Uno

3026 Words
Respiré. No importaba si era de día o de noche, siempre tendría la necesidad de respirar hondo, de guardar en mi mente el olor de nuevo día. Siempre tendría la necesidad de saber que aún seguía viva. Mis ojos se abrieron perezosos y mis brazos se estiraron sobre mi cabeza. Tuve una buena noche, no soñé, pero tampoco estuvieron esas horribles pesadillas que me acompañaban cada noche desde hace un par de semanas atrás. Lentamente me incorporé sobre el colchón y observé mi alrededor, la habitación prácticamente estaba vacía, todas mis cosas se encontraban guardadas en cajas. Había guardado mi maldita vida en una de ellas, solo que estaba enterrada bajo tierra. Ante aquel pensamiento un nudo en mi garganta comenzó a formarse, recordándome que aun dolía, recordándome que aquel dolor nunca se iría. Tan solo quedaban un par de cosas más por empacar y todo estaría, técnicamente, listo para ser enviado a otro lugar, todo estaba listo excepto yo. Aún tenía la leve esperanza de que mi madre no quisiera que nos fuéramos y que ella deseara quedarse aquí, como yo, sin embargo, con el pasar de los minutos sabía que eso no pasaría; ella deseaba marcharse. Deseaba olvidar nuestra vida, la vida que habíamos construido aquí y dejar todo en el pasado para empezar de nuevo. Ella quería empezar de nuevo. Ella quería vivir de nuevo. Y yo no, no era así de fuerte. No podía ni quería irme, no podía empezar de cero. No podía olvidar lo que pasó, no quería olvidarlo. Sabía que cada persona cargaba con algo que guardaba en secreto, yo no era la excepción. —Laia, hija, ¿Estás despierta? —la voz de mi madre se escuchó desde el otro lado de la puerta. Me mordí el labio inferior, siendo incapaz de confiar en mi voz en ese momento pues aquel sentimiento de ahogo, de desolación invadió mi pecho, asfixiándome. Me tomé un tiempo para reponerme, apenas empezaba el día y ya quería que se acabara. Tomé una bocanada de aire y procesar su pregunta, era algo fácil de responder, pero, ¿Por qué todo parecía tan difícil en ese momento? —Sí. —susurré y, esperando que ella me hubiera escuchado, mis ojos se cerraron de nuevo. Me obligué a sonreír débilmente, aunque era lo que menos me apetecía, mamá ya sufría no necesitaba verme de esta manera. Solté una suave respiración y abrí mis ojos para encontrarme con los de ella. Ella abrió la puerta con lentitud y una dulce sonrisa se extendió por su rostro, aún se encontraba en pijama, pude notar las bolsas lilas que sobresalían bajos sus ojos cansados. — ¿Descansaste bien, cariño? —preguntó, entrando por completo a la habitación y encaminándose hasta mi cama. —Sí —mascullé, incorporándome hasta quedar sentada—. ¿Cómo estuvo tu noche? Ella hizo una mueca y subió sus hombros. —Mi cabeza no para de pensar si hago lo correcto o no. —confesó, casi pude jurar que su voz se quebró un poco al final. Me mantuve en silencio, jamás fui capaz de decirle que no me quería ir y verla durar hizo que algo se rompiera en mi interior. Ella tampoco quería irse. Enfocó su mirada en una de las cajas que decoraban la habitación, justo en aquella en la que resaltaba una fotografía. La foto de mi padre. —¿Tú crees que hago lo correcto? —interrogó, mirándome con fijeza. Mamá nunca me había preguntado si yo deseaba irme lejos de aquí y, ahora que por fin lo hacía, no supe que responder. Bajé la mirada, cuando las lágrimas se apoderaron de mis ojos. —Yo no lo sé. —balbuceé, insegura. Sabía que tenía un verdadero caos en su cabeza, al irnos no solo dejábamos a familiares y amigos, también dejábamos a mi padre y todos sus recuerdos. Ella dudó un poco antes de contestar. —Solo sé que lo correcto es pensar en tu futuro, Laia —contestó, para luego ubicar su mano en mi mentón y elevar mi rostro, observarme con sus ojos cafés—. No importa donde estemos, sé que él siempre estará con nosotras, lo sabes, ¿verdad? Me limité a asentir, era lo único capaz de hacer sin desplomarme por completo. Tenía claro que no solo nos íbamos para intentar escapar de nuestro dolor, tenía una gran oportunidad de estudio en Chicago, una oportunidad única y valiosa para mejorar