Mientras Saleema y Absalón se besaban, Yaroslav, con una sonrisa enigmática que dibujaba sombras en su rostro curtido, se deslizó hacia su habitación personal con pasos medidos y precisos. La penumbra del espacio íntimo envolvía cada uno de sus movimientos mientras extraía su teléfono y marcaba un número que parecía conocer de memoria. ―Necesito de tu ayuda ¿puedo ir a verte? ―su voz, controlada y serena, ocultaba un matiz de urgencia apenas perceptible. ―Si. De todas maneras, te he estado esperando ―la respuesta al otro lado de la línea llegó cargada de una familiaridad que sugería una larga historia compartida. ―He estado ocupado. Estaré en 10 minutos ―respondió con la seguridad de quien está acostumbrado a que sus palabras sean ley. Tras colgar, sus movimientos se volvieron más dete

