Uno

2676 Words
Dejé caer la última caja en el centro del salón, suspirando, estaba agotada, había pasado toda la noche y parte de la madrugada empacando. Debí prestar atención cuando mi madre sugirió que recogiera mis cosas una semana atrás en lugar de hacerlo un día antes. Pero yo era más terca que una mula. Observé el interior de mi departamento con un atisbo de nostalgia, había sido mi casa desde que empecé el cuarto semestre de la universidad hacían dos años. Así que todos los recuerdos de mis inicios en la adultez estaban allí, entre esas cuatro paredes. Me sentí algo deprimida por el hecho de terminar de independizarme yéndome lejos para empezar una nueva vida. Eso significaba que no tendría a mis padres los fines de semana llevándome al departamento pastel de carne cuando lo preparasen, ni mimándome cuando enfermara de gripa; pero significaba que dejaría atrás a mi antigua yo y con ella mi tóxico romance con David. No es como si yo hubiese perdido tiempo y lágrimas llorando por semejante esperpento, pero sí me sentía arrepentida de haber confiado en él, creí en sus palabras bonitas —Incluso fue el primer hombre en tocarme— ¿Pero que gané? NADA. Terminé tan rayada como el cuaderno de un estudiante de medicina de primer año, razón por la que tomé la determinación de mudarme a Trensville. Necesitaba escapar de todo. Mi cretino ex novio había puesto mi reputación por el suelo, era difícil lidiar con miradas de pena y acusatorias en la universidad por ser “la chica del vídeo”. Me salvaba el hecho de que mi tío Jacob falleciera casi un año atrás y dejara a mi nombre una residencia en ese alejado pueblo que casi nadie conocía. Trensville. Me resultaba difícil de creer que estaba a horas de marcharme a mi nuevo hogar, un lugar en donde estaría sola y apartada de todos mis conocidos, pero comenzaría de nuevo y podía ser cualquier persona, revelar la personalidad que nunca mostré por temor a ser rechazada en la sociedad. Y eso me hizo sentir ansiosa, porque quería conocer a nuevas personas, hacer nuevas amistades y encajar. Era esa la palabra que me llenaba de terror y presión, necesitaba encajar a como diera lugar porque siempre me había sentido diferente, y esa diferencia que me acomplejaba no me permitía socializar del todo. Me cohibía. En Trensville podía ser yo sin miedo al rechazo, o sin miedo al qué dirán. Y eso me agradaba. —¿Señorita? —Repitió el muchacho de ojos café debajo del marco de la puerta, no lo había escuchado. Estaba  distraída, me sentía triste por marcharme de Washington— ¿Guardo también ésta? —señaló la caja que había dejado en medio del salón minutos atrás. Asentí. La casa ya estaba vacía, recogí mi bolso del suelo y me precipité a la salida. Ya estaba hecho, en cuatro horas estaría sentada en mi nueva casa bebiendo chocolate tibio y suspirando nostálgica, obviamente. Mi madre siempre decía: comete un error ¿pero dos? Eso es tropezar con la misma piedra, Leia.  Casi podía escuchar su voz resonando en mi cabeza, era una maldición. Yo había cometido el error de iniciarme en el amor con David a pesar de todas las advertencias que me dieron, le  perdoné las primeras dos infidelidades, incluso le perdoné la tercera, pero las siguientes veces no pude soportarlo, no me llamaban chiva o cabra. Así que le di una patada al trasero y lo mandé a volar, eso al parecer fue un golpe en su ego, porque era un sujeto tóxico y orgulloso que no permitía un no como respuesta y mucho menos una ruptura, por ello comenzó a ensuciar mi nombre. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Perdonarle los doscientos mil cachos? No, no, no y no. Punto. Limpié un par de lágrimas que humedecían mis ojos, las cosas pasaban por una razón ¿no? O al menos eso decía mi abuela. Y si debía irme a Trensville algún motivo habría. —La mudanza llegará mañana en la mañana, señorita Cambell. —Indicó el sujeto gordo que al parecer era quien conducía el camión. —Bien, gracias. Al estar afuera sentí una diminuta presión en mi pecho, sería egoísta de mi parte no sentir nada al marcharme así de mi hogar, pero aun así, en el fondo, me sentía libre, a segundos de dar un gran paso en mi vida y eso me gustaba, me hacía sentir nueva. Mi bolso era un desastre, metí la mano hasta el fondo rastrillando mis uñas dentro en búsqueda de las llaves del auto, por suerte las conseguí, al igual que la goma de mascar que buscaba hacía un mes. Los sujetos de la mudanza aguardaban dentro del camión, supongo que tenían la suficiente amabilidad como para esperar y acompañarme en el camino. Les hice un ademán para que se marcharan, quería estar sola y observar un minuto más el lugar que sería a partir de mi partida mi antiguo hogar para así despedirme de mi pasado. Yo había sido una chica tímida y parlanchina a la vez, quizás era una señal de que la Leia Cambell desinhibida luchaba por salir y mostrarse, y lo haría pero no en Washington. Vi el camión alejarse y con él mis