Recibiendo a Los Greystone
El salón principal había sido dispuesto con esmero. Los ventanales estaban abiertos para permitir que la brisa templada circulara, llevando consigo el aroma de las bugambilias del jardín. Sobre la larga mesa de roble, la vajilla de porcelana heredada de la madre de Rowan brillaba bajo la luz del mediodía. Los sirvientes, entrenados por la estricta señora Dunley, se movían con eficiencia silenciosa.
Isabella se había vestido con un conjunto de muselina color perla, discreto, pero elegante, con un broche de amatista al cuello que había encontrado entre las joyas guardadas en la casa. Su porte era sereno, aunque su corazón latía con fuerza. Era la primera vez que estaría en una mesa como anfitriona sin Lady Honoria.
Lord y lady Greystone fueron los primeros en llegar. El hombre, de bigote perfectamente recortado, tenía una voz profunda y autoritaria; su esposa, una mujer de ojos agudos, se deslizaba por el ambiente como si evaluara cada rincón.
- Lord Ashcombe, - dijo Greystone al saludar a Rowan con una inclinación cortés - una dicha poder verlo finalmente en sus tierras. Mucho se ha hablado de su regreso.
- Espero que lo que se ha dicho sea digno de réplica. - respondió Rowan, con una sonrisa medida. Luego, giró levemente hacia Isabella - Permítanme presentarles a lady Isabella Ashcombe, mi esposa, quien está ayudándome en la administración de la propiedad.
Lady Greystone alzó una ceja, evaluando a la joven con la mirada entrenada de quien sabe encontrar debilidad en una puntada mal dada.
- Encantada, lady Isabella. Tiene una tarea ardua entre manos.
Isabella inclinó la cabeza con gracia.
- Me honra poder contribuir. He revisado los informes de los últimos años. Hay mucho que puede optimizarse, si se escucha a quienes conocen la tierra.
Hubo un breve silencio. Luego, Greystone soltó una carcajada breve.
- Directa. Me gusta.
Durante el almuerzo, se sirvió sopa de calabaza con jengibre, aves de corral rellenas con hierbas frescas del huerto y tartaletas de moras. Isabella notó que Rowan apenas comía, concentrado en la conversación. Hablaban de límites de tierras, del deterioro de los caminos, de impuestos locales y del control de los comerciantes ambulantes.
Lady Greystone se inclinó hacia Isabella en un momento de la conversación y dijo en voz baja:
- No es común que una mujer joven tenga voz en estos asuntos.
Isabella la miró a los ojos, sin temor.
- No es común. Pero tampoco lo fue lady Honoria en su tiempo y, sin embargo, dejó su huella.
Los ojos de la mujer brillaron por un segundo.
- Así que ha leído sobre ella.
- Ella me ha instruido.
Lady Greystone no dijo nada más, pero sus labios dibujaron una línea fina que no era desdén. Era respeto.
Cuando el almuerzo terminó, Rowan escoltó a los invitados hacia la terraza mientras Isabella quedaba atrás, hablando con uno de los sirvientes sobre las flores frescas para el salón.
Desde la distancia, Rowan la observó unos segundos. En su rostro había una expresión nueva. No deseo, no solo. Era reconocimiento. Isabella había cruzado un umbral ese día y él lo sabía.
Un Baño Juntos. Confianza Total
Después de que el matrimonio se retiró. Isabella se retiró a su habitación. Estaba cansada, pero consideró que lo había hecho bien. Mañana le enviaría una carta a Lady Honoria para preguntar si ha escuchado alguna noticia del evento para mejorar.
La joven se desnudó y se cubrió con la bata para bañarse. Martha le había mencionado que su baño estaba preparado, pero ella la envió a descansar cuando se ofreció a ayudarla. Ya era tarde y no tardaría mucho.
La luz que entraba por los ventanales del baño era suave, dorada, como si el sol también supiera que allí dentro debía guardarse el silencio y la calma. Las losas claras estaban tibias bajo los pies descalzos de Isabella y el vapor formaba una niebla tenue que cubría los espejos. Había jazmín en el aire. Y lavanda. Y algo más: la sensación de estar al borde de algo que no sabía nombrar.
Cuando entró, vio a Rowan quien la observaba desde el otro lado de la estancia. Sus ojos no eran voraces ni exigentes, sino atentos. Serios. Como si la desnudez fuera algo mucho más profundo que quitarse el vestido.
- Ven. - le dijo simplemente.
Isabella obedeció, no sin que el corazón le diera un vuelco al dar el primer paso hacia él. Había aprendido ya a no temerle a Rowan, pero tampoco sabía cómo manejar la forma en que su presencia la alteraba. Era como si el aire a su alrededor vibrara distinto.
Rowan la ayudó a desvestirse, liberándola de la bata. No de golpe, ni como un hombre hambriento. Sino con lentitud. Como si la prenda fuera una barrera que se deshacía con cuidado. Primero el lazo de la espalda. Luego la bata...
