Amber había comprado una costosa maleta de diseño con ruedas para el fin de semana. Como de costumbre, iba vestida de gala, esta vez con un vestidito n***o que dejaba ver un muslo muy sexy, tacones de quince centímetros que anunciaban «ven a follarme», una evidente ausencia de ropa interior que ponía a prueba a cualquier hombre que se diera cuenta de su ausencia, y algunas joyas de buen gusto, incluyendo una pulsera de diamantes que un cliente le había regalado unas semanas antes como propina tras un fin de semana genial y lleno de sexo en Nueva Orleans. Había llevado la pulsera a un joyero para que la revisara y casi se le doblaron las rodillas cuando le dijo que costaría unos ocho mil dólares.
Se revisó el maquillaje una vez más en el nuevo espejo que las chicas habían pagado para insta
