo, y lo tiró sobre la mesita que estaba en el centro de la pequeña sala. Podía escuchar los latidos del corazón taladrar su cabeza, eran tan atormertantes tanto como sus pensamientos. —Lo has hecho de nuevo —mencionó triste una chica que estaba en la cocina. Su mirada bajó hacia las vendas teñidas de rojo que cubrían las muñecas de Azul. Su respiración se detuvo por unos segundos, estaba nerviosa ahora. Cuando logró relajarse por completo, la miró. —Lo siento —se disculpó ella sin mirarla—. No supe cómo resistirme, es bastante difícil eliminar el impulso de hacerlo. Creo que soy más débil de lo que pensé. Y la morena le creyó, por supuesto, pues hacía un tiempo atrás que ella tenía esos mismos impulsos, aunque con ayuda logró sanar aquello. Azul se sentía agotada, tanto física como mentalmente. ¿Cómo es que había fallado de nuevo en su suicidio? Ni siquiera para eso servía. —Comprendo —le dijo Ile asintiendo —. Cuando sientas el impulso de hacerlo, llámame. No importa que suceda, solo hazlo. No estás sola en esto, Azul. Azul sabía que tenía a su amiga dispuesta a ayudarla; la única amiga, de hecho. Se sentó en el suelo de la sala, y apoyó su espalda en el mueble que estaba detrás de ella, ese que estaba un poco rasguñado por los gatos que jugueteaban allí a veces. Un suspiro tembloroso brotó de sus pálidos labios, su mirada estaba nuevamente perdida, su mente empezó a recrear las posibles formas de haber acabado con su vida en el momento en que lo intentó. Ahora sabía que las pastillas no habían hecho el efecto que ella esperaba, aunque la culpa de no morirse la tenía su amiga, aquella chica de piel trigueña, cabellos largos y marrones. Si, ella por haberla salvado, por llamar a la ambulancia. Porque de no ser por eso, las pastillas hubiesen surtido el efecto necesario y ella ya estaría tranquila, en paz. —Estás sobrepensando de nuevo, y eso no es bueno —advirtió Ileignaire levantándose de donde estaba, para luego empezar a caminar hasta su amiga. Sin mas remedio, empezó a redireccionar el tema. —Estoy cansada, de todo. De la universidad, de mi familia, y de mi propia piel —se sinceró ella, con las manos vuelta un puño y el mentón temblandole—. No quiero estar aquí. No quiero... Ileignaire sabía de lo que hablaba. Sabía de las voces insidiosas que llenaban su mente la mayoría de las veces y te llevaban a cometer cosas que no querías, sabía de los impulsos, de los llantos desgarradores, de la sensación de vacío y del hueco en el pecho. Y todo lo que implicaba estar en depresión. Porque había estado allí más tiempo del que recordaba. Y sabía, también, que no era una simple casualidad que Azul, esa chica rota, apareciese en su vida en un día lluvioso. Porque Dios une propósitos y llamados. Y coloca personas en tu vida que están pasando por lo mismo que tú pasas o pasaste. Porque Él era una persona detallista, y utiliza a los más débiles para glorificarse. Ileignaire sabía que había algo mayor detrás de lo que Azul vivía. —Estoy aquí para ayudarte —le dijo, sentándose frente a ella. Dejo ambas manos sobre sus mejillas y levantó su rostro—. Quiero que entiendas que no estás sola, aunque así pareciese. Que alejando a las personas que te aman no lograrás nada. Dios no nos hizo para estar en la soledad, sino para apoyarnos los unos a los otros cuando el mundo se nos viene encima. —Prefiero estar sola —soltó, ella. Por supuesto que era una mentira, una que estaba a medias, puesto que si le gustaba estar sola a veces, cuando el sonido le aturdía, cuando no quería platicar con nadie. Esos días donde se quedaba acostada en su cama, con las cortinas cerradas, las luces apagadas y sin nada de ruido