Elisa se encontraba petrificada. Era apenas el tercer día y sentía que el mundo estaba trastornado, que la vida era surrealista, que a veces no se tiene el tiempo necesario para procesar las cosas. Era un mundo veloz que no aguardaba mucha misericordia. —¿Qué dices? —preguntó Jorge esbozando la sonrisa de sapo. Sin embargo, en ese momento se escuchó una voz que llamaba: —Tío. Jorge volteó hacia atrás. Lo vio también Elisa. Llegaba Ever trotando con las llaves tintineantes de su auto. —Creí que no los alcanzaría —dijo Ever. —¿Qué tal mijo? —dijo Jorge. —Todo bien tío. Vine con Elisa. —Claro —dijo Jorge—. Bueno, nos vemos mañana Elisa. Salúdame a tu mamá mijo. —Sí tío —dijo Ever—. Nos vemos en la comida del sábado. Jorge se alejó. No parecía decepcionado, sino algo asustado. —Vaya

