—¿Qué pasó? —preguntó Lucía corriendo a mi habitación luego de escucharme llorar fuerte. No respondí, no podía, el llanto que me ahogaba no dejaba salir mis palabras, por eso solo le mostré esa notificación en el celular que me había hecho llorar. » Hijo de perra —volvió a decir mi amiga, sentándose a mi lado y abrazándome fuerte otra vez—. No llores —pidió—, no vale la pena. Eso dijo ella, pero a mí, haber recibido mi “finiquito”, me importaba demasiado. Ese depósito de parte de él era prueba fiel de que todo, incluso aceptar mi estúpido amor, no había pasado de algo laboral para él. Y eso me mataba. ** «Ni siquiera vale la pena» No paraba de repetirlo desde que desperté, pero, aunque lo dijera una vez, dos veces, mil veces, mi corazón no terminaba de creerlo. Y es que extrañaba to

