La respuesta defensiva de Saleema pareció enojar a Absalón, pero el deseo s£xual que sentía por ella actuó como un freno inesperado a su característico temperamento explosivo. Era la primera vez que algo, o alguien, lograba contener su ira habitual. ―¿Sigues de maleducada? ―preguntó con voz contenida, con su gran mano manteniéndose firmemente sobre el seno de ella, como si aquel contacto físico fuera una forma de mantener el control que sentía escapársele. Ella, con las mejillas encendidas y la respiración entrecortada, encontró la fuerza para mantener su desafío a pesar de las sensaciones que la atravesaban. ―Sí. No mereces mi respeto. Los ojos azules de Absalón, oscurecidos por una mezcla de deseo y algo más profundo que ni él mismo comprendía, recorrieron el rostro sonrojado de ella

