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1778 Words
Bajo La Lluvia El cielo había comenzado a encapotarse desde media mañana, pero la brisa fresca y el murmullo de los árboles invitaron a Isabella a salir a caminar por el sendero norte del jardín, ese que serpenteaba entre robles centenarios y bordeaba el estanque de los patos. Rowan, al verla prepararse, insistió en acompañarla. No era común que se ofreciera de manera tan directa, pero aquella mañana parecía buscar cualquier excusa para estar cerca. - Un paseo antes de la lluvia no puede hacer daño. - dijo, poniéndose los guantes mientras le ofrecía el brazo - Aunque no garantizo que salgamos secos. - Si nos mojamos, será culpa tuya por alentarme. - respondió ella, sonriendo con ligereza. La risa de Rowan fue profunda, casi burlona, pero sin filo. El paseo fue tranquilo al inicio. Conversaron sobre detalles de la villa, sobre cómo los árboles parecían más altos que cualquier edificio de la ciudad. Isabella hablaba poco, pero sus ojos exploraban con la misma curiosidad que un cuaderno en blanco. Rowan, por su parte, caminaba con paso seguro, observándola de reojo. Cada gesto de ella - el modo en que giraba el rostro hacia la luz, cómo se recogía el cabello cuando el viento lo desordenaba - le marcaban el tiempo como un metrónomo secreto. Pero entonces, sin previo aviso, los cielos se rompieron. Un trueno rugió en la distancia, y la primera ráfaga de lluvia cayó con violencia. No hubo aviso, solo un crujido del aire y luego, agua. Abundante, impiadosa. - ¡Vamos! - gritó Rowan, tomándola de la mano. Isabella corrió con su esposo, alzando la falda para no tropezar, pero el sendero se volvió resbaladizo y desigual. El barro comenzó a formarse entre los bordes del camino y, antes de que pudiese evitarlo, su pie pisó en falso una raíz cubierta de hojas mojadas. Cayó con un gemido ahogado. - ¡Isabella! - Rowan se arrodilló de inmediato, tomándola por los brazos - ¿Dónde te has hecho daño? - Mi tobillo. - dijo, frunciendo el ceño mientras intentaba no llorar por la torcedura. El dolor era agudo, punzante. La lluvia no cesaba. Rowan miró a su alrededor, evaluando. El viejo invernadero de piedra no estaba lejos, parcialmente oculto por la vegetación. La tomó en brazos sin pedir permiso. - Te llevo allí. Ella protestó, pero su voz fue débil ante la determinación de él. El contacto de sus cuerpos, el calor que se compartía pese al frío de la lluvia, la dejó en silencio. El invernadero era oscuro, apenas iluminado por las rendijas de los ventanales. Olía a humedad, madera envejecida y tierra viva. Rowan la depositó con suavidad sobre un banco cubierto por una manta olvidada. Luego, se arrodilló y tomó su pie con delicadeza. - Déjame ver. - Está sucio. - murmuró ella, avergonzada - El barro... - No me importa. - dijo él, con voz más baja - Solo tú me importas ahora. Deslizó con cuidado el botín empapado, desabrochando los lazos con manos firmes. Luego, levantó la falda hasta la rodilla sin pedirlo, pero con una pausa que le dio tiempo a ella para detenerlo… si quería. Isabella no lo hizo. Sus dedos, cálidos pese al frío, recorrieron su pantorrilla con lentitud. Acariciaban, sí, pero también examinaban. Rowan palpó con suavidad la articulación, el arco del pie, buscando señales de inflamación. La piel de ella se erizaba al contacto, no por el clima, sino por otra cosa. - ¿Duele aquí? - preguntó, presionando con cuidado el costado del tobillo. Ella asintió, mordiéndose el labio. - Nada roto. - concluyó él - Solo torcido. Estarás bien en un par de días si descansas. Pero no retiró la mano. La mantuvo allí, sobre su pierna. El pulgar trazaba círculos lentos, hipnóticos, sobre su piel húmeda. Luego, bajó un poco más… hasta el tobillo, masajeándolo con firmeza. Isabella contuvo la respiración. - Tu piel está fría. - dijo él, casi en un murmullo. Entonces, inclinó el rostro y besó su rodilla, apenas por debajo del dobladillo. Fue un roce sutil, cálido y húmedo por la lluvia, que la hizo cerrar los ojos sin pensarlo. - Rowan… - susurró, pero su voz fue más una pregunta que un reproche. El joven levantó la mirada. Estaba arrodillado aún, con el rostro muy cerca del muslo de ella. El calor de sus cuerpos hacía que el ambiente húmedo del invernadero no importara. - Quiero cuidarte. - dijo él - No solo en público. No solo porque se espera. Quiero que te sientas segura conmigo. Sus dedos subieron un poco más, bordeando el muslo apenas cubierto por la enagua mojada. Luego, con un suspiro, retrocedió. - Debemos volver cuando amaine la lluvia. - añadió, incorporándose. Isabella asintió, aún aturdida. Las veces que Rowan la había tocado, había sido brusco y enfocado a penetrarla. Nunca la había tocado suave como ahora y eso hizo que su cuerpo ardiera. Mientras esperaban, Rowan se sentó a su lado, cubriéndola con su chaqueta. La abrazó por los hombros con naturalidad y ella apoyó la cabeza en su pecho sin palabras. El silencio entre ellos era denso, cargado de algo nuevo, más palpable que el vapor que