Los gemelos, imponentes con su metro noventa de altura, envolvieron a Yaroslav en un abrazo conjunto, sus cuerpos haciendo más evidente los diez centímetros que le sacaban al mayordomo. El gesto, a pesar de su fuerza física, estaba lleno de afecto filial: ―Gracias padre ―sus voces se fundieron en una sola, cargada de gratitud sincera. ―De nada ―respondió Yaroslav, su voz suave con afecto paternal—. Hay que aprovechar que el señor está alegre por su boda. Franko, inclinándose para que su susurro apenas perturbara el aire, dejó escapar una risa amarga: ―¿Já, alegre? Se la pasaron discutiendo en todo el viaje. ―Creo que después que se folle a esa mujer, la va a matar —murmuró Leví, su voz teñida de preocupación―. Le falta mucho el respeto al señor. Una sonrisa enigmática se dibujó en lo

