―Ya sabes, hazlo perfecto, que se note como si fuera real ―la voz de Yaroslav destilaba amenaza con cada sílaba. Sus ojos se entrecerraron peligrosamente―. Y si no se nota real, quiero que sepas que no verás la luz del día. Y ni una palabra de esto a nadie. ―Está bien, señor ―murmuró el sirviente, con la tensión visible en cada músculo de su rostro. En aquella imponente mansión de las gárgolas, la jerarquía era clara como el cristal: primero Absalón al mando, y luego Yaroslav. Con dedos temblorosos, guardó el dinero en su bolsillo y se dispuso a cumplir el encargo del mayordomo. Mientras tanto, en la habitación principal… Absalón apartó la mano de Saleema de su pantalón con un movimiento brusco y dominante. Sus ojos, azules y penetrantes, brillaban con un desafío ardiente mientras sost

