CAPÍTULO UNO

1304 Words
La noche era fría y oscura. La tormenta empapaba todo el jardín de la pequeña cabaña de la niña. Los relámpagos caían uno tras otro y la pequeña miraba a través de la ventana rota. —Sabrina, aléjate de la ventana y ven a cenar— hablo la mujer que se encontraba cerca del caldero. Ella servía la cena y luego colocaba los platos en la pequeña y gastada mesa de madera que se encontraba justo al lado de la puerta. La pequeña se removió de su lugar y luego fue a sentarse a la mesa, su madre le estiró su plato de cena y luego ella comenzó a devorarlo. Cuando la pequeña terminó su cena se puso de pie y caminó a la pequeña cama que le pertenecía a ella y a su pequeño hermano. Tomó su lugar y luego cerró los ojos para poder dormir. (...) —Excelente, su alteza— dice la partera real —siga pujando, está a punto de nacer. La reina continuaba pujando, mientras que los gritos de dolor inundaban toda la habitación. Cuando el parto terminó se escuchó el silencio y seguido de eso el llanto de un bebé recién nacido. —Es una niña— la partera envolvió a la pequeña bebé en una manta y luego la entregó a su madre —Muchas felicidades, su alteza. La mujer tomó a la pequeña en sus brazos y sonrió —Mi bebé— susurró y luego besó la frágil frente de la pequeña. Al poco rato el rey entró a la habitación para mirar el estado en el que se encontraba su adorada reina —Mi reina— se acercó a la cama en la que reposaba la mujer —¿Como te sientes? —Feliz, es una niña— sonríe. El hombre se acerca a la mujer y le besa los labios. —Crecerá sana y hermosa como mi adorada reina. —Así será. (...) A la mañana siguiente, cuando el primer rayo de sol se asomó por las montañas, la madre de Sabrina se levantó y luego fue a despertar a sus pequeños hijos. —Pequeños, es hora de levantarse— la madre quitó las cobijas que cubrían los pequeños cuerpecitos de los niños —El sol ya salió y los pájaros ya están cantando. —Buenos días, mami— la pequeña Sabrina abrió esos ojos color dorado. —Mael vamos, es hora de despertar— se posicionó sobre su hermano y comenzó a tirar de su cabello n***o. El niño gruñó y abrió sus ojos, dejando ver el azul claro de su iris —Madre, está molestándome de nuevo— la aventó lejos de él. —Auch— la pequeña se quejó y luego se puso de pie, limpio su vestido verde que combinaba con los aretes que su madre le había obsequiado en su cumpleaños número cinco. —Vengan— gritó su madre desde fuera de la cabaña. Los niños salieron corriendo y se posicionaron frente a su madre. —Hoy les enseñaré a controlar su elemento con su magia. —¿Cómo haremos eso?— pregunta la pequeña Sabrina a su madre. —Recitando el conjuro— se agachó a la altura de Sabrina —Mira como lo hago— volvió a ponerse de pie —gliscens— susurró y seguido de eso una bola de fuego salió disparada de su mano. —Tienes que imaginarlo y luego ¡bom! se esparce en tu cuerpo y es ahí cuando recitas el conjuro y tu magia se conecta con tu elemento. —Conectar mi magia, entiendo— dice Mael. Cerró los ojos y seguido de eso susurró —ardet igni— volvió a abrir los ojos y la pequeña hoja que caía del cerezo comenzó a arder. —Muy bien— se acerca al pequeño y le revuelve su cabello —Ahora inténtalo tu— se giró hacia donde Sabrina se encontraba. La niña comenzó a concentrarse, cerró los ojos y dejó que su magia fluyera por su cuerpo, cuando creyó que estaba lista recitó su conjuro —aqua clavi— susurró. Las filosas púas de agua salieron disparadas y mientras avanzaban se desintegraban. —Excelente, ambos lo hicieron muy bien y por eso se merecen un premio. —¿Cuál es?— preguntó entusiasmada la pequeña. —Iremos al pueblo y les compraré un delicioso bocadillo— tomó la mano de sus dos hijos y luego entraron a la cabaña. La madre les dio sus prendas más formales y ellos se las pusieron. —Ya saben lo que tiene que hacer ¿cierto? —Si— ambos asintieron y luego, utilizando su magia, cambiaron su apariencia. El tono del cabello de la niña era blanco, así que lo cambio a un color café oscuro. Sus ojos dorados cambiaron a uno azul y sus orejas puntiagudas se redondearon. —Listo niños— dice su madre —Vámonos— todos salen de la casa y luego comienzan a caminar, atravesando el bosque. (...) —Mi Señor— habla el guardia en cuanto se posicionó frente a su majestad —Hemos dado con el paradero de la princesa. —¿Dónde está?— cuestiona el rey. —Mis hombres la vieron salir del bosque del cerezo. —¿Están seguros que es ella? —Completamente, mi Señor. —Entonces ¿Qué esperan para traerla de regreso? —Hay un pequeño problema. La princesa está acompañada de dos niños pequeños, son sus hijos, mi Señor. —No me importa lo que esos mestizos sean de mi hija, tráela de regreso inmediatamente. —¿Qué hacemos con los niños? —Puedes hacerles lo que desees, siempre y cuando no los traigas a mi reino todo está bien. —Entendido, mi Señor— seguido de eso se retiró de ahí y junto a su escuadrón fueron a donde la madre de Sabrina se encontraba. Estaba atardeciendo y los pequeños se habían divertido mucho. Caminaban por el camino marcado para no perderse y antes de llegar a la cabaña Susan se dio cuenta de la magia que rodeaba el lugar. —Esperen aquí— los oculto detrás de unos arbustos —Cuida de tu hermana, Mael— caminó rápidamente y antes de llegar a la cabaña cambió su forma para controlar mejor su magia. —Princesa Susan— dijo uno de los hombres de la tropa —Su majestad nos ha ordenado regresarla sana y salva a casa. —No quiero ir— dijo la mujer —No quiero volver a esa prisión. Díganle a mi padre que jamás volveré. —Lo sentimos mucho señorita, pero el rey nos ordenó llevarla incluso contra su voluntad. —Pues pelearé entonces— se acomodó para poder a****r —globus ignis— detrás de los hombres se creó una enorme bola de fuego que rápidamente lograron esquivar. —Por favor, no se resista— los hombres aún no respondían al ataque de Susan, pero, al ver que ella no cooperaba comenzaron a a****r. Los pequeños miraban de lejos como su madre era derrotada, aunque era perteneciente a la familia real jamás podría combatir contra diez soldados de su padre. —¡MADRE!— gritó el pequeño Mael cuando vio que su madre estaba siendo llevada a la fuerza. —Cuida de Sabrina, no permitas que nadie la lastime— dijo la mujer mientras se alejaban con ella —les prometo que volveré— dio una sonrisa. —¿Mamá? ¿A donde la llevan?— pregunta la pequeña. —No lo se— susurró Mael. Los hombres se perdieron entre los árboles de cerezo mientras que los pequeños se quedaron estáticos mirando cómo se la llevaban. ¿Quién podía dejar a dos pequeños a la suerte? Solo un ser despiadado y sin sentimientos podía hacerlo y claramente el rey mágico lo era.
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