Prólogo

3465 Words
En un rincón apartado de la ciudad de Nueva York vive un hombre llamado Lucas. Con 20 años, es dueño de una mansión lujosa. Apasionado por coleccionar autos deportivos a su corta edad. Para nadie es un secreto la forma en la que amasó su fortuna. Desde pequeño siempre fue un vividor. Su personalidad en la niñez era la de alguien compulsivo, arriesgado, pero sobre todo perseverante y audaz. No renunciaba a sus objetivos hasta alcanzarlos. Fue criado por Meryl de Fair y Jonas Fair, sus padres adoptivos. ¿Omití esa parte de la historia? El pequeño había sido abandonado en un basurero ubicado en un callejón del Bronx donde una mujer desconocida acababa de parirlo. Era una yonqui, que vivía y respiraba por y para la heroína. En aquel momento, pensó en vender a su bebé para así poder comprar más droga, pero esa voz de la conciencia que tenemos todos (a la cuál pocos obedecen) le indicó que esa pequeña criatura no debía pagar por sus pecados, así que, para librarse de él, lo arropó con una toalla y lo dejó a la deriva en aquel contenedor oloroso. Afortunadamente, el llanto del bebé se extendió hasta los oídos de un hombre mayor, que pasaba por el lugar caminando ayudado por su bastón. Al darse cuenta del sonido incesante que perturbaba el ruido en la ciudad, llamó a la policía, donde por suerte lograron rescatarlo antes de que sucediera algo peor. Fue llevado al hospital, donde recibió el oportuno cuidado y posteriormente entregado a un orfanato, donde se encargarían de buscarle un nuevo hogar. El 5 de noviembre del 2006, una pareja arribó a “Sant Denisse”, nombre con el que se le conocía al refugio para niños. Ingresaron con la idea de adoptar una pequeña niña. Tras llevar el papeleo, iniciaron la búsqueda. Habitación por habitación, se presentaban buscando a la chica ideal. Algunas muy grandes, otras maleducadas y muchas que no querían dejar de vivir en el orfanato. Cuando se dispusieron a bajar las escaleras para visitar a las que se encontraban entre los 2 y 4 años de edad, el pequeño Lucas tropezó con la señora Fair. - ¡Disculpe! – imploró el jovencito de 5 años. - No te preocupes pequeño, no ha sido tu culpa – lo tranquilizó la mujer. A veces soy muy torpe y me cuesta mirar hacia el frente. - Pero pude hacerle daño y no es mi intención asustar a las personas que vienen aquí… así mis amigos jamás encontrarán una familia. - ¡Ay cosita tan hermosa! ¡No pienses eso! - De verdad perdóneme, si puedo hacer algo para compensarla lo haré de manera obediente. - ¡Querido! ¡No me hables así! ¡Pareces un robot! – le indicó con una sonrisa que se dibujaba en todo su rostro con el pincel más fino que un artista pueda utilizar. - ¿No le conté que soy uno? – preguntó el pequeño con inocencia. - ¿Ah sí? ¿Quién eres? - ¡Lucas! Del planeta saturno y he llegado aquí para llenar de felicidad a mis compañeros. Esbozó una sonrisa de oreja a oreja. Tan sincera, tan llena de vida. - Bueno, Lucas, ve a jugar con ellos y demuéstrales que tienen un amigo incondicional con un corazón grande. No te disculpes por lo que acaba de pasar, no ha sido nada. - ¿Segura? – cuestionó preocupado. - Completamente. Volvió con su esposo con el corazón latiendo a mil pulsaciones por segundo. Caminaron juntos hacia los escalones color carbón. Paso tras paso, se acercaban más al primer piso, hasta que Meryl se giró. - Cariño ¿Estás seguro de que quieres una niña? - En eso habíamos quedado ¿No? - Lo sé, pero debiste haber visto a los ojos a ese chico. Lo siento… único en su especie. - ¿De quién hablas? - Antes de que llegaras, un pequeñito, parecía tener 4 o 5 años, se golpeó contra mi muslo. Fue muy educado y me causó mucha ternura. - ¿Enserio? No lo sé… si te soy sincero, mi