En ese momento, Absalón pensando en ella, sacó su celular y navegó hacia su galería de fotos, buscando aquella carpeta especial donde guardaba celosamente las imágenes de Saleema. La luz azulada de la pantalla iluminaba su rostro mientras deslizaba su pulgar sobre cada fotografía. Sus ojos, habitualmente fríos y calculadores como un depredador, se suavizaban casi imperceptiblemente al contemplar la delicada figura de quien ahora llamaba su esposa, en una transformación sutil que ni él mismo notaba. «Le diré que se tome fotos desnuda»―pensó, mientras un destello de posesividad cruzaba por sus ojos. Los alaridos desgarradores de Boris se habían convertido en una especie de música de fondo, un sonido constante que se mezclaba con el zumbido metálico de la sierra eléctrica. Pero Absalón apen

