―Recuerda que no debes tocarla. Déjala ahí para que no caigas en tentación. Sé lo lujurioso que eres, pero no puedes tocarla si no hasta mañana ―la advertencia del Batushka resonó con una ironía que solo Absalón podía apreciar en toda su magnitud.
―Claro que no, Batushka. De hecho... saldré para comprarle el vestido ―la mentira fluía ahora más fácilmente, como veneno dulce.
―Que sea negr0.
―Así será.
―¿Y tienes todo? Recuerda quitarle un poco de su cabello.
―Sí, me falta es solo el cabello ―respondió, pensando en cómo las hebras ne.gras de Saleema se habían enredado en sus dedos durante sus encuentros prohibidos.
―Excelente. Solo te llamaba para eso, para darte fuerzas. Sé que con ese ritual conseguiremos a tu padre para que lo mates. Quiero ver cuando mates a Nicolai. Debe pagar lo
