Con la brusquedad salvaje que lo caracterizaba, Absalón llevó uno de los zarcillos a su boca y lo presionó contra sus dientes. Probaba su autenticidad con la rudeza innata de quien está acostumbrado a hacer lo que le venga en gana, sin importarle las consecuencias ni el valor de lo que tocaba. Rajesh se estremeció visiblemente ante el trato poco ceremonioso dado a tan delicada pieza. No satisfecho con esto, Absalón repitió el proceso con el collar, con sus movimientos toscos y casi brutales contrastando grotescamente con la delicadeza del oro finamente trabajado. ―Es oro puro―dictaminó con la autoridad incuestionable de un juez emitiendo sentencia final. Sus ojos, fríos como el acero de un cuchillo recién afilado, se clavaron en Rajesh como dagas―. Ok, me convenciste. Rajesh, sintiendo e

