En el estrado me miraban fijamente dos de los jueces que decidirían mi sentencia, quizá también mi ejecución. El tercero cada vez que lo encontraba observándome, dirigía la mirada hacia algún otro lugar, algunos dicen que a juzgar por mis actos, les resultaba difícil mirarme a los ojos. Por eso destaco a estos imbéciles, porque tienen el coraje de al menos hacerlo. Quizá si los hubiese conocido antes los hubiese nombrado a cargo de la justicia de mi nación. Pero claro, ya no tengo aquél poder. Siento lástima por ellos, no tuvieron esa dicha.
Mientras que me leían seguidamente todos los actos por los que se me responsabilizaba, observaba a mi antiguo pueblo ver expectante mi probable y pronta ejecución, sabía que iríamos a alguna pausa antes de que pudiese presentar mi descargo y mi defensa, de modo que era demasiado el caos en el lugar. Los pocos que podían estar presentes, hacían un bullicio que me alteraba bastante, me pregunto como no lo habría de hacer a los jueces. Se escuchaba por cada acto que cometí, algún grito casi ahogado de ''¡Bastardo!''. Este tipo de demostraciones en público me solían gustar bastante cuando los hacia, solamente que era yo quien decidía quien era culpable y quien no. Y por supuesto, no había tanto insolente vociferando rebeldía, solo aplaudían y festejaban a su líder. Los rebeldes perturbaban la paz, y la paz era una estructura fragilmente equilibrada por mis órdenes, por lo mismo que quien las desobedeciera, merecía la muerte.
El escrutinio y el escarnio público que pretendía ser este juicio, para nada se acercaba a ser justicia. La justicia es otra, la justicia es que los malos mueran y los buenos vivan en paz. Pero esta pretensión de democracia no era justicia. Jamás habrá justicia en un estado democrático, mientras los dementes y los estúpidos vayan por la tierra creyendo que son iguales que los demás. Los dementes, los estúpidos, y los desalmados deben morir, para que solo las razas selectivas, de buen estirpe, buena educación, laboriosas y razonables, predominen en el mundo. Sin duda mi siguiente maniobra habría sido imponer que los médicos estudiasen a la población de Ethelcon, de modo que no solamente los estúpidos y los crueles fuesen aniquilados, sino para que también tuviesen el mismo destino los dementes. Quizás de haberlo hecho antes hubiese evitado encontrarme en esta situación, privado de mis libertades y liderazgo por aquellos a quienes bajo mi poder hubiesen padecido. Pero admito que tuve un error, quizás éste me costará la vida; los rebeldes no pertenecen al grupo de los estúpidos. Los rebeldes pertenecen a los dementes, porque los dementes no distinguen lo que les conviene y lo que no, los dementes solo hacen las cosas en rigor de sus impulsos. Los rebeldes son dementes, pero seguidos por estúpidos. Así se conforman las masas.
Y antes de que la audiencia cesara por unos minutos, comenzaba a recordar mis inicios. Me preguntaba si el haber llegado hasta aquí habría merecido la pena, probablemente después de esto sería sentenciado a muerte, o en el mejor de los casos, me dejarían pudrirme en la cárcel hasta morir de vejez. Pero el pueblo exigía mi cabeza. No los culpo, los seres humanos acostumbramos asociar la muerte con la justicia. Yo hubiese hecho lo mismo, pero sé que no encajo en la categoría de dementes, estúpidos o desalmados. Yo soy un lider, un salvador, yo soy la justicia. ¡No puedes matar a la justicia! Pero estos insolentes no saben lo que hacen. Ojalá lo hubiese sabido, que este pueblo está colmado de ellos, que muchos estúpidos fingen ser inteligentes y que muchos dementes fingen estar cuerdos. De haberlo sabido, los hubiese matado a todos. Divago pensando en cómo sería la manera en que morirían. Solía dejar la muerte más indolora a los dementes, porque en parte no tenían la culpa de ser inferiores mentales. Los estúpidos solían tener un orgullo especial por su estupidez que me causaba un enorme hastío, por lo que solía mandarlos a despedazar, mis hombres solían mutilarlos vivos, y cuando se comenzaban a desvanecer, les echaban agua congelada para que pudiesen ser conscientes del dolor. Los desalmados morían quemados en hornos crematorios del tamaño de habitaciones, para que pudiesen entrar en grandes cantidades y sufrir en multitud. Era bueno escuchar un grito de agonía, pero juntos, eran una melodía.
No se me permitió ir al baño en el juicio por temor a que escapara, como si pudiera. Cuando entré pude divisar al menos una multitud afuera, esperando probablemente que me dictaminen culpable. No puedo llamarlos de otra manera que no sea malagradecidos. Después de todo lo que hice por la civilización, por limpiar este mundo, inclusive aún me toman como un villano. No son más que escoria. Cuán equivocados están. Prefieren rezarle a un dios que no sabe que existen y estar a la merced de un patriarcado perverso, que mientras dice que se debe hacer y que no, acobijan a dementes y a desalmados bajo la palabra de Dios. Quizás Dios no me vaya a perdonar, pero a estos hombres tampoco.
En el receso, mientras el jurado del estrado me observaba como su fuese animal de un circo, me permitía llevar la mirada a la puerta principal, de donde iban y venían sujetos de buen vestir, saliendo a hacer probablemente las necesidades de las que me estaban privando en este momento por ser quien soy. No me sentiré mal por ello, el legítimo lider de Ethelcon no puede sentir arrepentimientos. Solo espero que mi destino llegase entrando por esa puerta, para no tener que vivir lo suficiente para esperar que éstos insensatos me juzguen como si fuese un tirano. Pero mi destino se tardaba y se acababa el tiempo.
Uno de los jueces dijo unas palabras, concluyendo con el receso, las personas se reintegraron al estrado, mientras que el juicio prosiguió invitándome a decir mi defensa. Los cargos por los que se me acusaba eran;
Genocidio, exterminio, encarcelamiento injusto, tortura, persecución, desaparición forzosa de personas, régimen de opresión, discriminación racial, crímenes de lesa humanidad, crímenes de agresión, de guerra, entre otros conjuntos de palabras que decidí omitir porque no les encontraba sentido. ¿Cómo me declaro? Culpable. Culpable de haber hecho lo necesario para el progreso. Muchos de los aquí presentes cometieron algunos de estos actos, el único problema fue que yo los encaminé. Es un problema común de las masas el volverse en contra de su líder, los individuos por si solos no lo harían, pero con adalid adquieren valor y poder. En su momento yo fui el individuo que necesitaba agrupar a las masas, aquél proclamado por el mismo pueblo que ahora busca juzgarme, pero las masas siempre se vuelven en tu contra. Los seres humanos somos unos desagradecidos.
—Sr. Klausen ¿Cómo se declara? —volvió a repetir la pregunta el sujeto que se encontraba frente a mi. Me había perdido entre tanta formalidad.
—Culpable —respondí a secas.
Todos los presentes se levantaron en voces, algunas que otras en insultos, y otras en murmureos más respetuosos.
—Culpable de ser su salvador y gran líder, señor. Me declaro culpable de haber sido el Dios de esta tierra.
—El estrado resolvió que el Sr. Klausen será sentenciado con pena de muerte con inyección letal.
La multitud explotó en caos, no todos reconocen a un Dios cuando lo tienen en frente. Los jueces se llevaron la mano al entrecejo antes de dictar la sentencia. Pero antes que lo hicieran, mi destino había pisado el estrado.