New york post:
Uno de los solteros más codiciados de la ciudad de Nueva York, Julián Waltham, de veintiocho años, está a punto de recibir una herencia olvidada de un pariente lejano en Inglaterra, si y solo si se casa.
El playboy británico tiene seis meses para casarse y, al parecer, está recibiendo una lluvia de propuestas de matrimonio de mujeres interesadas de todo el mundo. Es un sorprendente giro de ironía para uno de los mejores abogados de divorcio de Nueva York, un autoproclamado soltero empedernido, y toda la ciudad está ansiosa por ver cómo se desarrolla esto.
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JULIAN
Una mano agarra mi polla, acariciándola de forma desigual.
Normalmente aprecio esta forma de despertarme, pero sus movimientos entrecortados dejan mucho que desear. Retuerce la palma de la mano, creando una fricción desagradable. En serio, ¿Quién le enseño a esta chica a masturbarse?
–¡Ouch! Mierda– me incorporo de repente, apartando mi polla de su agarre. La maldita cosa me escuece como si se hubiera quemado con una alfombra. Su técnica descodada casi me hace querer enseñarle a manejar correctamente el apéndice más importante de un hombre. Casi.
–¿Qué pasa, sexy? – ronronea, y vuelve a tocar mi pene saliente. El cabrón sigue duro.
Me estremezco. No. Considero volver a demostrárselo. Curva la palma ligeramente alrededor, justo debajo de la coronilla, deslízala hacia arriba… pero no.
–Tengo una reunión importante esta mañana–
–¿En domingo? – dice con un puchero.
Me pongo de pie, agarro un par de pantalones deportivos de mi cómoda y me los pongo. –Tengo que estar en la iglesia en una hora–. Iré al infierno por esta mentira.
Ella asiente. Su cabello rubio esta enmarañado, por un lado, no es que pueda culparla por eso; estoy bastante seguro de que lo llene de semen anoche. Las cosas se pusieron un poco salvajes, y aparentemente rompí mi propia regla sobre dejar que un rollo de una noche se quede a dormir. Aún así, siempre trato a las mujeres con respeto, así que incluso si solo estaba tirando de mi polla como si fuera una manguera de jardín, no voy a gritar ni echarla.
Créeme, se irá en cinco minutos, como máximo, pero lo hará con una sonrisa agradable en su rostro y un gracias por la noche anterior en sus labios. ¿Por qué? Te preguntarás.
Porque soy Julián hijo de puta Waltham, un abogado exitoso, uno de los solteros más codiciados de la ciudad de Nueva York y añadiendo un apéndice bastante bonito, las bragas se derriten cuando abro la boca. Crecí en Inglaterra y mi acento británico es como un lubricante. Hace que las chicas se mojen al instante.
Mientras se viste, agarro mi teléfono y veo que tengo cuarenta y dos llamadas perdidas y docenas de mensajes de voz y mensajes de texto. La mayoría son de mi tío Harry, con quien no he hablado desde la reunión familiar de los últimos diez años. Y varios son de mi mejor amigo Tyler.
¿Qué demonios?
Marco el número de mi tío Harry y espero mientras suena.
–Julián, gracias a Dios que te he contactado. Tengo una noticia bastante impactante–
Mi primer pensamiento es que algo le paso a mi madre. Salgo descalzo a la sala para darle a mi invitada algo de privacidad en el baño. Me quedo allí con el teléfono pegado a la oreja, la mandíbula abierta y una mano en la parte delantera de mis pantalones, revisando mi pene dolorido en busca de lesiones mientras intento comprender lo que Harry está diciendo.
Algo sobre el abuelo de mi madre, a quién nunca conocí y, honestamente, no sabía que aún vivía, y un testamento y millones de dólares en juego.
–Ve al grano, Harry. ¿Qué estás diciendo? –
–¿Estás cerca del televisor? – pregunta.
Agarro el control remoto y enciendo el televisor. Hay una imagen de mi cara en CNN. La foto es mía sonriendo con una camiseta de los Yankees, tomadas este verano. Es de mi cuenta personal de r************* .
¿Qué demonios? El presentador de noticias está diciendo algo sobre una herencia.
–Es una trama apta para la gran pantalla, esto es todo menos ficción. Se dice que Julián Waltham, un abogado de Nueva York, recibirá una herencia multimillonaria al casarse–
Escucho detrás de mí y presiono el botón del control remoto para silenciar el televisor.
–Te llamo luego, Harry– después de vomitar.
–¿Eres tú? – pregunta la chica cuyo nombre no recuerdo, abriendo mucho los ojos al ver los titulares que aparecen en la pantalla.
Hago un ruido de asentimiento, quedándome repentinamente sin palabras.
–¿Tienes que casarte? – pregunta, con la voz suavizada. La Barbie de pelo de semen me mira con renovado interés.
–Iglesia. Tengo que ir a la iglesia– murmuro de nuevo. Esta vez no es mentira. Necesito rezarle a Dios para que esto sea solo un sueño. De ninguna manera me voy a casar, ni por todo el dinero del mundo.
Excepto… que me doy cuenta con horror lo jodido que estoy.