en el pequeño apartamento donde vivía. Le gustaba eso. Quedarse dormida por varias horas, no levantarse de la cama, y no tener que hacer nada. No se daba cuenta de si comía o no, si la llamaban o le pasaban mensajes de textos. Era una desconexión total, a tal grado de no saber nada de nadie, ni de su entorno. Muchas veces tocamos fondo y no sabemos el por qué de ello, como llegamos hasta allí. A veces, ni siquiera nos percatamos de que estamos allí, nos sumergimos más y más y pensamos ya pasará. Azúl vivía de esa forma desde los quince años de edad, habían pasado alrededor de siete años desde que entró en ese pozo tan oscuro y siniestro. —Déjame ayudarte —imploró Ileignaire, con lágrimas en sus ojos cafés, y un dolor en el pecho que se extendía cada vez más—, por favor, puedo mostrarte la solución. —Tu solución no la quiero, Ile. Yo no puedo ver aquello que tú y Kasen ven. Para mí todo es distinto, todo es oscuro, y no veo una solución, salvo lo que intenté hacer y tú interrumpiste —Azul no quería ser cruel con su amiga. La única, de hecho. Pero quería alejar a Ileignaire, no quería que se encariñara con ella aun más, que intentara buscar una solución a sus problemas, que perdiera el tiempo en algo que no lo valía. —Esa no es la solución, Az —le recordó aquella mujer morena, con la desesperación brillando en su mirada —. Las situaciones se escapaban de nuestras manos. A veces... A veces tenemos que pasar o ser víctimas de las consecuencias de los actos de otros —espetó con un tono de voz endeble —. Pero puedes romper con eso. Deja de culparte por algo que no debió pasar y que no es tu responsabilidad en absoluto. —Él murió —susurró, con el llanto a flor de piel. Sorbió su nariz y paso la mano vendada por su nariz. Cerró los ojos—. Murió por mi culpa. —Tu también pudiste haber muerto, Azul. Y él no merece tus lágrimas. Después de todo lo que hizo, ¿Lo defiendes? El siempre fue el culpable. No tienes porque echarte la culpa sobre ti. —Ya no aguanto estar aquí. —Ya no digas eso, Az —susurró, mientras enjugaba sus lágrimas —. Está bien no estar bien, para empezar. Y recibir ayuda no te hace inútil o algo por el estilo —la morena se calló por unos segundos, y tras dar un suspiro, prosiguió—. No podemos hacer todo solos, a veces debemos aceptar que definitivamente necesitamos ayuda. —Está bien, aceptaré su ayuda. —Bien, el que aceptes ya es un gran avance. Solo hace falta tener un corazón dispuesto, heme aqui, sabes mi historia —le recordó Ile —No lo trates mal, y no te pongas a la defensiva, Az. Recuerda que todos tenemos nuestros límites —le recordó la joven con una pequeña sonrisa en sus labios. Abrazó con más fuerza a su amiga, dándole consuelo. —Vale —accedió no muy convencida Azul, después de todo, nunca había recibido ayuda, y no tenía claro si todo este asunto de las tutorías terminaría mal. —Vamos a limpiar esas heridas, antes de que se infecten —Ile se levantó con pereza, y luego le tendió la mano a la otra chica, ayudándola a levantarla, puesto que aún seguía débil —. No te diré que prometas que no lo harás más, porque son promesas que no se pueden cumplir por ahora. —Gracias por estar aquí —agradeció Azúl. Estaba algo pálida, su mentón temblaba al igual que todo su cuerpo. —Las verdaderas amistades son las que brindan ayuda y apoyo cuando la otra está pasando por una tormenta —susurró Ileignaire. Ella estaba triste, pero también tenía las emociones revueltas, pues empezó a recordar su historia—. Estaré aquí, de manera silenciosa cuando el sonido te esté aturdiendo, y te ayudaré a limpiar las heridas cada vez que te caigas.
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