CAPÍTULO 2 RECUPERACIÓN

1421 Words
Los siguientes días fueron aún más difíciles que los que ya había vivido. Muy seguramente había alguien detrás de todo esto, que intencionalmente quería que yo desapareciera, y eso sí que fue realmente una motivación para querer acceder al tratamiento de recuperación que Camilo me propuso. Además, debía descubrir quién tenía a mi hija, porque algo dentro de mí mantenía la esperanza de que ella estaba viva. Y aunque no la conocía... ¡oh, por favor, que sí la imaginaba! La pensaba regordeta, con ojos oscuros, y el color de mi cabello; blanca como la nieve, y ondulada como yo. —Eso es, Grecia, ya lo vas logrando —Camilo me esperaba al final del pasillo. Era mi primera vez caminando sola, sin apoyo, y aunque debía hacer mucha fuerza, lo estaba logrando, y en muy poco tiempo, por fin me sentía feliz. —Voy a caerme, lo haré —grité emocionada cuando di el último paso, y mi cuerpo se fue hacia adelante, cansado, cayendo justamente en sus brazos. Camilo me atrapó, y sus ojos se clavaron en los míos. Se mordió los labios. Él, desde que desperté, me había insinuado su amor, pero yo estaba con el corazón blindado. En ese instante estábamos tan cerca que podía sentir lo tibio de su aliento invadiendo mi boca, y el corazón me palpitó violento. —Lo hiciste muy bien —interrumpió, y yo, como pude, me enderecé. Por fortuna para mí, él fue quien cortó el momento. —Gracias, todo ha sido gracias a ti, Camilo. Voy a pagarte por absolutamente todo. Camilo acarició mi mejilla y buscó de nuevo la cercanía. Su rostro se acercó más al mío y me miró a los ojos. Yo correspondí la mirada y, de repente, él estaba chocando sus labios contra los míos. Cerré los ojos y me dejé llevar, embelesada. Sus labios eran dulces, apasionados y deliciosos. De mi boca escapó un jadeo, y él se separó para que tomáramos aire. Seguía mirándome, y mis mejillas se sonrojaron de inmediato. Mendiga fácil… Tampoco era que debía caer a sus pies rodando como si lo fuera todo. —Me gustas demasiado, Grecia, y haré lo que sea por ti. No debes pagarme nada. —Camilo, yo… —Tomé aire y sonreí. No quería lastimarlo; yo no sentía lo mismo por él, a pesar de todo lo que estaba haciendo por mí—. Yo estoy feliz… ¡sí! Feliz. ¡Gracias por todo! No se me ocurrió más que abrazarlo, y él me correspondió el abrazo. —También estoy feliz de que ya estés mejor. —Todo ha sido gracias a ti, Camilo. No sé qué haría sin ti. —Tampoco sé que haría sin ti, Grecia. —me miró y sus ojos se achinaron con ternura, era el hombre perfecto, y tal vez después de sanar mi corazón podria corresponderle. Habían pasado dos largos años y ya estaba completamente rehabilitada. Vivía en un pequeño departamento, por fortuna para mí, a pesar de que había desaparecido para mis conocidos, la cuenta escondida que tenía a nombre de mi difunta madre, esa aun funcionaba y tenía dinero ahorrado allí, esa cuenta no lograron robarla. Con el dinero, pude costearme el tratamiento y también trabajar en mi investigación para encontrar a mi hija. Pero parecía que a mi pequeña se la había tragado la tierra, nadie supo de aquella noche que salí de la compañía y me desmayé en la acera. Contrate varios investigadores privados, y ninguno pudo dar con la misteriosa desaparición, ¿Qué había pasado esa noche? Todos los días me preguntaba, y no podía ni dormir en pensar que queria estar con mi hija, saber que fue de ella. Pero afortunadamente seguía viva y me recuperaba muy bien. Ya era hora de volver, pero antes, debía tantear el terreno, había una sola persona en la que podía confiar. Además de haber sido mi secretaria en ventura Corps, era mi amiga, una de las mejores, a ella fue quien debí llamar esa noche, no a Alondra. Magdalena Harris, había asistido a mi velorio, llorando aferrada a mi féretro, convencida de que era yo quien estaba muerta. La pobre parecía que si me quería de verdad. Me cambie el color de cabello, y mi figura estaba más esbelta, tanto ejercicio en la