Asentí, mostrando una seguridad que no sentía. El almuerzo continuó, pero yo apenas probé bocado. Mi mente era un torbellino de emociones contradictorias. Por un lado, la euforia me embriagaba como el mejor champán. ¡Socia! La palabra resonaba en mi cabeza como una promesa de gloria. Podía verme ya en mi nueva oficina, con mi nombre grabado en la puerta. Mónica Herrera, Socia. El sueño de toda mi puta vida al alcance de la mano. Pero por otro lado, el miedo me carcomía las entrañas como un ácido corrosivo. Necesitaba más información, mucha más, para cerrar ese trato. Y la única forma de conseguirla era... No. No quería ni pensarlo. Pero sabía que tendría que hacerlo. Simón había cambiado el tema y ahora monologaba sobre sus hijos, pero sus palabras me llegaban como a través de una niebl

