Solo dejame en paz.

1665 Words
Yo estaba descansando cuando tocaron la puerta, cuando salí a recibir al visitante descubrí que se trata del mismo abogado de la clínica. Esta vez no me veía con el mismo desdén de antes, sonreía. Por mi parte, no dejé de mirarlo fríamente, esperaba que se disculpara por la ofensa de la vez anterior. —Buenas tardes, señora Spencer. De ante mano quiero dis… —No lo dejo terminar. —A diferencia de usted, yo no tengo tiempo que perder con tonterías como esa, así que discutamos el tema del divorcio. He de suponer que tiene los resultados de la prueba — quise saber de inmediato. —Sí —asiente, y luego me los muestra. —Bien, espero que se los entregue a su cliente. Voy a firmar el divorcio, por favor infórmele que no quiero nada de su asqueroso dinero. ¡Ah, se me olvidaba! Dígale con estas mismas palabras que estoy usando: “Que no me joda en toda mi vida”. Gracias — dije con orgullo al saber que estaba en lo correcto. —Por supuesto —me dice, dándome los papeles para finalizar el proceso. Los firmo donde me indica y respire mucho más tranquila. Todo ha terminado. —Gracias, fue un placer conocerlo. Ahora, le pido que se retire, tengo cosas que hacer… — lo corrí evidentemente de la casa para nunca más volverlo a ver. Ya me encuentro frente al que fue mi antiguo apartamento, luce igual a como lo recordaba y es de esperarse; no ha pasado mucho tiempo, un año aproximadamente. Busco la llave en mi bolsillo, abro la puerta del edificio y entro como si nada. Voy al ascensor, marco el octavo piso y siento una sensación rara. Otra puerta se cruza en mi camino hacia la liberación, pongo la otra llave y abro la puerta, dejando entrar en mi nariz el viejo aroma que destilaba mi antiguo refugio, el olor de la paz y la libertad. Adentro no se encuentra tan sucio, sólo algo de polvo. Verifico el interruptor y la llave del fregadero, hay luz y agua. ¡Es bueno saber que repusieron los servicios básicos! Voy por la escoba y un basurero para dar una limpieza al lugar, meto la ropa y las sábanas en la lavadora, a pesar de que tengo unas nuevas aún en su envoltura. Mientras hago todo esto oigo el ringtone de mi celular, primero son llamadas insistentes, dejan de sonar por un momento y luego escucho el sonido de mensajes llegando. Sé quién los envía, pero no pienso leerlos ni mucho menos contestar. Es irónico que ahora sea él quien me busca, quien me llama y quien me escribe. Me cree sólo porque su abogado le mostró las pruebas de ADN. Ahora sabe que yo no le mentí jamás, y que sus acciones fueron injustificadas. Sabe que mató a nuestro hijo. El teléfono celular no deja de sonar, arrojándolo lejos, me concentro más en mi labor, no quiero llorar de nuevo, debo terminar pronto. Además, ¿qué busca ahora? ¿Cree que lo perdonare y regresaré con él sólo porque está arrepentido? ¡Qué gracioso! Se remueve mi corazón en su lugar. Quizás aún siento algo por él; es de esperarse después de años de matrimonio, pero, lo que hizo, duele tanto que me es imposible perdonarlo. Él mató todo lo bueno que podía salir de mí para él. Años y años de falsas acusaciones y malos tratos, de cargar sufrimientos en silencio y aquello último, había terminado por devastarlo todo. Quitando la batería del celular, quiero dejar de oír ese maldito timbre. Pasan un par de horas y siento el timbre de mi apartamento. No hay forma de que oculte mi presencia aquí, es de noche y he tenido que prender las luces. No le doy acceso al departamento y no pasa mucho tiempo hasta que se rinde. A menos, eso parece. Cinco minutos después oigo que tocan insistentemente otra vez, con la fuerza suficiente para tumbar la puerta. ¡Desgraciado! ¿Es que no podía dejarme en paz e irse a torturar a otra? —¡Christelle, abre ahora mismo! — me ordena enfurecido, lo ignoro. — ¡Christelle Spencer, te he dicho que abras la puerta! ¡Tenemos que hablar! — me ordena esperando a que lo obedezca igual que siempre. Tengo miedo, sé de lo que es capaz. Sin embargo, él cambia repentinamente su estrategia. —Christelle, mi amor…por favor — continúa hablándome, pero de una forma más dulce. — Sé que me equivoqué, soy un tonto — al oírlo decir aquello siento un estremecimiento, ¿Tonto?, no, no fue solo un tonto, fue un completo monstruo que me destrozo la vida. —Christelle, ¡maldita sea, abre! —grita de pronto. Me invade el miedo nuevamente. Voy a la cocina por un sartén para defenderme de él. — Christelle, a mí también me duele la