«¡Ay, ya se está abriendo a mí!»―pensó Saleema, con su corazón acelerándose ante esta muestra inusual de confianza por parte del temible mafioso. Absalón mantuvo su mirada fija en el techo por unos instantes más, como un hombre que se prepara para sumergirse en aguas profundas y oscuras. Su mano grande seguía acariciando distraídamente la espalda desnuda de Saleema, como si necesitara ese contacto para anclarse al presente mientras hablaba: ―Fue una emboscada ―su voz sonaba más ronca de lo habitual, cargada con el peso de la traición―. El muy hijo de puta me puso una trampa. Envió a varios hombres para que me dispararan... ―una sonrisa amarga se dibujó en sus labios, una mueca que hablaba de violencia y victoria―. No tienen buena puntería esos malditos porque los maté. Solo me rozó esa b

