El corazón de Absalón golpeaba contra su pecho, mientras libraba una batalla interna contra el magnético impulso de perderse en su figura. Se sumergió en sus ejercicios con una determinación casi salvaje, como si cada repetición fuera un ritual para exorcizar aquellos sentimientos que amenazaban con desbordar sus murallas internas. Sus grandes músculos se contraían y relajaban en un ritmo hipnótico mientras las mancuernas cortaban el aire, transformando cada movimiento en una huida desesperada de la presencia que electrificaba la atmósfera. Su voz, profunda como un trueno, atravesó el silencio con una indiferencia calculada: ―Y al fin te levantaste de mi cama. Ya iba a ir a sacar tu culo de ahí―cada palabra destilaba su característica vulgaridad y orgullo, una armadura familiar tras la cu

