Grecia Ventura. Habían pasado algunos días desde mi regreso a la mansión de los Corleone. Extrañamente, todos se mostraban amables conmigo. La madre de Dante, en especial, parecía tenerme aprecio; me traía todo tipo de menjurjes que compraba con la esperanza de que no me quedaran cicatrices en el rostro. Dante se encargaba personalmente de mis cuidados, y la insoportable de la Darma me traía comida en abundancia. Y mis niñas… ellas eran pequeños ángeles enviados por el cielo para traer luz en medio del caos. No había clases de idiomas, pero sí risas, juegos y, sobre todo, mucho amor. En esos días, me acerqué más a las dos, especialmente a Ángela. Fue entonces cuando descubrí que no era una niña del todo común. Sufría un leve trastorno de estrés postraumático, algo demasiado pesado par

