CAPÍTULO 1

1494 Words
—Lo cierto es que no es necesario hacerte una entrevista, con la recomendación tuve para saber que eras la persona indicada, así que relájate, solo estás aquí para que yo pudiera conocer a la nodriza de Mary. Esas fueron las palabras con las que Adriana, mi nueva empleadora, intentaba que yo no estuviera tan nerviosa como me notaba, pero que no servían en nada. El puesto para el que había sido recomendada era una total incomodidad. Digo, una cosa es cuidar a un bebé, otra muy diferente amamantarlo sin ser su madre. Sentía que era raro, y el sentimiento debía ser general o, al menos, compartido, pues ella hizo una pregunta que también me hacía yo. » ¿Puedo hacerte una pregunta? —cuestionó con seriedad. Asentí—. Lu me dijo que no eras de las que quisieran una familia, entonces, ¿por qué intentar ser nodriza? —Si le preocupa que quiera quedarme con su marido e hija, no tiene de qué preocuparse —dije y ella sonrió—. Es cierto lo que dijo Lucy, no me gustan las cosas problemáticas, así que no me aventaría a hacer una familia ni aunque me pagaran por ello y, para empezar, nunca tuve la intención de ser nodriza, es solo que Lucía no tenía suficientes personas para su taller en el centro de salud y le hice un favor, luego se le ocurrió esto del trabajo y, en algún punto de su explicación, sentí que no era del todo malo aceptarlo… Ella tiene una labia increíble. —Ya lo que creo que sí —concordó burlona la mujer de cabello n***o, lacio y tan corto que apenas llegaba a su barbilla—. Pero no solo su labia es increíble, toda ella lo es. Por eso no dudé ni un segundo en aceptar su propuesta, además que en serio lo necesito. Ya no puedo seguir siendo madre, mi trabajo se está poniendo complicado como para que mis pensamientos sean sobre los pañales de mi sobrina. Ah, cierto, ella es hija de mi hermano, y es padre soltero, así que no me preocupaba mucho eso de que quisieras quedarte con Mary y su padre. De hecho, te lo agradecería, si así sucediera. Esa bula de su parte me hizo sonrojar, y también me invitó a repensarme el aceptar el trabajo, pero esos pensamientos quedaron ahogados en el llanto de la pequeña niña que no paraba de llorar, aun cuando el carrito que la contenía no dejaba de mecerse. » Está incómoda —señaló la mujer que dejaba su silla para levantar a la pequeña Mary, de tres meses y medio de edad—, es intolerante a la lactosa, así que las fórmulas le causan gases y dolor. No hemos dado con una buena para ella. Cuando le comenté a Lu de esto, ella sugirió una nodriza, y te recomendó. Me pareció buena idea, viniendo de una enfermera. —¿Aunque esa enfermera fuera Lucy? —pregunté y ambas reímos—. Creo que es la única enfermera en el mundo que haría un taller de nodrizas para sus prácticas profesionales. Aunque no me sorprende tanto la idea, me sorprende que haya logrado que le permitieran hacerlo. Ella es increíble, en muchos sentidos.   Adriana concordó conmigo. Nuestra amiga en común no era la enfermera más sensata. A decir verdad, estaba tan loca que a muchos nos sorprendía que trabajara en algo tan serio e importante como la salud. —Tal vez fue la desesperación, o la falta de sueño —dijo ella andando hasta mí—. Tiene hambre así que, ¿te importaría iniciar de una vez? La mención del inicio de un trabajo que jamás había hecho, y para el que no me sentía para nada preparada, hizo que la tensión olvidada se hiciera presente con más fuerza. Pero no quería echarme para atrás, sentía que, si había decidido hacerlo, aunque lo considerara ahora como un momento de locura, era porque había encontrado un beneficio en ello. Negándome a seguir pensando en las implicaciones y consecuencias de lo que hacía, extendí los brazos para aceptar a la bebé. Adriana sonrió y yo le pedí que me diera privacidad, gracias al cielo accedió. —¿Qué estoy haciendo? —pregunté en voz alta una vez que comencé con una tarea que, hasta cierto punto, me parecía rallaba en lo desagradable. La pregunta era de lo más normal. Socialmente, que yo lactara a un