SAHARA
La visita de la señora Cecilia me impidió aclarar cuentas con mi jefe. Hoy no me voy sin dejar clara mi posición respecto al tema.
Antes de ir a mi escritorio a trabajar, me voy directo a la oficina de mi jefe. Martha llora mientras recoge sus cosas en una caja.
—¿Qué pasó?
—La señora Cecilia me despidió porque no le avise al señor que venía.
—Es injusto, todos nos equivocamos de vez en cuando. Somos humanos.
—No fue mi culpa, el señor recibió una llamada y salió prácticamente corriendo. Le iba a decir en ese momento, pero luego regresó y te mandó llamar.
Bien pude evitar que Martha se fuera de la editorial, pero se armaría una guerra si le digo a Martha el motivo de la ausencia del jefe, además no soy una chismosa.
—Ya está listo su cheque de liquidación —comenta el señor Miramontes al llegar a su oficina.
—Señor, tengo que hablar con usted.
Me lanza una mirada fulminante.
—¿Ya tiene usted listo el artículo para el aniversario?
—Sí —miento para despistar a Martha.
—Entre, por favor.
Camino atrás de él.
—¿De qué será el artículo?
—He venido a hablar acerca de lo de ayer.
Suelta una risita sarcástica y se acomoda en su silla.
—¿Cuánto más quieres?
—No quiero el dinero, ese es el problema.
—¿Crees que eres astuta? No te voy a dar más, así que te puedes ir igual que Martha.
—No tiene que ser grosero, recuerde que bien puedo ir a otra revista y contarles lo que vi. Ese sería un encabezado espectacular.
—Firmaste los documentos, si dices algo, te puedo demandar.
—Me podrá demandar, pero no iré a prisión por ello. Mi demanda se puede pagar sola si le vendo la información a sus rivales. No tengo un artículo, quiero eso a cambio. Rechazo el dinero a cambio de que me ayude con el artículo o acepte lo que sea que logre investigar.
—Todo pasa por la directora, sino es bueno, vete olvidando de tu empleo. Cecilia está obsesionada con la perfección.
—Entonces ayúdeme.
Se frota el rostro con su mano izquierda, se lo piensa un poco, pero al final acepta.
—Cuatro en punto.
—¿Cómo dice?
—Ve y finge que trabajas, te veo a las cuatro en punto. Me vas a esperar frente a la cafetería "Mango" que está a dos cuadras de aquí.
Asiento.
Él conoce a su madre y sabe perfectamente que artículo llamará su atención.
No intento fingir mi trabajo, realmente me la pasé buscando algo interesante en internet mientras esperaba la hora.
Salgo de la oficina quince minutos antes para no llegar tarde ni corriendo.
Espero enfrente de la cafetería tal y como él me lo ordenó. Justo a las cuatro en punto su Rolls Royce plateado se estaciona enfrente.
Miro hacia ambos lados como si estuviera cometiendo un crímen y me subo al auto.
—¿A dónde vamos, señor? —le pregunto mientras me ajusto el cinturón de seguridad.
—A mi departamento, no puedo andarme paseando por ahí con mis empleados. Hay un paparazzi en cada esquina.
No le puedo ofrecer mi departamento, ya que no vivo sola y mi madre es demasiado eufórica, luego luego va a argumentar que el señor y yo tenemos algo más que una relación de trabajo. Va a resultar demasiado incómodo que lance comentarios inapropiados.
Observo con atención el camino, era natural que un hombre así viva en un barrio lujoso; sin embargo, el departamento del señor Miramontes es más pequeño de lo que esperaba, pero es elegante.
No quiero hacerlo sentir incómodo, así que no me centro en fisgonear los bellos detalles del interior de su intimidad.
—Tome asiento.
Obedezco y me siento en el mullido sillón de terciopelo color n***o.
—Me voy a duchar y luego vengo con usted. Lo siento, es que no me gusta andar en casa si vengo de la calle y no me baño.
—No se preocupe.
Se retira y entra a una habitación mientras yo observo. Ya puedo darme esa libertad si él no está mirando.
