Capitulo II Donde comenzó el deseo

1525 Words
Perspectiva de Taro: En los libros que leía cada día junto a aquella fuente, siempre había llegado a la misma conclusión: todo puede comprenderse. Las personas, sus acciones, sus razones. Solo era cuestión de observar lo suficiente. Hasta que apareció ella y mi comprensión dejó de ser suficiente. Siempre he sido el tipo de muchacho que los adultos elogian. Un estudiante decente, conducta impecable, no especialmente brillante, pero sí exactamente lo que los maestros aman: alguien que no causa problemas. Nunca recibí un reporte, nunca preocupé a mis padres, tenía una relación sana con mi hermano. Yo era... estable, "Un buen chico." Esa era la percepción general. Pero más allá de esa fachada tranquila, había algo en mí que nunca pude contarle a nadie... algo que no encajaba. La gente me ve como un chico normal. Incluso algunas chicas me elogian, me sonríen, me regalan notas, y creo que están en lo correcto... al menos por fuera. Pero hay algo en mi mente... un hábito, un impulso, siempre me ha gustado observar, analizar cómo se mueven, cómo hablan, qué esconden. No lo hago porque quiera. El proceso simplemente ocurre, automático. Y cuando algo no encaja dentro del patrón...mi mente se aferra a ello y lo desarma hasta comprenderlo. Ahí es cuando dejo de ser el chico tranquilo que todos creen conocer. Durante un tiempo todo estaba en orden, nada me inquietaba, nada atrapaba mi atención más de lo necesario. Pero el nuevo año escolar empezó... los chicos de primer curso se movían como siempre, buscando clubes, haciendo ruido, ocupando pasillos. Y ahí fue cuando la vi. Ella. Estaba hablando con Budo Masuta, el capitán del club de Artes Marciales. Él sonreía, insistente, confiado y ella... simplemente lo escuchaba. Su voz era suave, tranquila, casi etérea; Pero lo extraño era que no transmitía nada, ninguna emoción real, como una melodía bien ejecutada sin intención detrás. Me acerqué, fingiendo curiosidad por los clubes, solo para escuchar mejor. Pero antes de llegar a una distancia razonable, ella se giró para irse. Y de algún modo—no sé cómo—nuestros ojos se cruzaron. Fue un instante, un parpadeo. Pero ese momento me atravesó como un impulso eléctrico. Yo no creía en el destino, no hasta ese día. Budo salió tras ella, llamándola. —¡Ayano, espera! ¡No te vayas! Pero ella ya no estaba allí. Ayano Aishi... Creo que había escuchado su nombre antes pero nunca me importó. Hasta entonces aquella escena minúscula... me movió algo por dentro... algo incómodo. Comencé a observarla, solo por curiosidad, me dije. Pero la curiosidad creció... y creció. No soy un acosador, eso me repetía, solo quería entenderla; Porque ella era especial. Empecé a seguirla con más frecuencia. A veces llegaba tarde a clase porque me quedaba viéndola desde una esquina del pasillo, analizando su forma de caminar, su silencio, sus reacciones... o mejor dicho, la ausencia de ellas. En esos primeros días aprendí muchas cosas: Cómo se movía, dónde se detenía, qué ignoraba, cómo parecía existir como un fantasma entre estudiantes vivos. Hasta que no pude soportarlo más. Quería verla de cerca, quería escuchar su voz cuando me hablara a mí, quería una reacción, cualquiera. El último día de clases de la semana, sabía que le tocaba limpiar la azotea. Parecía retrasada, así que la vi subir casi corriendo, como si el tiempo la persiguiera. Medí la distancia, el ángulo, el instante exacto y me puse en su camino. Un tropiezo perfecto, un cliché de novela romántica. Ella chocó contra mí y cayó hacia atrás, ligera como una hoja arrastrada por el viento. La imagen me golpeó el pecho. Tan linda, tan frágil, Tan... P-E-R-F-E-C-T-A. Y en ese momento lo supe: No importa cuánto había leído, ni cuánto creía comprender al mundo. Ella era algo que jamás había visto antes. Y no iba a ser capaz de ignorarlo. Me agaché para ofrecerle la mano, cuidando que mi expresión fuese la adecuada: amable, inocente, preocupado. Como el Taro que todos conocen. Pero por dentro... estaba evaluándola. Cómo respiraba, cómo parpadeaba, cómo sus dedos temblaban apenas cuando agarró la esponja que había caído al piso. Ella parecía confundida, pero no asustada. Eso me sorprendió, es normal que las personas retrocedan un poco ante un desconocido que se les acerca así. Pero ella... ella solo me miró. Unos ojos vacíos, no muertos, no fríos... simplemente vacíos. Como si yo fuera un paisaje, un detalle más del salón. La mayoría de las chicas me