mi vida y, con ello, mi futuro como profesional. Una oportunidad que tenía, debía y quería aprovechar. Una oportunidad para escapar. —Es lo mejor, Laia —trató de sonar convencida de sus propias palabras—. Es lo que tu padre quisiera, habíamos hablado de ello juntos. Como si fueran las palabras exactas levanté mi rostro encontrándome con el suyo. Sus ojos brillaron con una chispa de tristeza. Su confesión me tomó por sorpresa, él quería que nos fuéramos de Denver y yo no lo sabía. Los recuerdos ahora no eran buenos ni para ella ni para mí, sin embargo, olvidar a mi padre no era ni sería una opción, entender que ya no podíamos cambiar lo sucedido y comprender que ya no estaba a nuestro lado era lo que debíamos hacer. Debíamos aceptar que ya no estaba y vivir con el recuerdo, aunque me quemara por dentro. —Lo extraño tanto, mamá. —solté, en un hilo de voz. Mi madre me acercó hacia su cuerpo en un claro intento de abrazarme. Sentí el calor que emanaba de su cuerpo mientras que con una de sus manos subió y bajó por mi espalda, buscando tranquilizarme cuando las lágrimas rodaron por mis mejillas, ella intentaba reconfortarme y aquello solo aumentaba mi llanto. En momentos como estos, lograba notar que nos teníamos la una a la otra. Nadie estuvo para darnos algo de fuerza, nadie intentó ayudarnos a levantar luego de caer sin previo aviso. Nadie nos rescató cuando ambas caímos al vacío. Los minutos pasaron con lentitud, no supe en que momento mi llanto cesó, no obstante, mi madre nunca me soltó, los latidos de su corazón lograban tranquilizarme, no eran acelerados, pero tampoco lentos. Tenía la velocidad perfecta y la capacidad de calmarme como si de un bebé se tratara. Ella era lo único que me quedaba. —Te quiero. —dije contra su pecho, ella ejerció un poco más de fuerza a nuestro abrazo. —También te quiero. —susurró, para luego besar la parte superior de mi cabeza. Ella me tomó por los hombros al tiempo que tomábamos distancia terminando así con el contacto, jugó con uno de los mechones oscuros de mi cabello y pasó su mano por mi mejilla, limpiando mi rostro. Por último, besó mi frente demostrando su cariño de madre así mí, se levantó de mi cama y caminó de regreso a la puerta. Me regaló una última mirada, asegurándose de que ya me encontraba más calmada y, posteriormente, salió de mi habitación cerrando la puerta tras ella. Miré la manija desde la distancia, pero cada vez se hacía más y más borrosa mi visión de ella. Las lágrimas que se posaron en mis ojos por segunda vez, dejaron de estar contenidas en ellos y se permitieron ser libres por mis mejillas mojándolas a su paso. Lloré en silencio. Lloré una vez más. Lloré con más fuerza que antes. Lloré porque él ya no estaba a mi lado. Lloré porque lo alejaron de mí sin motivo alguno. Lloré por su recuerdo. Me dejé caer sobre el colchón, dejándome llevar por mi dolor, mi cuerpo se formó como un ovillo sobre la cama. Mis gemidos lastimeros fueron ahogados por mi almohada, la única testigo de mis lágrimas. Nadie estuvo nunca lo suficientemente preparado para dejar ir a un padre, esa persona que veías desde pequeño. Una persona que estaba en todos los recuerdos de tu vida y que un día como si nada fuera arrebatado sin decir porqué, sin motivo válido, sin merecerlo, me rompió por dentro. —No quiero ir, papá. —dije y esas palabras serían nuestra última conversación, él dejó de insistir dejando un beso en mi cabeza. —De acuerdo —terminó por contestar—. Te quiero, no tardaré. Y lo que más dolor me causaba era que, en la mañana de su muerte, no quise estar con él. Dejé que se fuera solo y me arrepentía de ello con toda mi alma porque quizás, si yo hubiera ido con él, mi padre seguiría con vida. Hubiera dado mi vida para que él siguiera aquí, no lo dudaba. Pero no importaba cuanto deseara volver en el tiempo, no lo podría traer de regreso. Papá estaba muerto y yo no podría cambiar la realidad. Mi realidad.                                                                                                     