El auto se detuvo frente al galpón, aquella fábrica abandonada que Absalón había convertido en su lugar predilecto para ejecutar sus sentencias de muerte. Las paredes desconchadas y las ventanas rotas habían sido testigos silenciosos de incontables actos de violencia, y el aire dentro del lugar aún parecía estar impregnado con los ecos de gritos pasados. ―Señor ―Leví, el gemelo de semblante más serio, giró levemente su rostro hacia él―, los quince hombres que robaron ya están dentro con las capuchas puestas. Absalón guardó el teléfono en su bolsillo con un movimiento brusco y, como si activara un interruptor en su interior, aquella personalidad sanguinaria con la que había sido formado emergió instantáneamente. Con movimientos calculados, tomó sus dos armas y las colocó en la parte trase

