capitulo 4

2041 Words
Cuando Samira se dio cuenta de que estaba desnuda y de que él quería tumbarla sobre la alfombra delante del fuego, quiso aferrarse a la última sombra de cordura. —Esto es una locura… debemos haber perdido el juicio —jadeó Samira, mientras él se tumbaba encima de ella. —¡Por amor de Dios! —exclamó él, respirando pesadamente—. ¿De verdad me estás pidiendo que me detenga? Porque si no es así —añadió, apretando los labios contra los senos henchidos de ella—, ¿qué te parece si dejamos cualquier discusión sobre la ética y el comportamiento civilizado para más tarde? Incapaz de producir una respuesta que no fuera un temblor apasionado que le recorrió todo el cuerpo, Samira se aferró a él, enredándole los dedos entre el pelo. Ella lo deseaba. No había nada… nada en el mundo que ella quisiera más que aquel hombre la poseyera. Atormentado por el deseo, el cuerpo de Samira ardía y temblaba, con una sensación de necesidad tan intensa que casi era un dolor físico. —No… no quiero que pares —gimió ella—. Pero, sin embargo… —Calla —dijo él, besándola en los labios para ahogar así más eficazmente las protestas de ella. Un suave gemido salió de la garganta de ella, mientras se dejaba dominar por aquel beso. Y entonces supo que estaba perdida, en las manos del deseo más básico y primitivo. No había lugar para la vergüenza o las lamentaciones mientras iba recorriendo los contornos del cuerpo de Lewis con las yemas de los dedos. La pasión, cruda y salvaje que había estado reprimida durante tanto tiempo, explotó apasionadamente entre ellos, y sus cuerpos se fundieron en una necesidad, salvaje y poderosa. Más tarde, tumbados uno en brazos del otro en la alfombra, repletos y plenos, Samira sintió que los dedos de él subían lentamente por su cuerpo para obligarle a que le mirara. —Cariño… —¿Mmm? Todavía aturdida por la pasión que había experimentado, Samira era incapaz de asimilar la fuerza que había tomado posesión de su cuerpo y su mente, prendiendo un fuego en sus venas que escapaba totalmente de su control. Pero al oír aquellas palabras, Samira empezó a sentirse intranquila. —Querida Samira —dijo él suavemente, apartándole el pelo de la cara—. Espero que no estés esperando que me disculpe por lo que acaba de ocurrir entre nosotros. ¡Pero que me parta un rayo si me disculpo! Fue algo glorioso, maravilloso, y completamente inevitable. Samira se echó a temblar al sentir la posesión con la que él la abrazaba. Parecía que las defensas que ella había edificado a lo largo de los años estaban a punto de ser destruidas. Y con ellas, la sensación de ser dueña de su propio destino. Le daba miedo darse cuenta de que estaba tan indefensa. Ella había estado desesperadamente enamorada de Lewis hacía todos aquellos años. Pero, ¿era lo que sentía en aquellos momentos un resurgir de sus sentimientos del pasado o era sólo deseo? Mientras Lewis le estuviera acariciando, le resultaba imposible poner sus pensamientos en orden. Antes de que se diera cuenta, se vio entre los brazos de Lewis, mientras él la transportaba a la habitación. —Creo que estaremos mucho más cómodos aquí —le dijo él, mientras la depositaba en la cama—, Y no quiero discusiones —añadió mientras se metía en la cama a su lado—. Ya tendremos todo el tiempo del mundo para hablar más tarde, ¿de acuerdo? Pero «hablar» no parecía estar dentro de la agenda cuando Samira se despertó unas horas más tarde. Mirando la habitación a través de los ojos somnolientos, ella notó que Lewis entraba en la habitación y parecía que acababa de darse una ducha. Tomándola cuidadosamente entre sus brazos, como si ella fuera su objeto más preciado, la besó en los labios, abriéndose camino luego hasta la base de la garganta. Ella sentía que la acariciaba, tan lenta y sensualmente que le generaba temblores