Lavé mi rostro una vez más. —Debes dejar de llorar. —murmuré para mí. No pasaba ni un segundo en el que hablaban de mi padre y un nudo se formara en mi garganta. Cerré la llave del grifo dispuesta a salir del baño, pensando que por fin sería capaz de soportarlo. Cerré la puerta tras de mí, mis ojos viajaron por todo el lugar nuevamente y solo pude ver cajas y más cajas en todas partes. —A esto se redujo todo. —seguí hablando sola. El pesimismo en mi voz era evidente, las mudanzas no serían nunca algo que amara y menos cuando se trataba de una ciudad nueva. Nueva. Era el comienzo de un cambio para mi vida. Lo nuevo gratificaba, ¿No era así? Lo nuevo hacía algo bueno en ti. Lo nuevo representaba cambios. Eso quería obligarme a creer. —Pienso lo mismo, hija. —opinó mi madre, apareciendo en mi campo de visión, zigzagueaba por lo que antes conocíamos como sala de estar. Ahora solo se podría confundir con una bodega a punto de ser abandonada. Me crucé de brazos sin responder. Ella decidió continuar con la conversación. — ¿Ya estás lista? El camión que llevará todo llegará en unas horas. —informó. Un escalofrió me recorrió por completo. —Podría decir que sí. —contesté, mis hombros subieron y bajaron demostrando que no me interesaba en lo absoluto. Pero a ella no podía engañarla, no era tan sencillo pasar desapercibida ante sus ojos. Mas no dijo nada. Solo suspiró con pesadez. —Veré si la comida ya está lista. —se excusó, perdiéndose de nuevo en la cocina. La observé volver a la cocina, luego me dispuse a seguir guardado algunas cosas de la sala. Quedaban guardar algunos cuadros y libros, era la único que nos detenía para irnos de aquí. Leí los títulos de los libros con rapidez, muchos de ellos los compré para el colegio y algunos eran de mi madre, recetas navideñas y para todas las festividades. A pesar de que no estudió para chef su sazón era increíble y no cambiaría por nada del mundo su deliciosa comida. Rápidamente guardé todo en la última caja, cerré ambos extremos y luego los uní con cinta por seguridad. No creía que fueran tan resistentes y el viaje que les esperaba era bastante largo. Cuando ya estaba totalmente sellada la llevé hasta la pila de cajas que había en una de las esquinas. Tomé la siguiente caja para continuar con mi tarea y justo en ese momento el timbre resonó por las paredes de toda la casa. — ¿Esperas a alguien? —pregunté en voz alta, no recordaba que mi madre hubiera mencionado que tendríamos visitas. —No, estaba por preguntarte lo mismo. —respondió asomando su cabeza por el umbral de la puerta de la cocina. Con algo de impaciencia la persona que se encontraba a fuera volvió a tocar el timbre. — ¡Ya voy! —informé. Odiaba que hicieran eso, era tan irritante. De hecho, todo en estos momentos me parecía irritante. Caminé con desgana a la puerta y, para mi sorpresa, una cara conocida fue lo que vi al abrirla. —Mara. —susurré tan bajo y con un evidente tono de sorpresa en mi voz. En efecto, era a la última persona que esperaba ver, mis labios se formaron en una línea recta, intenté demostrarle lo mal que me caía su presencia. Intenté demostrarle que no era bien recibida en mi casa. —Tenemos que hablar. —atajó ella, elevando sus cejas. La mueca de disgusto que se formó en mi rostro fue inevitable. —No tengo nada que hablar contigo —espeté—. Vete ahora mismo, Mara. Sus cejas se fruncieron. —Laia, por favor. —suplicó. La manera en la que mi nombre salió de su boca me hizo entender que estaba arrepentida, pero no me importaba, me mantuve firme a mis palabras. —No quiero verte, creí que había quedado claro. —le recordé e hice el desmán de cerrar la puerta, sin embargo, Mara evitó que lo hiciera con éxito. —Por favor, solo escúchame —continuó—. Necesito que me escuches. Parecía completamente desesperada por hablar. Luché contra el sentimiento de dejar ahí y cerrar la puerta en sus narices. Pero no fui capaz, hice un desmán para dejarla pasar a casa, ella entró con pasos vacilantes. —Que sea rápido. —mascullé. Mara asintió en acuerdo, observó el interior de la casa con ojos cautelosos, para luego decir: — ¿Estás sola? Me crucé de brazos, observándola. —No, mamá está en la cocina —señalé—. ¿Me dirás de qué querías