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1786 Words
El ansiado viaje por fin se volvía real. Paula presionaba la manija de su bolso con nerviosismo mientras esperaba ser llamada por la elegante azafata del mostrador. No podía dejar de mirar a su alrededor, el aeropuerto de Barajas era inmenso, muchas personas caminaban con prisa, cámaras de seguridad señalaban cada rincón y un temor inusitado comenzaba a paralizar su cuerpo. Sentía un sudor frío en su frente y su corazón convulsionado. -Vamos Pau, nos están llamando.- le dijo Begoña tirando de su brazo ajena a todo lo que le provocaba salir de aquellas cuadras que recorría cada día. La miró con entusiasmo y Paula no quiso decepcionarla. Le entregó sus documentos a la joven de traje azul y cuando por fin les dieron sus asientos, se embarcaron en aquel viaje con la ilusión de volver a sentir algo parecido a lo que alguna vez había sido su vida. Llegaron a Ibiza poco tiempo antes del evento. Apenas pudieron bañarse y luego de que Begoña insistiera en que usara aquel vestido demasiado ajustado, se encontraban en la puerta un enorme local, repleto de prensa, modelos, curiosos y demasiada gente muy bien vestida. Ambas estaban felices, habían oído varios nombres, al parecer famosos pilotos se encontraban dentro y ambas comenzaron a vibrar con la simple idea de verlos en persona. Seguían a la Fórmula 1 desde pequeñas, sus padres habían sido fanáticos y los sonidos de los motores rugientes habían sido la banda sonora de los domingos de su infancia. Cuando Paula descubrió que su compañera de piso, compartía aquel gusto, no pudo sentirse más afortunada. Aquellos fines de semana, que suponían un riesgo de volver a caer en la nostalgia, se habían convertido rápidamente en emoción, comentarios y discusiones de estrategias, devolviéndole una sensación de bienestar que aún agradecía. Estaban en la larga fila, disfrutando de la agradable temperatura, esperando pacientementes su turno para ingresar. Con el correr de los minutos, Paula se había logrado relajar y escuchaba a su amiga, que hablaba a gran velocidad presa del entusiasmo y la contagiaba con aquel ánimo siempre alegre. Pasaron al local y recorrieron la pista. Ordenaron unos tragos, se animaron a bailar y se rieron como llevaban tiempo sin hacer. Parecían dos amigas de toda la vida, sabían lo que iba a decir la otra antes de que lo hiciera y se divertían con cada personaje que intentaba mostrarse a la moda, pero en verdad terminaba resultando ridículo. Las horas corrían y si bien la expectativa de cruzar a algún piloto permanecía latente, ambas se sentían dichosas por el simple hecho de haber pasado tiempo juntas. -Creo que no puedo estar un minuto más sobre estos zapatos.- le dijo Paula a su amiga levantando una pierna para masajearla. -Pero no vimos a nadie todavia.- le respondió Begoña colocando sus manos en forma de plegaria. Paula puso los ojos en blanco mientras volvía a sonreír. -Pero la pasamos super bien.- le respondió, justo cuando su amiga miraba hacia arriba y su expresión viraba a una expectación que resultó imposible de obviar para Paula. -¿A quién viste?- le preguntó con algo de resignación, sabiendo que no podrían irse aún. -¡Están todos ahí! ¡Vamos!- le dijo tirando de su brazo para llevarla hasta el inicio de la escalera que estaba custodiada por dos hombres serios y corpulentos, vestidos de traje oscuro. -¿A dónde van señoritas?- le preguntó uno de los hombres, con su acento marcado prácticamente sin mirarlas. -Hola, somos Bego y Paula, vinimos desde muy lejos para conocer a los excelentísimos pilotos. Usted parece un hombre muy adorable, que estoy segura nos dejará al menos saludar a uno de ellos.- comenzó a explicarle Begoña con un tono de súplica que sonaba demasiado divertido. El hombre intentó permanecer serio pero una ligera arruguita le dio esperanzas a la española. -No pueden pasar sin un pase.- dijo luego de una pausa, en la que recuperó su seriedad. -Pero no nos va dejar así, buen hombre, no sabe lo feliz que nos haría con tan solo mirar en otra dirección mientras nosotras nos deslizamos hacia arriba. - y acercándose un poco más, se aventuró a tomarlo del brazo y acercando su boca su oído agregó: -Nadie tiene porqué saberlo.- dijo logrando que el hombre vuelva a perder su seriedad. Begoña era una joven entusiasta de cabello corto y ojos profundos. Si bien tenía baja estatura su figura era armoniosa y tenía la habilidad de hablar con quien fuera que tuviera en el camino. Había logrado llamar la atención de aquel enorme hombre que de cerca parecía ser bastante guapo. Casi creyó que lo había convencido cuando éste volvió a negar con su cabeza. Entonces Paula volvió a buscar en su cartera el sobre que el Señor Costas le había obsequiado y con una enorme sonrisa en sus labios sacó dos pulseras de color amarillo fluo. -¿Acaso esto es un pase?- preguntó llena de felicidad. El hombre puso los ojos en blanco y giró para abrir la soga rojo borgoña con resignación. Las jóvenes se apresuraron a subir la escalera y cuando Begoña vio que el hombre sonría volvió sobre sus pasos divertida. -Sé que te hubiese logrado convencer.