Tiene esculturas algo extrañas, simulan posiciones de tortura. Solo tiene un par de fotografías donde se muestra feliz a lado de una mujer muy guapa. ¿Será su novia? Quién sabe, por lo que vi ayer, ya no sé ni qué esperar de un hombre como él.
Un fuerte alarido retumba en la habitación donde se metió a bañarse. Me austo un poco, me acerco hacia la puerta y dudo en entrar. No sé qué hacer, es mi jefe y no puedo permitir que muera. Pudo haberse caído y golpeado la cabeza, así que me animo a entrar con toda la vergüenza del mundo.
—¡Diablos! —los gritos vienen de lo que parece ser el baño.
—Señor, ¿se encuentra bien? —pregunto mientras toco la puerta.
—¡¿Por qué has entrado?!
Me asusto y retrocedo. Su cama me llama la atención al mismo tiempo que me aterra terriblemente.
Hay cadenas y objetos extraños de tortura. No me percaté de eso cuando entré, estaba más apurada y preocupada entonces.
Santiago Miramontes sale del baño con una toalla enredada de la cintura para abajo.
Me asusto y tropiezo quién sabe con qué y caigo al suelo.
—¡Maldita sea! —maldice mientras se frota el rostro. Puedo ver que realmente está muy molesto.
No consigo emitir palabra alguna. Su torso desnudo me pone incómoda.
Suspira profundamente e intenta guardar la calma.
—Bien, pregunta lo que quieras. Ya lo has visto todo.
Sigo sin poder decir nada, honestamente no me interesa su vida privada. Si es algún tipo de psicópata es muy su problema mientras no se meta conmigo.
Extiende su brazo y me ofrece su mano para ayudarme a que me ponga de pie.
Dudo un poco, pero le tomo la mano.
—Imagino que te preguntas qué demonios es todo esto. Pues mira, yo, yo soy...
—No necesita darme explicaciones, es su vida privada y no me concierne absolutamente nada de todo esto. Me disculpo por haber entrado sin permiso, me preocupó su grito y pensé que algo le había ocurrido. Veo que se encuentra bien, así que voy a esperar en la sala.
Salgo de su habitación y me quedo quieta en el sillón.
Minutos más tarde sale de su habitación. Camina con inseguridad hacia mí.
—¿Deseas beber algo? Tengo jugo enlatado y agua embotellada.
—Agua está bien.
Va por un par de botellas y se incorpora al sillón pequeño que está frente a mí.
—Vamos a empezar —enciende la laptop que está sobre la mesa de centro—. Se me ocurre que podrías probar con productos de belleza coreana. Últimamente sus técnicas se han vuelto tendencia en las redes.
—Podría funcionar.
—Hace un rato hice una lista de productos caseros para tener una piel de porcelana. Si pruebas algunos y funcionan podrías hacer un artículo al respecto.
—¿Eso es todo? ¿De verdad considera que una receta casera logre tener un gran impacto en su madre?
—No la llames "mi madre", ella es la directora para ti.
—Lo siento, ¿de verdad cree usted que una receta casera pueda impresionar a la directora?
—Supe que ha adquirido productos de belleza muy buenos en su último viaje a Corea. Tiene cierta inclinación por costumbres orientales.
—Entiendo, entonces vamos a revisar la lista y comenzamos a probar.
—¿Comenzamos? ¿Pretendes usarme como modelo?
—Usted prometió ayudarme, y ahora que lo he visto todo no puede negarse.
—Dijiste que mi vida privada no era de tu incumbencia, no puedes simplemente ir por ahí contando lo que viste si no sabes nada al respecto. Imagino que esa faja te cortó tanto la circulación que no puedes pensar con claridad.
Me ruborizo al instante, por fuera aparento ser una mujer segura y firme; sobre todo con mi apariencia física. Todas las mañanas me levanto, me miro al espejo y lloro un instante mientras pellizco con mis manos el exceso de grasa que tengo a los costados. Maldigo al cielo por haberme dado un enorme trasero de elefante y me prometo hacer un esfuerzo por ir al gym. Después me calmo y digo que soy perfecta exactamente como soy. Trato de creerme esas palabras, pero escucho comentarios negativos y burlones en la calle, en el trabajo y hasta en el edificio donde vivo y esos ánimos terminan por los suelos todas las noches que llego y trato de hacer los ejercicios que me encuentro en Youtube, pero estoy tan cansada que desisto a los cinco minutos y me voy directo a la nevera para saciar ese vacío con helado.
