Juliana Muñoz Después de cuatro horas eternas de viaje llegamos a Natagaima. Salimos de la central de autobuses. Natagaima era un pueblo muy pintoresco, sencillo y la mayoría de las casas ahí eran pequeñas. La luz de los faroles iluminaba las calles en la oscuridad de la noche. Era ya la media noche y no había gente en la calle. Por ningún lado se divisaba un taxi. —¿Cómo llegaremos a tu casa Demetrio? —pregunte ingenuamente. —Caminando —dijo muy tranquilo, arrugué la frente, era la respuesta que me temía. A pesar de que pareciera que no sabía nada del mundo fuera de la burbuja en la que vivía, me gustaba mucho la geografía, así que conocía mucho por libros y fotografías los pequeños pueblos de Colombia, uno de mis favoritos era Altamira y Honda, pero Natagaima por lo que había leído er