- le dijo y luego de depositar un corto beso en su mejilla continuó su camino hacia el sector exclusivo. Zoilo, la miró mientras se alejaba, llevaba mucho tiempo trabajando como seguridad de lugares exclusivos, era raro que alguien lograra hacerlo claudicar en su rol y sin embargo, aquella joven alegre de piernas demasiado hermosas, casi logra su cometido con un par de palabras a su oído. ¿Qué le pasaba? Él era un hombre solitario, obtenía lo que necesitaba y volvía a lo suyo. Ni siquiera se molestaba en coquetear, en los lugares en los que solía trabajar siempre existía alguna mujer dispuesta a hacer lo mismo que él. Entonces ¿Qué hacía pensando en esa joven aún? Sin querer darle más vueltas al asunto volvió a mirar hacia el frente, aún quedaban algunas horas de fiesta, tenía que hacer su trabajo. Mientras tanto Begoña y Paula se acercaron hasta el living que ocupaba el mismísimo Lando Norris, algo tímidas lo saludaron y luego de recibir su sonrisa como respuesta se animaron a tomarse una fotografía a su lado. Lo mismo ocurrió con Pierre Gasly y Daniel Ricciardo, que con su habitual histrionismo les hizo un par de comentarios divertidos en un español tan gracioso como incomprensible. Las amigas estaban exultantes, era como un sueño hecho realidad, se habían divertido, habían visto a sus ídolos y hasta tenían sus fotografías para nunca olvidar aquella noche. Era tarde, el sol amenazaba con salir y Paula no se creía capaz de continuar caminando sobre aquellos altos tacones. -¿Vamos Bego? - le preguntó mientras se sentaba en uno de los mullidos sillones que por fin estaba libre. -Sí, si, creo que es hora.- le respondió justo cuando el famoso Carlos Santos pasaba por su lado. -Carlos, disculpa.- le dijo la española tomando su brazo con entusiasmo. -Ahora no.- le respondió el piloto, soltando el brazo de Begoña con algo de displicencia. Entonces Paula se levantó como si tuviera un resorte debajo de su cuerpo. No aceptaba la violencia, ni siquiera un pequeño gesto como ese. No era justo para su amiga, sólo iba a pedirle una fotografía. -Podrias ser más amable, ¿no?- le dijo alzando su voz, logrando que el joven detuviera su marcha. -Dije que ahora no puedo.- respondió sin siquiera voltear a mirarla mientras un grupo de personas, que aparentemente solían acompañarlo, se detenía expectante a su lado. -Entiendo que no puedas, sólo te digo que podrías haberlo dicho mejor.- agregó Paula, mientras Begoña la tomaba del brazo para que dejara el asunto. Nunca había visto a su amiga de esa manera, siempre era dulce y amable, no confrontaba con nadie, ni siquiera lo había oído gritar una vez en el tiempo que llevaban juntas. Entonces Carlos por fin giró y clavando sus enormes ojos negros en los de Paula eliminó el aire de sus pulmones como si estuviera conteniendo su ira. -En este momento no puedo, creo que es válido respetar la privacidad.- le dijo notando como aquella joven entrecerraba sus ojos conteniendo su propio cólera. -Veo que te molestamos demasiado. Seguí con tu privacidad tranquilo…- le dijo y cuando creyó que el piloto continuaría su camino, él acortó la distancia entre los dos y sus ojos parecieron teñirse de más furia. -No dije que me molestaran, dije que ahora no podía. Cuánta vehemencia ¿Así son los argentinos? Siempre sienten que son dueños de la verdad, se creen mejores que los demás.- le dijo comenzando a recorrer esos rasgos inocentes teñidos de ira. Paula era una joven que no parecía conocedora de su belleza. Tenía los ojos color avellana, muy expresivos, sus labios carnosos entreabiertos liberaban su respiración agitada dándoles un aspecto demasiado apetecible y su pecho subiendo y bajando debajo de la tela ajustada de aquel vestido muy sentador, lograron llamar su atención, haciéndolo olvidar por un momento la causa real de su enojo. Sacudió su cabeza mientras cerraba sus ojos, no tenía nada que hacer ahí. Era hora de marcharse. -Mirá, Carlitos querido, no entiendo el concepto que tenés de los argentinos, pero desde ya te digo que estás equivocado. Mi amiga te admira como piloto y por eso quería pedirte un autógrafo, pero si crees que sos demasiado importante como para detenerte un segundo, me queda claro que no merece la pena. Ojalá nunca te quedes sin tu auto, porque sin él no queda nada por admirar.- sentenció Paula, mientras Begoña continuaba tirando su brazo para sacarla allí. Carlos por fin sonrió, de repente, todo su enojo parecía haberle esfumado, aquella argentina de ceño fruncido y labios cada vez más irresistibles, era todo un espectáculo. Estiró su brazo y tomó una servilleta de la mesa. -No hacía falta el escándalo, aquí tienes tu autógrafo.- le dijo presumido. Entonces la que sonrió fue Paula y para Carlos, aquella sonrisa fue todavía más hermosa. -Ahora no lo queremos, gracias.- le respondió arrojando el papel al suelo y por fin obedeciendo al intento de su amiga por sacarla de aquel lugar. Carlos se quedó perplejo por unos segundos, pero al notar que las miradas de sus acompañantes de esa noche lo observaban, volvió a sonreír. -En fin… ¿dónde sigue la fiesta?- preguntó volviendo a su personaje habitual, logrando que todos volvieran al clima festivo. Bajó la escalera disfrazado de joven desprejuiciado, pero su mente aún recordaba aquella boca. Sin su auto no era nada, aquellas palabras rebotaban en su mente, las había oído una vez y dolía volver a escucharlas.
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