ilusión es criar a una pequeña, pero… ¿Habrá tiempo para todo no? – aseveró Jonas, dándole la razón a su esposa. Decidieron dar la vuelta. Se dirigieron a pasos veloces a la puerta de administración. Golpearon dos veces. La madera crujió de manera sutil. - ¡Siga! – indicó una voz femenina. La entrada rechinó al abrirse. Una mujer que vestía lentes, con el cabello recogido los invitó a pasar. - Veo que han venido aquí sin haber escogido a nadie ¿Pasó algo? - No señora Tiffany, sólo que hemos cambiado de opinión – aseguró ella de manera dulce. Queremos un niño. - ¡Oh! ¿Por qué ese cambio tan repentino? - Llegamos a un acuerdo, pero prometo que más adelante vendré por mi niña – pronunció el señor Fair soltando una leve carcajada llena de amabilidad. - Está bien, puedo llevarlos a que conozcan a algunos de los chicos, de hecho… Tiffany fue interrumpida abruptamente. - No se preocupe, ya tenemos al indicado. - ¿Puedo saber quién es? - Me dijo que se llamaba Lucas. Es un pequeño con el cabello n***o, ondulado, con ojos azules y unas pecas en sus mejillas ¡Tan adorables! - ¡Oh Lucas! Es un buen muchacho… aunque a menudo resulta con las cosas de sus compañeros en su cuarto, no sé cómo… nadie nos ha podido dar una explicación. - ¿Estás diciendo que toma lo que no es suyo? – quiso entender el hombre, llevando su mano hacia el mentón, pensativo. - No… o no lo sé, me parecería muy raro que alguien tan pequeño tuviera conducta cleptómana, pero si es cierto que cuando hacen aseo en su habitación, encuentran juguetes, ropa y hasta comida que no le pertenecen. Cuando hablamos con él, nos dice que se la gana jugando. No sé el significado de esas palabras, así que lo hemos dejado pasar, pero es un comportamiento al que deberían prestarle muchísima atención. Y era cierto. Él era alguien que no actuaba en vano. ¡Imagínense! Desde chico al integrarse con sus compañeros llevaba todo al extremo. Si querían jugar un escondite, proponía que el primero en dejarse atrapar debía regalarle algo a quién buscaba, con tan buena suerte que siempre resultaba apropiándose de las pertenencias más valiosas de sus compañeros. Claro que no reflejaba maldad alguna, simplemente causaba curiosidad que aplicara la filosofía de que toda acción debía tener una recompensa. Otro de los juegos favoritos en los patios, eran las canicas. Dibujaban un círculo en el suelo con una piedra y ahí ubicaban todas las bolinchas. Con su mano empujaban el artefacto para sacar del límite a las demás y cuando lo lograban, se apoderaban de ellas. Esto no era el único factor que satisfacía el ansia de “poder” de Lucas. Para jugar con él, se debía tener una cosa clara. El que perdiera todas sus canicas, debía ceder su almuerzo. Eran condiciones absurdas, pero no jugaba sin que se establecieran. Los adultos procedieron a salir de la oficina para empezar su búsqueda, que no sería muy difícil porque seguramente estaba en el salón de juego con todos los niños, al fin y al cabo, cuando hay visitas de ese tipo, todos se pueden desplazar por el orfanato libremente a sus anchas. En efecto en el salón 202, en el segundo piso, una multitud lo rodeaba. - ¡Niños y niñas! – pronunció, cuando giró su cabeza se encontró a la mujer con la que se había tropezado. Y también ¡Damas y caballeros! Están invitados para presenciar uno de los trucos de magia más increíbles que verán en su vida. Para participar solo deben contribuir con ¡un centavo! - ¿Qué dice este chico? – pronunció Jonas entre risas. Acaso ¿Hemos dado con el próximo Bill Gates? - A mí me parece lindo lo que hace – le respondió su esposa. El chiquillo empezó a rotar a uno por uno de los espectadores su sombrero de copa alta para que depositaran las monedas. Tan pronto acabó, subió