infante que no había crecido en mi ceno, seguramente era raro en el mal sentido de la palabra, incluso yo lo sentía así. Suspiré, me había replanteado las cosas y decidido que no era lo que quería hacer, porque me sentía incómoda al punto de anular todas mis vergonzosas escenas protagonizadas en público, ya saben, esas de tropezar en la calle y caer aparatosamente tirando algo sobre alguien, por ejemplo. Igual no me detuve. ¿Qué clase de ser humano sería si interrumpiera la comida de alguien hambriento solo porque yo me sentía incómoda? Miré a la pequeña que comía mientras se quejaba, pero que no lloró, ni tampoco dejó de comer hasta que estuvo saciada; entonces hice el protocolo, que Lucía había enseñado en su taller, para sacar gases, y devolví a la pequeña al carrito una vez que ella se quedó dormida en mis brazos. —¿Qué tal? —preguntó Adriana al verme dejar la habitación en que ambas iniciáramos una charla a la que estaba a punto de darle fin. —Ella se durmió, no se ve demasiado incómoda, así que creo que una nodriza te funcionará… —¿Una nodriza?, ¿no tú? —Lo lamento, no puedo hacerlo. —Acabas de hacerlo, y bien si ella no está llorando y retorciéndose de dolor luego de terminar de comer. —Yo… no, definitivamente no puedo hacerlo otra vez. Le pediré a Lucy que te recomiende a alguien más. En serio lo siento. —No, no te preocupes, se lo pediré yo misma. Muchas gracias por probar, y por dormirla, ahora podré trabajar un poco. No pude agregar nada más. En serio me sentía apenada, pero me sentía un poco relajada sabiendo que no me obligaría a hacer nada que no me gustara hacer. Al fin y al cabo, no estaba tan necesitada. El departamento en que vivía era prácticamente mío, así que no debía preocuparme de una renta, tampoco por la comida, pues trabajo no faltaba. Siempre hay algo que hacer para aquellos que quieren salir adelante, para los que buscábamos pasar el día a día no era diferente. ** —No puedo creer que te rindieras luego de llegar tan lejos —me reprendió Lucía al verme entrar en casa. —Yo no puedo creer que me atreví a llegar tan lejos —respondí tras un suspiro—. Eso es la cosa más vergonzosa que he hecho en mi vida. —Amamantar no es vergonzoso —aseveró mi mejor amiga y vecina de habitación. —Oh, claro que lo es —refuté—. Fue tan vergonzoso que casi vomité, y eso que nadie estaba viéndome. No puedo hacerlo, lo siento. Se sentía como que estaba haciendo algo incorrecto. Nadie más que la madre de la niña es quien debería alimentarla. —Pues es porque la madre de esa niña no puede alimentarla que se te contrató, pero la abandonaste a la primera de cambio. —No, no intentes volver a hacer eso que haces con mi cerebro. Me siento demasiado bien conmigo misma justo ahora, no intentes llenarme de culpa por no obligarme a hacer algo que no quería. —¡Dijiste que sí! —Sí, porque no entendía las dimensiones de eso que me ofrecías. ¿Tienes idea del nivel de intimidad que representa amamantar? Con eso, prácticamente supliré a la mamá de una bebé. —Solo ibas a cuidarla, y alimentarla. Exagerada. —No. Lamento retractarme, pero lamento más haber dicho que sí, en primer lugar. Lo entendí bien cuando ella se aferró a mi dedo mientras comía. Es demasiada responsabilidad y no estoy preparada para ello. —Oh, vamos, no eres una niña. Tienes suficiente edad para asumir esa responsabilidad. —Y también tengo la suficiente edad para decidir no asumirla. Es demasiado para mí, no puedo con eso y nada de lo que digas o hagas va a hacerme cambiar de opinión. ** O eso fue lo que dije, porque mi corazón de pollo no pudo con los berridos de la pequeña que, una que ya no parecía para nada mi mejor amiga, estaba cuidando en su día libre. —Eres una… Ni siquiera completé mi frase. La frustración en su rostro me invitó a solo negar la con la cabeza, desaprobando hasta su existencia y, también, a tomar entre mis brazos al motivo de su sentir y de mi dolor de cabeza. » Esta será la última vez —aseguré con severidad. 
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