de íntimo placer, haciéndole sentir la necesidad de que él volviera a poseerla. —¡Cariño mío! —le susurraba él—. Desde el primer momento que te vi esta tarde, tan nerviosa, supe que había sido un estúpido. Me sentí como si me hubiera atropellado un camión… —¿Un camión? —preguntó ella, que casi no podía concentrarse en hablar, pendiente sólo del aterciopelado roce de los dedos de Lewis. —De repente me di cuenta de lo idiota que había sido. Siempre estuvimos hechos el uno para el otro, tanto mental como físicamente. Las dos mitades de un todo. Pero entonces, hace años, era imposible que funcionara… tú eras tan joven… con el mundo entero delante de ti. —¡Oh, Lewis…! —Estoy completamente loco por ti, Sam —le susurró ella—. Siempre lo estuve, pero ahora… ahora podemos hacerlo funcionar. De hecho, pienso encargarme de que así sea, porque no estoy dispuesto a dejarte escapar de nuevo —le prometió, mientras enterraba la cabeza entre los senos de ella. Ante aquellas palabras, Samira casi sintió que las palabras y la sensación de duda desaparecían, quitándole un gran peso de los hombros. Mientras Lewis la acariciaba, ella se sintió invadida por la sensación de que efectivamente, todo parecía encajar, de lo bien que sus cuerpos parecían estar juntos. La piel de él estaba suave y húmeda y los músculos, fuertes y bronceados mandaban rápidos temblores bajo las caricias de Samira que servían para acrecentar el deseo que ella sentía. De repente, se dio cuenta de que hacer el amor con Lewis era como volver a los orígenes después de un viaje muy largo, era redescubrir una dicha familiar e íntima. En contra de lo que había sido su primer contacto, frenético, como dos personas perdidas en el desierto que encuentran un oasis, Lewis saboreaba lentamente los senos henchidos y los pezones de Samira, explorando todos los rincones del tembloroso cuerpo de ella. La piel de ella tembló al contacto con la de él como una flor bajo el sol. Parecía que él se movía en el terreno del amor igual que lo hacía en el resto de los campos, suave y lentamente, midiendo los movimientos hasta acoplarse al ritmo de ella y hacer que Samira perdiera todo el sentimiento de realidad. Toda la existencia de ella parecía concentrarse en aquella poderosa y deliciosa fricción, dejando paso a una sensación de plenitud tan salvaje que todo el mundo pareció explotar y desintegrarse a su alrededor, roto en fragmentos de luz y color. Cuando Samira abrió los ojos, fue para descubrir que la luz del sol entraba a raudales por la ventana de la habitación. Lewis seguía dormido, con la oscura cabeza apoyada en la almohada, a su lado. Con cuidado de no despertarlo, ella se levantó de la cama y se dirigió con mucho cuidado al cuarto de baño. Tal y como había esperado, había un albornoz colgado de la puerta del baño. Le estaba muy grande, pero con eso, y después de cepillarse los dientes con un cepillo nuevo que encontró en el armario, Samira se encontró con las fuerzas suficientes para afrontar el día. Encontrar la cocina fue una tarea bastante difícil. Era un piso verdaderamente grande. Aparte del horrible salón, parecía haber otras dos habitaciones y un enorme estudio-biblioteca. Afortunadamente, parecía que la antigua novia de Lewis, la chiflada diseñadora de interiores, había decorado al menos una habitación con gusto. Desde la puerta, Samira contempló las paredes, alineadas con libros y el escritorio de caoba, cubierto con piel verde, a juego con la alfombra y las sillas. Aquella era una habitación dedicada a la paz y a la contemplación, para leer o trabajar. De hecho, podía haber sido el refugio de un caballero del siglo dieciocho, si no hubiera sido por el teléfono y el ordenador portátil que había encima del escritorio. Después de echar otro vistazo, por si Lewis conservara una