en una butaca que lo hacía ver más alto y volvió a meterse en su papel. - A continuación, podrán ver cómo me introduzco una de las monedas que me han donado por la nuca y aparecerá en mi boca. Todos quedaron confundidos. - ¡Es imposible que lo haga! - ¡Está loco! - ¡No eres capaz de hacerlo! – eran algunos de los murmullos que se escuchaban entre las cuatro paredes. - Observen con atención – les indicó el pequeño mago. Agarró un centavo y lo mostró al público para que se dieran cuenta que era real. - No hay que negar que tiene un talento increíble para hablar frente a los demás – aseguró la señorita Tiffany. Procedió a posar la mano que contenía la pequeña moneda en la nuca. Se dio golpes leves, como si la estuviera introduciendo a la fuerza. Dio uno. Dio dos. Dio tres. Dio cuatro. Dio cinco. - ¡Listo! – gritó ante las miradas de una decena de personas. Realizó la mímica de que se concentraba y cerró los ojos. De un momento a otro, sacudió su brazo hacia su boca y cuando la abrió, una moneda salió disparada como alma que lleva el diablo y cayó al piso. Lo siguiente fue una lluvia de aplausos que inundó el lugar. - ¿Cómo lo hizo? - ¡Lucas! ¡Eres lo máximo! - ¡Debe haber una trampa! – sugirió un pequeño, de unos seis años aproximadamente. Ese último comentario captó toda la atención del ilusionista. - ¿Cómo haz dicho? – lo confrontó con cara de pocos amigos, mientras bajaba de la butaca. - ¡Que debes tener un truco! ¡Seguramente no lo pones en tu nuca! sino en algún lugar del brazo y lo sueltas cuando abres la boca. El público empezó a cuchichear, poniendo en duda la veracidad del acto. Los adultos observaban con curiosidad. - ¡Bueno! Ya que insistes, te mostraré paso a paso – le dijo mientras volvía a sujetar el sombrero, un detalle que le había regalado como obsequio de navidad su profesora de matemáticas. - ¡Yo mismo te pasaré la moneda! No quiero que intentes nada – señaló el que quería desenmascararlo. - No tengo ningún problema con eso. El joven la tomó, la analizó como si se tratase de una piedra preciosa y se la alcanzó con la mano. Caminó unos pasos y se ubicó viendo en posición lateral a Lucas. - ¡Observen todos! De nuevo llevó el centavo a su nuca. Clavó los golpecitos. Dio uno. Dio dos. Dio tres Dio cuatro. Dio cinco. Señaló su boca con el dedo índice derecho. El otro niño se acercó a ver. La abrió lentamente y a la par, la moneda se asomaba, saliendo de su lengua. - ¡Qué asco! – gritó, luego salió corriendo de la sala. Todos celebraban el gran truco que había realizado su amigo. Entre tanto júbilo y tantas risas, la voz de Tiffany frenó la euforia. - ¡Lucas! ¡Qué asco! ¿Cómo te metes eso a la boca? ¡Te puede dar una infección! - Señorita Tiffany, no se preocupe, iré a lavármela en cuanto termine– volteó a mirar a su público emocionado por lo que acababan de presenciar. Si les ha gustado quiero que me regalen un gran aplauso. En aquel momento, la familia Fair supo que aquel chiquillo era especial. El muchachito se dirigió al baño para limpiarse la lengua con su cepillo de dientes. La pareja de esposos lo siguieron. Cuando salió, se encontró con el hombre en la puerta. - ¿Lucas verdad? – le preguntó por cortesía. - Así es, mucho gusto señor… - Fair, pero puedes llamarme Jonas. Tengo entendido que conociste a mi esposa hace poco. - ¿La señorita con la que me tropecé? Sí, fue muy amable conmigo. - Exactamente – respondió mientras se agachaba para quedar a su nivel de altura. Oye, que maravilloso truco el que hiciste allí arriba ¿Me puedes contar el secreto? El chico sonrió de manera pícara. - ¡Oh! Pues es muy sencillo. Usted ya es alguien grande así que no le venderé mentiras. Desde antes que pasara el sombrero, ya había metido una moneda