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928 Words
La Sala de Música y El Tacto Como Promesa La Sala de Música olía a cuero viejo, tinta seca y el perfume dulce de las flores que Martha había colocado esa mañana junto al ventanal. Isabella se encontraba sentada en la butaca más cercana a la chimenea, con un libro abierto entre las manos, pero la mirada perdida. Desde lo ocurrido en la biblioteca, sus pensamientos no la dejaban en paz. Había dormido mal, no por incomodidad, sino por una sensación nueva: una especie de hambre insaciable que no sabía cómo nombrar. Sus manos tocaban ahora su propio abdomen, como si necesitaran confirmar que seguía siendo ella misma. Pero algo había cambiado. Había una tensión viva entre su piel y su alma. Una memoria reciente que la hacía estremecerse con solo recordar el tono grave de la voz de Rowan, la forma en que la miraba cuando ella se rendía a lo que sentía. - Te ves tan concentrada… - dijo esa voz justo detrás de ella. Isabella dio un pequeño respingo. Rowan cerró el libro que ella tenía abierto con un gesto suave y se inclinó junto a la butaca. Llevaba la camisa abierta en el cuello y el cabello más revuelto de lo habitual. Había salido a montar por la mañana, pero aún traía en la piel el aroma de sándalo y brisa que la hacía querer respirar más hondo cada vez que se acercaba. - No es concentración. - murmuró ella - Es distracción. - ¿Por qué? - Porque me dejaste pensando… en todo lo que aún no sé. Sobre mí. Sobre esto. - deslizó una mano por su torso, con timidez - Sobre lo que tú haces que sienta. Rowan la miró largo, y algo oscuro y cálido se encendió en sus ojos. - Entonces déjame enseñarte un poco más. - dijo con lentitud. Tomó su mano, la ayudó a incorporarse y la condujo hasta una mesa, donde extendían las bandejas. La hizo sentarse sobre la madera pulida, con las piernas colgando y se colocó entre ellas. Isabella jadeó apenas cuando él empezó a desabotonarle el vestido, uno a uno, sin apresurarse. Su piel se erizó al contacto con el aire, pero no por frío: era anticipación, deseo y un poco de vergüenza deliciosa. Rowan acarició con el dorso de los dedos su pecho cubierto aún por la ropa interior y luego el estómago, como si estuviera dibujando un mapa invisible. - No es solo lo que puedes sentir aquí. - dijo, y presionó suavemente justo bajo su ombligo - Es también aquí. - y besó la base de su garganta - Y aquí. - acarició la curva de sus senos - Tu cuerpo entero es un instrumento. Lo que hago… solo es ayudarte a afinarlo. El lugar estaba silencioso, bañado por la luz ámbar de la mañana que se filtraba a través de las pesadas cortinas. - Tus manos tiemblan. - dijo él con voz grave - ¿Por qué? La joven no supo qué responder. Rowan se acercó y con lentitud, recogió su cabello, dejando al descubierto la línea de su nuca. Isabella cerró los ojos cuando sintió sus labios rozar la piel. - ¿Sabías que hay zonas que responden al más leve toque? - susurró. Los labios apenas rozaron su piel otra vez. Isabella se estremeció. Rowan no la apresuró. Solo acarició sus brazos, luego su cintura, como si esperara que su cuerpo entendiera antes que su mente. El fuego se encendió sin quemar. Algo nuevo. Algo que pedía más. Sus palabras eran música baja, íntima y con cada una Isabella sentía que se rendía un poco más. Cuando él inclinó el rostro y comenzó a besar el centro de su pecho por encima de la tela, sus pechos reaccionaron de inmediato, tensos, dolorosamente conscientes de su presencia. Ella gimió, suave y arqueó la espalda hacia él. - Rowan... - Dime qué sientes. - le pidió, su aliento cálido - Quiero que aprendas a nombrarlo. - No lo sé. - admitió ella, con la voz rota - Es calor. Es... presión. Y un vacío también. Como si me faltaras por dentro. Rowan sonrió contra su piel, complacido. - Bien. Eso es deseo. Y eso eres tú... abriéndote. Las caricias se tornaron más audaces. Isabella comenzó a moverse instintivamente contra su cuerpo, a buscar el roce, la fricción. El joven no la guio con palabras esta vez, sino con el ritmo de su respiración, con los suspiros que escapaban entre ellos. La dejó tomar la iniciativa, moverse mientras él acariciaba su espalda desnuda, sus costados, sus muslos. Y cuando llegó nuevamente al límite, al momento en que su cuerpo entero se tensó como una cuerda, Rowan simplemente la sostuvo, la ancló y la acompañó. No era un orgasmo tan explosivo como el primero. Era más hondo, más íntimo. Como una ola que la empapaba desde dentro. Esta vez no lloró. Rio. Rio con la risa breve y entrecortada de quien ha sido liberada de algo que no sabía que la ataba. Y Rowan la besó entonces, no como un maestro a su alumna, sino como un hombre que empieza a entregarse sin darse cuenta. - Te estás volviendo peligrosa, Isabella. - le susurró al oído - Empiezas a gustarme más de lo que debería. La joven apoyó la frente en su hombro, sin atreverse a preguntar qué significaban esas palabras. Solo sabía que quería más. Más de esa calidez, más de esa sensación de completud. Más de Rowan. Y no se daba cuenta todavía de cuán frágil era esa ilusión.
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