fotografía de su ex-novia, Samira siguió buscando la cocina. Cuando finalmente la encontró, se alegró de ver que ésta era puramente funcional, con decoración muy moderna a base de acero inoxidable y madera, de estilo escandinavo. Le encantó el frigorífico, enorme, que tenía todos los accesorios que se pudieran imaginar. Tras haberse servido un poco de zumo de naranja, estaba experimentando con la máquina de hacer hielo cuando se llevó un susto de muerte al oír la voz de Lewis, justo detrás de ella. *** —Buenos días, cariño. Me estaba preguntando qué le habría pasado a mi bata —murmuró, mientras ella daba tal salto que se le cayeron todos los cubitos de hielo al suelo. —¡Por amor de Dios! —exclamó ella, apresurándose a limpiar todo lo que había caído al suelo. —Vaya, eso es lo que a mí me gusta ver. Una mujer que sabe dónde tiene que estar, que, en este caso, es la cocina y de rodillas, delante de su dueño y señor. ¡Sigue así, Sam! —¡Y tú sigue soñando, su excelencia! —le espetó ella riéndose, mientras recogía los últimos cubitos del suelo. —Bueno, esa era una de mis fantasías —bromeó él—. Así que estamos en un mundo de verdad, ¿no? —¡Exactamente! —murmuró ella, algo nerviosa, mientras se dirigía, sin mirarle a los ojos, al cubo de la basura. Ella le había quitado el albornoz, pero él se podía haber puesto otra cosa que no fuera una toalla muy corta alrededor de las caderas. Lewis había demostrado ser un amante complaciente y generoso, y le había declarado todo lo que sentía por ella. Pero ella ya no era una niña soñadora y sabía que las promesas y las dulces palabras susurradas en momentos de pasión se desvanecen a la fría luz del día. Lo que era más importante era que ella no estaba dispuesta a ser una aventura de una noche. Había habido una época, justo después de romper su matrimonio cuando había creído que el sexo podría suministrar algún tipo de compensación. Pero le había bastado un encuentro para darse cuenta de que aquello era una mentira. Para ella, la última noche había sido una experiencia mágica, pero para Lewis, tal vez no hubiera sido más que una diversión. —Ven, déjame que te seque los dedos —murmuró él, limpiándola las manos con un paño de cocina, para luego estrecharla entre sus brazos—. Creo que ya va siendo hora de que me des un beso de buenos días, ¿no? — le dijo. La dulzura y calidez de la boca de Lewis era maravillosa para reafirmarle en sus sentimientos—. Por cierto, por si tienes dudas sobre mis intenciones… Siento todo lo que te dije anoche. —¿De verdad? —Sí, te lo juro. No me voy a andar por las ramas, Sami. Los dos somos sensatos y estoy segura de que tú te das cuenta, lo mismo que yo, que lo nuestro es algo muy especial. Ya sé que te hice mucho daño en el pasado, pero no tenía elección. Estaban las autoridades universitarias pisándome los talones y, además, tú eras muy joven. Créeme, no había manera de que hubiéramos podido continuar lo nuestro. —Sí… lo entiendo. Aunque, en aquellos momentos… —Entonces me porté como un bruto sin corazón —admitió él con tristeza—. Pero ahora todo ha cambiado. Tenemos que olvidarnos del pasado, porque todo ha cambiado, todo, menos la fuerte atracción que sentimos el uno por el otro. Los dos somos adultos y aunque nuestros estilos de vida son frenéticos, podemos hacerlo funcionar. Esta vez sí. Sólo se tardan cuatro horas en cruzar el Atlántico con el Concorde. ¡Yo mismo voy a encargarme de que esta vez funcione! Samira se dio cuenta de que él tenía razón con respecto al pasado. Ya no era la niña de entonces y estaba segura de que él no podría volver a hacerla daño de nuevo. Además, él había dejado muy claro que estaba hablando de una aventura, lo que no implicaba ningún tipo de compromiso por ninguna de las dos partes.
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