―¡Sí, y no todos la vieron!―respondió Franko, guardando inmediatamente su teléfono en el bolsillo de su chaqueta n£gra. Sin perder un segundo, ambos se dirigieron hacia ella con paso firme y sincronizado, con sus pisadas apenas audibles sobre el césped húmedo del jardín. ―¡Rita! ―pronunciaron al unísono, con sus voces idénticas cortando el silencio nocturno. Ella, con ese nerviosismo tan característico que la hacía parecer aún más vulnerable, se acomodó las gafas con dedos temblorosos mientras les dedicaba una sonrisa tímida, casi infantil. ―Hola, ¿cómo están señores gemelos? ―Bien ―respondieron los dos, mientras ambos hermanos la observaban detenidamente de manera pervertida. ―No debes estar por aquí, es peligroso. Pueden confundirte con una intrusa, pequeña―advirtió Franko con tono