—¿Qué ocurre? ¿Mi comentario te afecto tanto?
—Usted no tiene ningún derecho, es atractivo, tiene buen cuerpo, bonito rostro y excelente porte. Pero eso no le da derecho de burlarse de mi físico.
—¿Quién dijo que me estaba burlando? Tú empezaste con amenazas acerca de lo que no sabes. Además, considero que tu físico no es motivo de burlas ni de vergüenza. Eres perfecta tal y como estás.
Me ruborizo todavía más, no esperaba que fuera tan amable a pesar de que lo he amenazado. Sé que miente y sé que lo hace para evitar que sus oscuros secretos sean revelados. No pienso decir nada, solo deseo conservar mi empleo.
—Agradezco sus mentiras, no se preocupe, no voy a decir nada.
—¿Por qué crees que miento?
—¡Por favor, señor! Sé muy bien que a usted le gustan las modelos con cintura de avispa y caderas delgadas. He visto salir a decenas de ellas de su oficina.
Suelta una carcajada.
—¿Es eso lo que piensan de mí en la editorial?
—Es usted el futuro CEO de la editorial, y la editorial es dueña de la revista de moda y belleza más leída. Es obvio que se espere que usted salga con alguna modelo famosa.
—¡Wow! Los prejuicios de la gente me siguen aterrando. Podrá parecer así, pero no me gustan las modelos esqueléticas que trabajan en la revista. De hecho, ni siquiera me gusta estar como subdirector de la revista. Hace años pensé en volverme escritor o trabajar en el área literaria, sin embargo a la directora le fascina la moda y decidió enviarme a trabajar con la revista, y dado al éxito que ha tenido desde que trabajo con Chik's, será imposible que me muevan de sector.
—Yo siempre pensé que usted era un hombre narcisista.
—Las apariencias engañan.
—Pero eso no quita que usted sea un hombre controlador.
—¿Crees que soy controlador por lo que viste en mi habitación?
—Eso, además de sus raras esculturas. ¿Le gusta torturar a la gente?
—Todo lo contrario, me gusta que me torturen a mí...
No me lo esperaba, y menos de él, siendo un hombre tan perfeccionista y controlador en la oficina.
—Veo que mi confesión te ha dejado atónita, pero me gustaría saber qué piensas al respecto.
—Bueno, yo... no lo sé. He oído del sadomasoquismo en la cama, aunque no sé mucho al respecto.
—Me gustan los juegos de rol, dominador y sumiso.
—¿Y usted es el sumiso?
—Lo era hasta que...
—¿Hasta que se cansó?
—¡No, eso no! Anna, mi antigua ama, ella murió en un accidente. Desde entonces no he vuelto a tener ama, simplemente no hay nadie como ella.
—¿La amaba?
—Lo hacía, aunque ella jamás lo supo. No me atreví a hacerlo, ya que ella amaba su libertad, además de que una relación romántica entre un amo y su sumiso es muy complicada y requiere de cierta disciplina.
—Lo siento.
—No le cuento esto a cualquier persona.
—¿Por qué me lo ha contado a mí?
—Porque se que eres muy disciplinada en tu trabajo, puedo notar que eres una persona seria y comprometida. Me agradas, y es por eso que te quiero pedir que seas mi ama.
—¿Yo? ¡No!
Saca del interior de su saco color gris un collar de cuero color gris que parece hecho para un can fiero. Se levanta, camina hacia acá, se coloca de rodillas frente a mí y lo pone sobre mis piernas. Adopta un papel de cachorro callejero suplicando por un hogar.
Se me acelera el corazón al oírlo gemir como un perro triste. Pone su mano sobre mi pierna derecha como lo haría un perro y frota su rostro en mis muslos.
Me levanto y salgo corriendo de su departamento. Bien dicen que los ricos están un poco locos.