Capítulo 16: "La discusión".

1900 Words
Juan Cruz se encontraba aburrido. Sus amigos se habían ido, y sólo quedaba Lionel junto a él. Éste era un chico rubio y bajito, de su edad. Eran muy amigos, pero se veían muy poco, debido a que su amigo debía ayudar en el negocio familiar. —¿Seguís consumiendo sustancias nocivas…? —susurró el muchacho. Juan le hizo una seña con el dedo índice para que cerrara la boca. Lionel enarcó una ceja. —En ocasiones, cuando me siento triste. En año nuevo fue la última vez que lo hice… —¡Espero que no se repita! —exclamó el muchacho, mirándolo con desaprobación. De repente, sonó el timbre. Como nadie atendió, tuvo que ir él mismo a abrir la puerta. Ingresó la clave, (a pesar de que Damián la había cambiado, Soledad se las había dicho), y se llevó una bella sorpresa. Vestía una minifalda negra, unas zapatillas rojas a cuadros hasta las rodillas, y una musculosa ajustada del mismo color. Tenía el cabello n***o suelto, los ojos delineados, y la boca pintada con brillo labial. Era demasiado atractiva para ser real. —¡Salomé! —sonrió—. ¿Qué estás haciendo acá? —¿No vas a invitarme a pasar? —inquirió, con voz seductora. —¡Claro! Detrás de ella, había una niña muy linda, de ojos azules. —¿Micaela? —preguntó Juan, algo sorprendido. Luego, recordó que Isabel no había ido a cuidarla ese día. La pequeña asintió. —Pasen por aquí las dos. Lionel tenía los ojos abiertos como platos. Juan Cruz no le había contado a nadie de sus encuentros con la señorita Hiedra (quien era dos años mayor que él). Sólo Isabel lo sabía, y porque los había visto, no porque él se lo hubiese confesado. —Ella es Salomé y su hermanita, Micaela —se las presentó. —Lionel —dijo el amigo del joven Medina. Salomé tomó del brazo a Juan Cruz, y lo arrastró hacia la salida. —Mica, quedate con Lio un ratito ¿Puede ser? Necesito hablar con Juan. —Está bien —asintió la niña, y tomó asiento junto al muchacho rubio, quien empezó a preguntarle por sus estudios. Juan Cruz cerró la puerta, y se sentó en la vereda. Le hizo una seña a Salomé para que hiciera lo mismo. Ella se colocó a su lado, muy cerca. Él sintió su perfume, era delicioso. Sentía muchísimas ganas de volver a besarla. —No sé por dónde empezar, pero siento que sos la única persona en la que puedo confiar, Juan —sus ojos brillaron. —Podés desahogarte conmigo. Salomé jugó con las puntas rojas de su cabello, y luego se mordió el labio. Era tan atractiva, que su belleza la convertía en aterradora. —Me siento mal… No sabés lo difícil que es hacerse cargo de una nena de nueve años cuando apenas tenés diecisiete. No sabés cómo me gustaría tener un padre o una madre, que me guiara, que me diera consejos, que me cuide… ¡Estoy completamente sola! —No lo estás —le tomó la mano—, yo te ayudaré en lo que necesites. Ella le dedicó una sonrisa, y prosiguió: —Sam es mi amigo, y me ayudó muchas veces… Es como un hermano para nosotras ¿Entendés? Sin embargo, no es mucho mayor que yo y está lidiando con problemas similares a los míos ¡Micaela y yo necesitamos de la protección de un adulto! —Si necesitás algo, sólo decime. Cuando estés triste, podemos visitarnos. Te protegeré, a vos y también a Mica. Salomé sonrió. —Sos hermoso, Juan… Nunca conocí a alguien tan bondadoso… Él se quedó completamente inmóvil, mientras ella se acercaba lentamente a su rostro. —Ya no existen chicos como vos…—agregó. Salomé permaneció inmóvil. Juan Cruz se inclinó, y apretó sus labios contra los de ella. Al principio, los sintió helados e inexpresivos. Luego se separaron, y empezaron a besarlo apasionadamente. Sus lenguas se enredaron rápidamente, y las manos de la muchacha comenzaron a pasear por la espalda de él, hasta detenerse en su cintura… Se sentía profundamente atraído por la bella Salomé Hiedra. No sólo le parecía increíblemente atractiva, sino que estaba enamorándose de ella. Era madura, dulce y sensata. La joven le pasó la lengua por el cuello, provocándole un escalofrío por todo el cuerpo. Luego, se atrevió a posar su mano derecha en su entrepierna, lo cual le generó una oleada de calor. Juan Cruz nunca se había sentido así en toda su vida, estaba muy excitado. Justo cuando la iba a invitar a su habitación, una voz femenina aulló: —¿¡Se puede saber qué están haciendo!? —Isabel se veía furiosa—. ¡Tengan la decencia de hacer lo que quieran de forma privada! Juan Cruz apartó a la joven Hiedra con un movimiento grácil. Había perdido completamente la noción del tiempo. —Nos besábamos ¿Cuál es el problema? —Salomé le lanzó una mirada desafiante. —Los vimos. De hecho, los vio todo el valle —intervino Umma, quien se encontraba de pie detrás de su amiga. —Ahora que estamos los tres, podemos sacarnos las máscaras —masculló Isabel, y agregó—: Juan, abrí los ojos. En año nuevo estaba besuqueando a Samuel ¿Y quince días después, te quiere a vos? —No es cierto —Salomé tomó a Juan Cruz de la mano, y lo miró a los ojos—. Me creés ¿Verdad? En una época tuve un crush con Sam, pero eso es cosa del pasado. —¡No! —exclamó Isabel, negando con la cabeza—. ¡Ella lo quiere a