hablar? Ella rascó su cuello, indecisa y luego pasó a mirarme con una mirada que expresaba culpa, se veía tan vulnerable. —Laia, sé que fui una completa estúpida —comenzó a decir—, no merecías que te tratara como lo hice y mucho menos que dijera todo lo que dije —afirmó, lamiéndose los labios—. Yo, en serio, lamento a ver dicho que mi tío buscó su propia muerte —soltó sin aguantarlo más mientras negaba con la cabeza—. Yo no sabía lo que decía y no podía permitir que te fueras creyendo que soy ese tipo de persona. Se aproximó a mí y yo simplemente dejé que se acercara. —No entiendo por qué fuiste capaz de decir algo como eso —negué, mirando hacia arriba—. Él te cuidaba como una hija, Mara. Se encogió de hombros, abrumada. —Yo…, simplemente no lo sé, Laia —hizo una mueca, frustrada—. Tal vez buscaba un motivo, tal vez necesitaba que hubiera un motivo. Sabía que no era el momento para ser orgullosa, en ese momento deseaba que alguien demostrara que de verdad le importábamos. Alguien que fuera capaz de entender nuestro dolor, que nos hiciera ver que no estábamos solas como creíamos. —Mara, no voy a negar que me dolieron tus palabras —me sinceré—. Yo solo quiero que todo quede atrás, quiero que el dolor pueda sanar, quiero que todo vuelva a hacer como era antes. Ella me observó con pesar, no dudó en envolverme en un abrazo cálido. Un abrazo casi reparador. —Aquí estoy, Laia —murmuró—. Siempre estaré. Agradecí internamente que estuviese aquí. Mamá apareció saludando a Mara, luego nos ordenó seguirla para degustar su comida recién hecha. Y todo, como lo suponía, estaba delicioso. La cena transcurrió con un ambiente acogedor, el hecho de tener un familiar aquí, preguntándonos sobre cómo sería nuestra vida de ahora en adelante nos animaba un poco ante nuestro cambio de ciudad. No podía seguir molesta con Mara, para ella mi padre fue como el suyo y aunque no tenía muy claro el porqué de sus palabras y acusaciones hacia mi padre no lo culpaba de ello, era consciente que a veces el dolor y la rabia del momento puede sacar cosas a relucir y, en este caso, falsas acusaciones a mi padre fue lo que ella expresó. Terminamos de comer y junto con mi prima nos encargamos de lavar los platos de la cena, mamá salió por algunas cosas para mañana nuestro viaje. —Ve el lado positivo —Mara secó los platos que le iba entregando—. Quizás te topes que un chico guapote. —dijo divertida, la miré indignada. —Mara —respondí en forma de queja—. No creo que sea el momento de hablar de esos temas. Me incomodaba pensar en otra cosa que no fuera mi padre. Aún era muy reciente todo, su muerte, su ausencia y no creía correcto hablar sobre algo tan innecesario como una relación o atracción por alguien más. —Solo trató de animarte. —se defendió. —Y no sabes cuánto lo aprecio. —le sonreí. Terminamos de ordenar los trastes y demás cosas de la cocina, Mara hablaba y me contaba cosas triviales. Cosas que ignoraba sin intención. Luego de unos minutos más mi prima tomó de nuevo sus cosas y caminó hacia la puerta. Sabía que se aproximaba nuestra despedida. —Te extrañaré mucho. —me abrazó con fuerza. Yo cerré los ojos, sabía que terminaría llorando de nuevo. —Y yo a ti. —mis ojos comenzaron a picar. Terminamos el abrazo y ella secó un par de lágrimas que lograron escapar de sus ojos verdes. Se despidió una vez más, esta vez, con la mano y comenzó a alejarse de mi casa. La noche ya hacía que la calle sea lo suficientemente oscura como para no percibir más que algunas sombras. Dejé de ver a mi prima luego de unos minutos. Todo volvió a la realidad cuando un camión bastante grande se estacionó frente a la casa. Y ahora estaba más segura de que esto no era un sueño y que en realidad mi padre fue asesinado y que mi madre y yo nos iremos de aquí. Estaba segura de que era lo mejor, de que, aunque nos fuéramos de aquí, mi padre siempre iba a estar junto a nosotras. Pero, irnos…, irnos fue el comienzo de algo horrible, algo que, ni mi madre ni yo, pensaba que podría sucedernos. Irnos fue nuestro boleto directo hacia nuestra propia muerte.
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