En la mansión Habitt, Rita se encontraba encerrada en su pequeña habitación de servicio, un espacio que ahora se sentía como una prisión. Se paseaba de un lado a otro como un animal enjaulado, con sus manos retorciéndose con ansiedad mientras sus pasos marcaban un ritmo nervioso sobre el piso de mármol blanco. ―No estoy preparada para acostarme con ese viejo ―susurró para sí misma, con su voz quebrándose―. Sería... tan raro. Y más por el respeto que le tengo a Sally ―se detuvo frente a la pequeña ventana, observando los jardines que ahora parecían una barrera inaccesible―. Después si la llego a ver algún día, creo que no podría mirarla a la cara por haberme acostado con su padre. El estridente sonido de su celular cortó sus pensamientos como un cuchillo. Al ver el nombre de “Señor Ismael

