Una semana… Una maldita semana con esta perra angustia. A penas pude conciliar el sueño la primera noche después del email y la mamada, pensando que quizá esos enfermos hubieran cambiado de opinión y filtrado el reporte. Mi ansiedad bajó con el paso de los días, pero nunca se fue. Lo peor era intentar mantener un perfil de normalidad cuando realmente estaba podrida por dentro. Supongo que en casa mi imagen era sumamente deplorable, puesto que Gael y yo establecimos una tregua: 7 días exactos sin peleas, discusiones ni roces. No es que la relación se hubiera vuelto la fantasía de las películas de Disney, pero al menos ahora éramos capaces de intercambiar frases cordiales entre nosotros. El viernes siguiente llegó y yo, aunque más calmada, seguía sumamente nerviosa. Y es que era ciert