Samuel! ¡No te dejes engañar! —Juan Cruz —anunció Salomé con un tono firme de voz—. Sam es como un hermano para mí. —¡Está obsesionada con él! ¡Todo el mundo lo sabe! —¿Yo estoy obsesionada con él? —la joven Hiedra hizo una mueca—. La que anda persiguiéndolo durante las noches sos vos, no yo… Juan Cruz se sintió confundido por un momento ¿A quién debía creerle? ¿A la chica más hermosa de todas, o a su única hermana? La joven Medina tenía un mal carácter, pero jamás mentiría con algo así. Por otro lado, la señorita Hiedra parecía sincera ¡Sus besos no podían ser insignificantes! Para la sorpresa de todos, Isabel empujó a Salomé, haciendo que ésta se golpeara contra la pared. Era menuda, pero de vez en cuando, parecía muy fuerte. Luego, le pegó una bofetada, y bramó: —¡No le romperás el corazón a mi hermano! Salomé no dudó en jalar a Isabel del cabello, y derribarla al suelo de un tirón. —¡Me tenés harta! —exclamó la señorita Hiedra, sin soltar la melena de la joven Medina—. ¡Dejá que las personas seamos felices! —¡No lastimarás a Juan! —bramó Isabel, logrando abofetear nuevamente a Salomé. —¡Chicas, deténganse! —gritó Umma. Las palabras de su vecina lo hicieron reaccionar. Juan Cruz Medina separó a las adolescentes inmediatamente, sosteniendo a su hermana de la cintura para que no volviera a golpear a Salomé. —Isabel está loca por Samuel, todo el mundo lo sabe… Está celosa de mí porque paso mucho tiempo a su lado… ¡Pero te juro que somos sólo amigos! —insistió, con lágrimas en los ojos. —¡Sos una arpía mentirosa! —gruñó la joven Medina, intentando inútilmente zafarse de los brazos de su hermano. —No tiene sentido seguir discutiendo —sacudió la cabeza y gritó—: ¡Micaela! La niña salió de la casa de los Medina, y caminó hasta su hermana. —Podés visitarme cuando quieras —agregó Salomé, y luego se dirigió a Isabel—: procuraré no estar en mi vivienda cuando cuides a mi hermana. Quiero ver lo menos posible tu lastimoso rostro. Sin darle tiempo a nadie a responder, pegó media vuelta y se marchó, tomando la mano de su hermanita menor. Cuando Salomé ya no se veía a simple vista, Juan Cruz soltó a su hermana. Para su sorpresa, Isabel estaba llorando. —¿Por qué estás así? —le preguntó. No le gustaba verla triste, y mucho menos por culpa de él. —¿Por qué creés? —intervino Umma, abrazando a su amiga—. ¡Vos le creíste a esa serpiente venenosa y no a tu hermana! —A lo mejor es cierto que besó a Sam en el pasado, pero yo ahora quiero confiar en ella ¡Es una chica que tiene una vida muy complicada! ¡Necesita que alguien la apoye! —¡No podés ser tan ciego! —Isabel se veía furiosa—. ¡No es una buena persona! ¡Es una manipuladora! ¡Te romperá el corazón! —No deberías ser vos quien esté dándome consejos amorosos. Estás loca por Samuel, un muchacho que anda vagabundeando por las noches y que es perseguido por una sociedad sumamente peligrosa ¡Y que posiblemente haya asesinado a personas! —Juan Cruz sacudió la cabeza con indignación—. ¡Deberías ser razonable, Isabel! —Samuel ha demostrado ser completamente inofensivo… me ha ayudado cuando Ezequiel me ha acosado… —¿Cómo podés asegurar que es buen chico? Apenas lo conocés. Umma resopló, y agregó: —Ustedes son unos idiotas. Dos hermanos están peleándose por defender a personas que ni siquiera conocen en profundidad. Yo me voy, arreglen ustedes solos sus asuntos —luego se volvió a Isabel, y le dijo—: escribime, amiga. Los dos se quedaron callados. Umma regresó rápidamente a su vivienda. Apenas se quedaron Isabel y Juan Cruz solos en la vereda, ella dio unos pasos en su dirección. —Ella tiene razón, no debemos discutir. —Lo siento, Isa… Te quiero más que a nadie en el mundo ¿Sabías? No quiero que estemos enojados. Isabel asintió, e ingresó a su casa, sin decirle una sola palabra. Aunque le había pedido disculpas, sabía que el asunto no sería olvidado así nomás. Su hermana era muy rencorosa, y le iba a costar mucho esfuerzo lograr que ella lo tratase como lo había hecho hasta ese mismo día. Cuando entró a su vivienda, Lionel tenía los ojos abiertos como platos. No dudó en preguntar: —¿Qué demonios ocurrió allí fuera? Isabel estuvo llorando un largo rato en su cuarto, hasta que decidió mandarle un mensaje de voz a su mejor amiga. —Lamento que hayas sido testigo de nuestra pelea. Segundos después, Umma le contestó: —No entiendo por qué estaban discutiendo… ¿Podés contarme la verdad sobre Samuel y los demás del local de pirotecnia? Se me hace que están metidos en algo muy raro… —Forman parte de una sociedad extraña y conocen al mal nacido de Damián. El joven Aguilar asegura que mi padrastro es una mala persona. Necesito averiguar más sobre todo esto, amiga. —Si forman parte de algo ilegal, lo más razonable sería que vos y Juan se alejasen de ellos. —Necesito saber en qué anda Damián. No puedo darme por vencida. —¡Sé cuidadosa, amiga! Y te digo algo más: es evidente que te sentís atraída hacia Samuel… No deberías confiar ciegamente en él. Muchas personas que parecen corderitos terminan siendo lobos.
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