pertenencias, ya estaba lista para emprender un nuevo camino. Mi celular sonó haciéndome sobresaltar, ya eran casi las dos de la tarde, estaba retrasada y debía marcharme cuanto antes si no quería perder el avión. —Estoy en la vía, Cambell, si te marchas sin despedirte voy a perseguirte hasta tu pueblo fantasma para ahorcarte. —Fue lo primero que escuché de la pelirroja al otro lado de la línea. Era Louisa. —¿Has visto siquiera la hora? O mejor dicho... ¡Hola, Lou! Estoy bien ¿y tú? —Deja a un lado el sarcasmo, duende de ojos azules. Soy tu mejor amiga y como mejor amiga exijo que detengas tu trasero en la residencia para poder despedirme. Tarde. No podía perder más tiempo. Lo sentía por ella pero no podía quedarme a esperarla, no era mi culpa que la muy desgraciada no hubiese aparecido el día anterior ni el día anterior del anterior. —Lou, te amo, en serio me gustaría esperarte pero… —respondí intranquila y estresada por mi retraso en el aeropuerto— Ya es tarde, quizá si hubieses aparecido ayer por la noche o tal vez un poco más temprano me quedara sin importar nada, pero no tengo tiempo, el avión va a dejarme. Y como si lo hubiese sospechado desde un principio habló con toda la seriedad que de seguro le costó reunir. —Ni se te ocurra colgarme, Leia Camb... Colgué. Decidí apagar mi celular para evitar distracciones. Louisa era mi mejor amiga desde que tenía memoria, quizá fue un poco después de los tres años cuando nos conocimos, nuestras madres eran antiguas compañeras de universidad y mantenían un bonito lazo de amistad, así que crecimos como si fuésemos hermanas, y era un alivio al menos tener una porque mi madre tuvo problemas con sus ovarios y perdió las esperanzas de concebir a algún otro bebé después de que cumplí los cuatro años. Louisa siempre había sido alocada e irresponsable con respecto a los horarios. En el colegio no recuerdo que alguna vez llegara temprano, por el contrario, sólo viene a mi mente la cantidad de pases que acumulaba para poder entrar tarde. Éramos muy unidas, incondicionales, y justo por eso me sentía dolida y enojada, ella no le había dado importancia al asunto de mi mudanza, ni siquiera pudo despedirse de mí en persona, no pudo hacer un sacrificio de llegar temprano por una sola vez en su vida. Miré las llaves del auto entre mis dedos y comencé a caminar hasta él. Con el respectivo espíritu emprendedor que me caracterizaba, estaba convencida de que todo a partir de ese momento marcharía bien para mí, nada podía salir mal ¿Verdad? Porque yo era una buena muchacha que no dañaba a nadie. Cuando estuve dentro del auto encendí el reproductor y le subí volumen a Dentro de ti en la voz de Ariana Grande, era mi cantante favorita. Fue entonces cuando recordé que debía dejar mi auto en el aparcamiento del aeropuerto para que luego papá lo recogiera por mí, había decidido dejárselo. En Trensville el sistema de transporte era bastante bueno o al menos eso decían por Google, además la ciudad no era tan grande y en el camión de la mudanza iba mi bicicleta, podría moverme tranquilamente en ella. Dejé escapar un sonoro suspiro de cansancio mientras que giraba a la derecha para tomar la autopista. No era cobarde, pero aunque estaba segura de marcharme lejos para comenzar de nuevo y buscar mi completa independencia no me agradaba mucho la idea de tener miles y miles de kilómetros de distancia que me separarían de mi familia. ¿Qué podía decir? Creo que siempre había sido muy consentida, quizá por ser única hija. Miré de reojo la hora que mostraba el panel de mi auto, debía estar en el aeropuerto hacían diez minutos para confirmar mi boleto pero por paranoica me retrasé ¿Quién me mandaría a prestarle atención a la tía Carmen? Aún podía escuchar su acelerada y desenfrenada voz: chequea tus pertenencias, Leia, los sujetos de la mudanza pueden robarte. La tía Carmen era una mujer mayor de los setenta años y por ende un tanto maniática; para ella siempre había alguien que quería robarle o hacerle trampa, incluso una vez me culpó de haber tomado sus caramelos sin permiso. Y por dejarme influenciar por ella me había quedado a chequear que los tipos de la mudanza guardaran todo. —Tan sólo ilumíname, y hazme tocar el cielo, peligro debo correr, pero porque así lo quiero. Ya no más conversaciones, sólo, tú debes tocar mi cuerpo. Estoy dentro de ti, sólo en ti, sólo en ti. —chillé a todo pulmón junto a Ariana grande— Y todos nos miran hoy, guardemos este secreto, un poco de escándalo, no dejes que vean esto... Mis lentes empastados se me resbalaron un poco, pero me las arreglé para subírmelos sin descuidar mi atención del camino. Estaba aprendiendo a manejar aún. Para cuando dieron la una y cuarenta de la tarde mis nervios estaban colapsados. Caminaba hacia la taquilla de confirmación buscando alguna excusa que me salvara de perder el vuelo, pero decir: "Pincharon los neumáticos de mi auto", "Me asaltaron en el camino" o un simple "Se me