perdida, lo lamento, no debí golpearte tan fuerte, ábreme —repite con esa voz dulce, pongo seguro a la puerta y la abro un poco. —¿Qué haces aquí? — le pregunto duramente. —No hagas preguntas tontas, Christelle. Sabes que quiero hablar contigo Trago saliva. —No hay nada que decir. Ya firmé el divorcio, eres libre… — le aseguro con la intención de volver a cerrar la puerta. —Ese papel no importa, te quiero a mi lado, eres mi mujer y no pienso dejar que te vayas con otro — da un golpe a la puerta para empujarla y luego se encoleriza otra vez — ¡Abre la puerta de una maldita vez! — grita nuevamente encolerizado. —¡No! —respondo, empujando la puerta para que se cierre. —Christelle, te he dicho que abras. No querrás verme molesto — me amenaza. Todo mi cuerpo se entumece del miedo. No quiero verlo molesto… otra vez. —¡Vete! — le ruego esperando a que se marche de una buena vez. —¡Tú no me das órdenes! — empuja más la puerta, comienzo a desesperarme. —¡Vete, por favor! — le ruego una vez mas con desesperación. —¿Eso quieres? — me cuestiona casi incrédulo. —Sí… — le respondo esperando que, con ello, se marche de una buena vez. —Bien — dice, y dejando de empujar la puerta se retira. Aliviada, me acerco a cerrar enteramente la puerta. Cuando estoy cerrando, siento un fuerte impacto y la madera se rompe violentamente. Caigo al piso producto de la fuerza del embiste. Me golpeó la cabeza contra el suelo. Duele, no entiendo del todo lo que ha sucedido, es demasiado confuso, todo se ve borroso. —Tu eres mía, Christelle. —Escucho su voz. —¡No! —me opongo con un leve gemido, tratando de incorporarme. —Sí, lo eres. Te hice mi mujer en nuestra noche de bodas, llevaste a mi hijo y por tu debilidad al no soportar esos pocos golpes lo perdiste — me dice, tomando mi rostro. —¿Soy débil? —pregunto confundida y sintiendo el mareo por el golpe. —Eres débil —me responde. — Pero no importa. Te perdono por perder a mi hijo — aquellas palabras tan horribles me hacen recuperar la razón. —¡No! —lo aparto un poco más lucida. Trato de alejarme de él. —¿No quieres mi perdón? — me cuestiona mirándome con indignación. —Fuiste una bestia…un monstruo que me golpeó sin importarte nada — le recrimino con repulsión. — ¡Eres un asesino! Tú lo mataste, ¡Tú, no yo! Por más que te pedí misericordia por nuestro bebé, por mi bebé, no la tuviste, ¡Seguiste golpeándolo hasta asesinarlo! — le grito llorando sintiendo el odio quemando mi pecho. —¡Estás loca, mujer! Fuiste tan tonta que te caíste y te golpeaste, ¡tú lo perdiste por tu torpeza! — insiste, acercándose nuevamente. Como puedo, trato de incorporarme para huir de él, pero no puedo, me duele mi tobillo. — ¿Por qué tratas de escapar? — continúa hablando. — Sólo quiero que las cosas sean como antes, eres mi mujer y como tal tienes responsabilidades que cumplir…— musita ya en mi oído. —Por favor, vete. Tú pediste el divorcio te lo di, ¡Déjame en paz, yo no pienso molestarte más! — me arrastro hasta chocar contra la pared, él se pone frente a mí y me mira con esos ojos grises desconocidos para mí. Son tan diferentes a los del hombre del cual me enamore, tragó saliva aterrada. —Tranquila, si eres buena te trataré bien — dice mirándome directamente a los ojos y poniéndose encima de mí para… —¡No quiero hacerlo, por favor! ¡Vete! —chillo empujándolo, lo cual lo enfurece tanto como para darme puñetazo en la cara. —¡Cállate, estúpida mujer! Sé que te gusta, así que no te resistas más — escupe molesto, arrancándome la blusa de un solo tirón. —¡No, detente! — le ruego, mientras sus asquerosos labios rozan mi piel. —¡AUXILIO! —grito repetidas veces, atorándome con mis propios alaridos. —¡Cállate! — me golpea de nuevo y se vuelve más agresivo. Me arranca más ropa, como si mis gritos le dieran placer. No debo darme por vencida… Entonces, llega un punto en el que pierdo la conciencia de lo que sucede a mi alrededor, mi cerebro no funciona bien, no entiendo qué sucede, no siento nada. ¿Es mi muerte? Esta es la segunda vez que me encuentro en una situación tal, nada ha cambiado. No, no es cierto; la vez anterior había una razón para resistir, algo por lo cual debía mantenerme con vida, esta vez no hay nada. Me rindo y cierro los ojos, quiero reunirme con mi pequeño. Siento paz y libertad. Él ya no puede hacerme daño. Eso me dije a mi misma aun viendo como mis amables vecinos me sacaban de encima a ese monstruo.
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