miran demasiado tiempo. Ella no... ella me analizó un segundo... y luego dejó de mirarme. Como si no importara. Eso dolió. —Lo siento, no te vi... Ayano, ¿verdad? —dije, asegurándome de pronunciar su nombre con un ligero tono suave, para memorizar cómo se sentía en mi boca. —Sí... disculpa, iba distraída —respondió ella, mientras sacudía la falda. Su voz era tranquila, demasiado tranquila, apenas coloreada por emociones, pero no era robótica... era como si aprendiera a hablar con sentimientos en tiempo real. Como si imitara algo que nunca sintió... eso me fascinó. Le devolví su esponja. —Creo que esto es tuyo. Ella la tomó sin rozar mis dedos. Dolió un poco. Pero también fue... interesante. —Gracias... —susurró. Y yo debía presentarme. Tenía que abrir un puente, dejar una marca. —Ah, qué descortés —sonreí con suavidad, la sonrisa que siempre funciona—. Soy Taro Yamada, de la clase 3-2. Ella solo asintió; No dijo "mucho gusto", no sonrió, no bajó la mirada, no se sonrojó, no hizo nada de lo que deberían hacer las chicas cuando les hablo. Solo me observó... como si yo fuera un objeto sin función. Fue perfecto. La dejé ir, fue difícil, pero aprendí hace tiempo que lo más importante es no parecer ansioso, no parecer hambriento. La vi alejarse hacia las escaleras que llevaban a la azotea. Y la seguí, no demasiado cerca, no demasiado lejos. A una distancia estudiada, calculada, lo suficiente para escuchar su respiración al subir peldaños... lo suficiente para que nunca notara mis pasos. Cuando llegó arriba, escuché otra voz. Masculina. Familiar. Budo Masuta. Apreté la mandíbula, no porque fuese peligroso, no porque tuviera alguna oportunidad real. Sino porque... no quería que la mirara. Me acerqué solo lo suficiente para ver parte de la escena desde el marco de la puerta entreabierta. Él hablaba con energía, con esa seguridad de chico popular y amable. Ella le respondía poco... pero le respondía más de lo que me respondió a mí. Eso encendió algo, un calor ácido en el estómago. No sabía si era celos. No, no podía ser. Aún no. Era... interés intensificado. ¿Por qué ella reaccionaba más con él que conmigo? ¿Qué había generado esa diferencia mínima? ¿Acaso su cuerpo era más atractivo para ella? ¿O su tono de voz? ¿O simplemente él había llegado antes? Tomé nota mental de cada variable; Mientras hablaban, vi un detalle que me devolvió el aliento: Ayano se detuvo, un segundo apenas, y miró hacia atrás... Hacia la puerta... hacia mí. No me vio, no podía verme... pero sintió algo. Ella sintió mi mirada. Ahí entendí algo: Ese vacío que vi en ella no era un vacío real, era un espacio donde nadie había entrado... aún. Sonreí, satisfecho. Cuando terminó su turno de limpieza, la seguí desde la distancia mientras bajaba del edificio, cruzaba los pasillos vacíos y dejaba sus cosas en su casillero. No buscaba verla cambiarse o algo vulgar. No. Solo estaba midiendo su rutina, su velocidad, sus hábitos, cada paso era un dato, cada giro, una pieza más en un mapa mental que comenzaba a dibujar sobre ella. Cuando salió de la escuela y tomó el camino hacia su casa, la seguí unos metros. No quería que me viera aún... no debía apresurarme. Pero entonces...ella se detuvo frente a una figura. Un chico con pelo rojo casi anaranjado. Ella se acercó con lentitud. Yo también siguiendo la misma cadencia, ocultándome entre sombras, observando, midiendo...hasta que lo escuché hablar. Su cara se transformó en cuanto vio a Ayano, como si hubiera estado esperando ese exacto momento durante toda su vida. —Ayano... Sentí algo desagradable moverse en mí. Algo que no supe definir al instante: ¿molestia ¿curiosidad? ¿asco? Porque lo vi claro: Ayano no retrocedió, no bajó la mirada, no lo ignoró como suele ignorar al resto del mundo... se quedó ahí. Algo en ella cambio, no mucho, pero sí lo suficiente para que lo notara. era mínima la diferencia, casi imperceptible. Pero para mí... para mí fue como verla abrir una puerta que hasta ese momento creía imposible de abrir. Y yo estaba de pie, a unos metros detrás de un poste, mirando cómo ese extraño reclamaba un lugar que yo ni siquiera sabía que existía, un lugar dentro de ella. Un lugar en el que quiero estar yo. Mis manos se cerraron en puños dentro de los bolsillos de mi chaqueta, no tenía derecho a sentir nada, no aún. Pero aun así, mi pulso se aceleró. Mi mente empezó a analizarlo todo demasiado rápido. Debo saber quién es él. Debo saberlo todo.
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