empañaba los cristales. Cuando la lluvia cesó y salieron, ella ya no cojeaba tanto, pero el temblor en sus manos no tenía nada que ver con el tobillo. Bajo La Piel La lluvia había cesado hacía horas, pero el sonido persistente del agua goteando desde los aleros y el aroma húmedo de la tierra impregnaban aún los pasillos de piedra. Isabella se había retirado temprano, alegando cansancio. En realidad, no podía dejar de pensar en lo ocurrido en el invernadero. La forma en que Rowan la sostuvo, sus dedos en su pierna, el beso... Fue un contacto sutil, sí, pero había encendido una inquietud nueva, desconocida, que aún latía bajo su piel. Estaba sentada junto al fuego de su alcoba, envuelta en una bata de dormir de lino suave, con el cabello suelto y los pies descalzos sobre una manta. La habitación olía a lavanda y leña. No leía. Solo miraba el fuego como si pudiera encontrar allí una respuesta. Un golpe discreto en la puerta la hizo levantarse. - ¿Sí? - Isabella. - dijo la voz profunda y pausada de Rowan. Ella dudó un instante, pero caminó hasta la puerta y la abrió. No esperaba verlo tan... informal. Llevaba solo camisa blanca, sin chaqueta ni chaleco, con las mangas remangadas hasta los codos. El cabello aún húmedo, suelto sobre la frente. La mirada, cálida, pero con algo más debajo. Algo decidido. - ¿Puedo pasar? La joven asintió, apartándose para dejarlo entrar. - Quería saber cómo está tu tobillo. - dijo él mientras cerraba la puerta. - Mejor. - respondió, nerviosa - Martha lo vendó. Me ha dolido menos desde entonces. Rowan la observó un segundo más de la cuenta. Luego caminó hacia el fuego y se sentó en el sillón frente al de ella, como si lo hiciera cada noche. - No pude dormir. - confesó - Pensé en ti. En cómo corrías bajo la lluvia, riendo. Y luego… tu gesto de dolor. Me preocupaste. Ella bajó la mirada. No sabía cómo responder a esa ternura inesperada. El joven se inclinó hacia ella. - Isabella, ¿Puedo tocarte otra vez? El corazón de ella dio un vuelco. La pregunta era directa, pero su tono no tenía urgencia. Solo sinceridad. - ¿Dónde? - susurró, sin saber cómo su voz no le tembló. Rowan extendió la mano, abierta, hacia ella. - Déjame ver tu tobillo de nuevo. Solo eso, si lo deseas. Isabella dudó, luego se incorporó y extendió la pierna, colocando el pie sobre su muslo. Rowan desató con suavidad la venda, la observó, acarició los bordes de la piel inflamada. - Aún está sensible. - dijo, casi con tristeza - Has de tener cuidado. Sus dedos subieron levemente, acariciando la curva interior de su pantorrilla con la yema. Luego se detuvieron. - ¿Te molesta? La joven negó con la cabeza. Su cuerpo, sin embargo, estaba tenso, alerta, como si cada nervio hubiese despertado de golpe. Rowan alzó la vista, buscando su rostro. - ¿Sabes que eres hermosa? – preguntó - No porque lo esperen de mí, no porque seas mi esposa. Lo pienso de verdad. Tienes una piel que no debería esconderse. La joven tragó saliva, nerviosa. No sabía si debía agradecer o protestar. Rowan bajó la cabeza y besó con suavidad la parte interior de su rodilla. Luego otro beso más arriba. Sus labios eran cálidos, pacientes, como si dibujaran una ruta sobre su piel. Y después, se detuvo. - No haré nada que no quieras. - dijo, aún sin apartar la mano de su pierna - Pero quiero que empieces a sentir. A reconocer lo que tu cuerpo te dice. Isabella respiraba agitada, no por el dolor de su tobillo, sino por esa tensión nueva, desconocida, que se extendía desde donde él la tocaba hasta el centro mismo de su pecho. - ¿Y si no entiendo lo que siento? - murmuró. Rowan sonrió, casi con ternura. - Entonces te enseñaré. Se incorporó con lentitud, dejando su pierna sobre la manta. Caminó hasta ella, que no se había movido del todo y se arrodilló frente a su sillón. Luego, tomó su mano y la llevó a su propio pecho, donde el latido era firme. - Empieza aquí. - susurró - ¿Sientes como late? La joven asintió. - Eso es deseo, Isabella. No es un pecado. Es algo que vive en nosotros desde que respiramos. No hay vergüenza en sentirlo. Sus dedos, entonces, rodearon su muñeca, y con lentitud, deslizaron su mano hacia su cintura, luego hacia la cadera, sobre la bata. - Cuando te toco así… ¿Qué sientes? - No lo sé. - confesó ella, aunque su voz temblaba. - ¿Te da miedo? - No. Pero no estoy acostumbrada… - Entonces iremos lento. Inclinó el rostro y besó la base de su cuello, apenas sobre el hueso. Luego otro beso detrás de la oreja, donde la piel era más fina. Ella cerró los ojos. Podía oír su respiración, la suya y la de él, entrelazadas. - Te prepararé un té. - susurró Rowan al oído - De los que hacen en casa. Ayuda a relajar. Te vendrá bien esta noche. Se levantó sin decir más, caminó hacia la puerta, pero antes de salir, la miró de nuevo. - Estás despertando, Isabella. No tengas miedo de ti misma. La puerta se cerró en silencio. Y ella quedó sola, con las mejillas encendidas, las piernas temblorosas… y una nueva certeza palpitando bajo la piel.
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