rehabilitación ayudó a que me viera mucho mejor. Me vestí con ropa deportiva y me coloqué unos lentes oscuros, también una gorra. Y una hora después, me plante frente al departamento de Magdalena, presione el timbre dos veces, y espere nerviosa a que me abriera. —Ya voy, ¿Quién viene a esta hora? —Magdalena gritó al otro lado de la puerta, y al escucharla la esperanza se revivió. Abrió de repente y se quedó mirándome fijamente. —¿Le puedo ayudar en algo? —Arqueó una ceja y me miró de arriba abajo. Me quité los lentes oscuros y la gorra, mostrándole mi identidad. Magdalena se llevó las manos a la boca y sacudió la cabeza, con una expresión de absoluta incredulidad. Luego, como una loca, me cerró la puerta en la cara. Desde adentro, comenzaron a escucharse unos gritos espeluznantes. —¡Me estoy volviendo loca! ¡Debí ir a visitarla al cementerio! ¡Ya la estoy viendo! ¡Por Dios! Volví a timbrar, pero no abrió. —Magdalena, ábreme. Soy yo, Grecia. —¡No! Grecia está muerta… Ave María Purísima, Ave María Purísima… Grecia está muerta… ¡Estoy viendo visiones! Desde afuera, escuchaba el caos que seguramente estaba desatando dentro del departamento. —Magdalena, no estoy muerta. ¡Abre rápido, por favor! —grité con urgencia. Ella volvió a abrir, pero al verme, soltó otro grito. —¡No es ella! ¡Ah! Salió corriendo hacia el interior del departamento y yo fui detrás, cerrando la puerta a mis espaldas. Por lo visto, mi amiga había caído en el descuido. Su casa estaba abarrotada de basura, olía mal y ni hablar del desorden… y claro, de su evidente deterioro. —Magdalena, mírame… Soy yo, Grecia. Ella se giró hacia mí, se destapó el rostro y me miró. Mi pobre morenita no tenía ni idea de que estaba viva. —Grecia, mi amor… ¿eres tú? —Sí, morenita, soy yo. Es una larga historia. ¿Tienes café? Magdalena me miró fijamente y, con sus manos temblorosas, tocó mi rostro. Un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas antes de abrazarme con fuerza. Le correspondí el abrazo; después de tanto tiempo, un rostro familiar se sentía reconfortante. —Grecia, te he llorado tanto, amiga… que, si me estoy volviendo loca, lo estoy disfrutando. —Magdalena, sabía que podía venir a buscarte. Eres la única persona en la que puedo confiar —dije, echando un vistazo alrededor, buscando dónde sentarme. Ella, al notarlo, comenzó a mover cosas hasta dejar libre un sillón. —Siéntate, Grecia, por favor. Obedecí, y ella fue hasta la cocina. Minutos después, regresó con una tetera y dos tazas, sirviendo el té con manos aún temblorosas. —¿Qué pasó, Grecia? —preguntó, confundida y aún incrédula. Comencé mi letargo de historia, relatándole cada cosa que me había sucedido. Magdalena escuchaba atentamente, sin poder contener las lágrimas. Literalmente, haciendo honor a su nombre, lloraba como una magdalena. —No puedo creer lo que te pasó… Si yo tan solo hubiera sabido que estabas viva… Amiga, te juro que siempre habría estado a tu lado. Pero Alondra nos hizo creer a todos que habías muerto junto a tu bebé por un mal procedimiento en el parto. Abrí los ojos, sorprendida, y di un sobresalto. —¿Qué? No… mi bebé no puede estar muerta. No tiene sentido, porque… —Bajé la mirada. ¿Y si estaba muerta? —Alondra vendió Ventura Corps. Cuando eso pasó, a todos los empleados nos sacaron de patitas a la calle. La compañía fue completamente reformada. Ahora parece un edificio de alta gama, aunque sigue manejando los mismos negocios con las arroceras principales del país. Pero parece más bien una sucia fachada que cubre un negocio ilícito. —Magdalena le dio un sorbo a su taza de té y negó con la cabeza. No me sorprendía que hubiera negocios turbios allí. Al final, descubrí que el malnacido de Eliodoro era un corrupto. Me quedé pensando en todo. ¿Por qué mi hermana hizo algo así? —¿Y quién compró la compañía? Magdalena dejó la taza sobre la mesa y me miró fijamente. —Ventura ahora le pertenece al Sr. Mafia.
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