hizo tarde" no bastaría, sabía que había una la lista de espera que se hacía respetar. Por suerte, cuando llegué al mostrador de la aerolínea la morena de la caja se mostró muy amable y relajada, de hecho no había ninguna lista de espera para los vuelos con destino a Trensville de ese día, quizá por ser pleno lunes de temporada baja, día en el que casi nadie viajaba. —¿Trensville? —Alzó las cejas— Primera vez que veo a alguien tan joven viajar a esa ciudad ¿No te aterra ir? Su pregunta me sacó una risa. La mujer se me unió y después de algunos segundos le entregué mi identificación. Era definitivamente muy típico de las personas temer de ir a Trensville o preguntar sobre el pueblo como si fuese una ciudad maldita. Si bien era cierto que el pueblo tenía muchas leyendas también era cierto que nada de eso existía, o al menos eso pensaba yo para entonces. Así que ¿Por qué me aterraría ir? —Lo siento... Es que he escuchado tantas cosas de esa ciudad que… Supuestamente se parece a Pensilvania, ya sabes, vampiros y esas cosas. De hecho casi nadie vuela a Trensville, sólo hay un vuelo semanal. —Oh no, es que soy sobrina de Drácula, ya me acostumbré. Eso de dormir en urnas definitivamente es lo mío. La chica sonrió divertida, selló el boleto para después entregármelo y me deseó un feliz viaje. Asentí en agradecimiento y me desvié al local de aperitivos antes de seguir a la sala de espera, una de mis pasiones era tragar como cerda, aunque era vegana y nada de lo que ingiriera —así fuera en cantidades industriales— iba a hacerme daño o a engordarme. Apenas compré dos bolsas de galletas de avena sin gluten, no había mucha variedad y no quería seguir perdiendo tiempo, con eso soportaría la ansiedad y las cuatro horas de vuelo. La sala de espera estaba atestada de personas, tomé lugar junto a la ventana que permitía la vista hacia la pista de aterrizaje, contemplé por largos minutos a los aviones despegar uno a uno, hasta que me aburrí y empecé a mirar a cada persona cerca de mí. Quizá muchos pasajeros también iban a empezar de cero o tal vez otros iban de paseo a Panamá, qué se yo. Estaba divagando, amaba hacerlo porque podía pensar mil cosas a la vez y al final no acordarme de nada porque armaba mi propio desorden mental. El bombillo de la puerta A 33 se iluminó en rojo y minutos más tarde salió un chico de barba cerrada con un altavoz: —Pasajeros del vuelo 666 con destino a Trensville, dirigirse a la puerta A 33. Salí de mi silla con la pesada cartera en un brazo y las galletas en otro. —666. —Era interesante, casi como una señal— Tenebroso ¿no? ¿Quién viajara con nosotros? ¿El anticristo? Dejé escapar una risita de burla, ganándome que el sujeto de fría mirada que tenía al lado me asesinara con  sus ojos, me examinó de arriba a abajo de manera intimidante, estremeciéndome, y negó con la cabeza en una muy clara señal de que le había desagradado mi chistecito. Las personas comenzaron a formarse en columnas, extraño pero completamente cierto lo que había dicho la morena de la taquilla, muy pocas personas estaban en ese vuelo, quizás unas veinte conmigo abordarían el avión. Me formé ansiosa. El sujeto de la barba cerrada iba recogiendo con lentitud los boletos, la manera en que trataba a los demás era algo irritante, su actitud de cretino me recordó a David, quizá por la forma en que miraba a los demás pasajeros. En fin, cuando llegó mi turno le entregué el boleto, pero la misma chica morena que me había atendido antes en la taquilla se acercó al sujeto para preguntarle algo que ni yo entendí, y comenzaron a charlar haciendo que en la distracción me entregara el boleto rasgado de la rubia que había pasado antes de mí. Traté de llamar su atención pero sólo conseguí una cortante respuesta que me hizo hervir la sangre. Tal vez su parecido con mi ex novio fue lo que me hizo detestarlo en primer momento, pero también su actitud prepotente y descortés fue el borde de mi paciencia, así que le grité frente a la corta columna de pasajeros: —¡Haz tu trabajo, Cretino!... Entrégame el boleto correcto y concéntrate en trabajar, tienes que hacer un curso de relaciones públicas con urgencia. Algunas personas sonrieron tristemente, a diferencia de ellas yo jalé mi boleto de su mano y continúe con mi camino por el pasillo de la puerta A 33 hacia el avión. — ¡Wuju! —exclamé sonriente después de tragarme el sabor amargo que me causó el imbécil de la barba— ¡Aquí voy! Las personas del pasillo que caminaban detrás y delante de mí voltearon a verme con el ceño fruncido, quizá porque la mayoría eran adultos mayores de un poco más de los sesenta años y yo apenas era una jovencita de veinte con un gran espíritu y actitud que gritaba un Wuju como si estuviese en alguna montaña rusa cual loca. Pero allí estuvo, esa fue la primera señal, y yo no lo noté. Sólo pensé que eran unos viejos aburridos, y yo demasiado cool. Estúpida.
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