Isabella bajó la mirada. No por vergüenza, sino por vulnerabilidad. Su piel se erizó al sentir el aire más fresco en su cuerpo expuesto. Pero no dio un paso atrás.
- Eres hermosa. - murmuró Rowan, acercándose solo lo suficiente para rozar con la yema de los dedos el nacimiento de sus hombros - No por lo que los hombres desean ver, sino por lo que en verdad eres.
Su esposa tragó saliva. Cerró los ojos. Y dejó que él la guiara.
La bañera de mármol estaba llena de agua humeante, con pétalos flotando en la superficie. Se sumergió despacio, con un suspiro que salió de lo más profundo del pecho. La calidez del agua la envolvió como un abrazo invisible. Su cabello se oscureció al mojarse y quedó suelto sobre sus hombros. Rowan, tras quitarse el chaleco y la camisa, se sentó en el borde y se desnudó frente a ella para luego entrar con ella.
No se apresuró. No la tocó enseguida.
Se ubicó detrás, con las piernas a ambos lados de su cuerpo. Y solo entonces tomó una esponja y un paño, que sumergió en el agua perfumada.
- Solo quiero que respires. - le dijo en voz baja - Solo eso.
El paño caliente recorrió primero su cuello, con suavidad. Luego los hombros, trazando líneas lentas que la hicieron cerrar los ojos. Cada caricia del paño era como una promesa. No había urgencia. No había presión. Solo presencia.
Cuando llegó al borde superior de sus pechos, ella se tensó un poco. Pero no se apartó. No después de tantas noches compartidas. Aun así, esta vez era diferente. Más íntimo, más delicado. Más revelador.
El joven no se abalanzó. No cubrió sus senos de inmediato. Solo los rodeó. Tocó los contornos con la palma tibia y luego, con la esponja, hizo círculos suaves que la hicieron temblar. Cuando al fin los rozó directamente con su mano, fue con la misma ternura que uno acariciaría algo sagrado.
Isabella apoyó la espalda en su pecho y Rowan la rodeó con sus brazos.
- Tu cuerpo también habla, aunque aún no entiendas su idioma. - le susurró.
La joven sintió su respiración en la nuca. Lenta. Profunda. Como si él también se contuviera. Como si el momento fuera frágil.
La mano de Rowan descendió con paciencia por su vientre. No invadió, solo descansó ahí. Caliente. Firme.
- Aquí. - dijo, posando la palma sobre el bajo vientre - Aquí podrías llevar una vida, algún día.
Isabella sintió un cosquilleo profundo, no solo físico. Algo más hondo. La imagen de un futuro que ya se había atrevido a imaginar. Un hijo. Su hijo. Un hijo de él.
La otra mano bajó lentamente entre sus piernas. No brusca. No como un amante hambriento, sino como un maestro enseñando con respeto.
- Toca aquí. - le indicó, tomando su mano y guiándola con la suya.
Isabella tembló. No por miedo, sino por incertidumbre. Era un terreno nuevo. Jamás se había tocado así. Ni siquiera había considerado hacerlo. La vergüenza intentó alzarse… pero fue barrida por el calor del agua y la calma de su voz.
Lo hizo. Primero tímida, como quien tantea en la oscuridad. Luego, cuando Rowan le enseñó el ritmo, la presión, el lugar exacto… el placer comenzó a crecer, como una llama tenue alimentada por el aire correcto.
Los ojos de Isabella se abrieron un instante. Luego se cerraron de nuevo. El mundo se redujo al agua, a su cuerpo, a su respiración que se aceleraba sin control. Rowan no la apresuró. Solo la sostuvo, murmurando elogios suaves, palabras que no entendía del todo, pero que la mantenían anclada.
El primer orgasmo llegó como una marea. No lo vio venir. No sabía qué era. Su cuerpo se arqueó bajo el agua, sus muslos se tensaron, su espalda buscó el pecho de él como refugio. Y cuando la ola la arrasó, un gemido escapó de su garganta sin permiso.
Isabella jadeó. Abrió los ojos. Miró sus propias manos, su pecho agitado, la piel húmeda. Y entonces lo supo.
- ¿Eso… fue…?
Rowan asintió. Su voz fue un susurro tibio en su oído:
- Eso es placer, Isabella. El primero… de muchos que podrás darte.
La joven no supo qué decir. Solo apoyó la cabeza en su hombro. Su piel latía. Todo su cuerpo parecía nuevo. Como si hubiese despertado de un largo letargo.
Por primera vez, no sintió culpa. Ni vergüenza. Ni temor. Solo un extraño sentido de poder y dulzura. De pertenecer a sí misma.
Rowan no la presionó para más. Solo la besó en la frente y luego en la nuca, donde sus cabellos húmedos se pegaban a la piel.
Permanecieron así, en silencio, hasta que el agua comenzó a enfriarse.
Y cuando salieron del baño, envueltos en toallas, Isabella supo que algo había cambiado.
En ella.
Y entre ellos.