en mi boca. La inicial, la mía. Pero no se confunda, la que guardé detrás de mi lengua para poder hablar bien, sólo era un seguro por si alguien intentaba descubrir el truco real, que era el siguiente. El señor Fair escuchaba atento, intentando contener la risa, le parecía absurdo que a esa edad tuviera tanto carisma y desenvolvimiento. - Cuando llevo la moneda a la nuca – continuó. Los golpes que doy son para que todos concentren su atención allí y crean que estoy intentando clavar la moneda para que traspase… pero lo que en realidad hago es guardarla en el brazo. Cuando hago el que la escupo, simplemente agito el brazo de manera rápida para que salga disparada como si la vomitara. Aquel chico fue listo y me descubrió… pero no contaba con el seguro que había puesto desde un principio. - ¡Entiendo! – seguía riendo. - ¿Están aquí para llevar a alguno de mis amigos con ustedes verdad? – cambió el tema sin una pizca de pena, a decir verdad, se expresaba como un adolescente muy educado para su edad. - De eso te quería hablar pequeño. Ven, acompáñame. Siguió al hombre que vestía una camiseta gris y unas gafas redondas que reflejaba un tinte amarillo en sus lentes. Atravesaron la totalidad de la casa para llegar al patio trasero. Una vez allí, lo invitó a sentarse en un columpio que se mantenía estático. Estaba hecho en cuero, sostenido por cadenas de acero que se encontraban amarradas a una estructura de madera que formaba un rectángulo con el suelo. Allí comenzó a mecerlo de manera suave. - ¿Y ya decidieron a quién llevarán? Tengo una amiga que está muy ansiosa por tener padres y me haría ilusión que la tomaran en cuenta. Apenas tiene tres añitos, pero me parece muy agradable. - Bueno, en un principio veníamos con la idea de adoptar a una chiquilla, pero al parecer le has agradado mucho a mi esposa y yo estoy dispuesto a aceptarlo, así que... ¡Bienvenido a la familia Lucas! El chico no mostró ninguna sorpresa, al contrario, los gestos de su cara indicaban que se encontraba algo confundido. - ¿Y Sara? - ¿Quién es Sara? - La amiga de la que te hablé. Me haría mucha más ilusión que la conocieran a ella y la llevaran a su lado. No es que no me guste la idea de irme con ustedes, al contrario, pero uno se da cuenta de quiénes no tienen madera para vivir por mucho tiempo en un orfanato. «Este chico habla como si fuera alguien muy mayor ¡Qué maravilla!» pensó al escuchar sus palabras. - Déjame hablar con mi esposa y vendremos de nuevo a ti ¿Está bien? - Yo te tengo una mejor propuesta señor Fair. - Dime. - Quiero que juegues conmigo. Un cara o sello. Si en la moneda cae cara, usted adopta a Sara y la hace la niña más feliz del mundo, si no, tiene que adoptarme a mí, pero con la condición de que no iré con ustedes si mi amiga no me acompaña. El hombre quedó perplejo. - ¿Qué dices? ¿Cómo crees que voy a dejar una decisión tan importante al azar? – bombardeó de preguntas al pequeño, quién estaba decidido. - Ya le he dicho mis condiciones, de verdad, quiero lo mejor para ella y no puedo aceptar irme y dejarla aquí indefensa antes de que encuentre a una buena familia. - Haber chico, déjame consultarlo con mi esposa, no podemos tomarnos algo así a la ligera, entiende que en estos momentos no estamos en disposición de mantener a dos pequeños. - ¿Por qué? - Bueno, la colegiatura es cara y es difícil distribuir los tiempos para educarlos de manera correcta. - Entiendo, por favor consúltelo con su esposa y aquí estaré esperándolo con la moneda en la mano. - Lucas, no vamos a jugar algo tan absurdo para decidir el futuro de una familia, simplemente le comentaré a ella si está dentro de nuestras posibilidades abrir las puertas de nuestro hogar a dos personitas. Espérame aquí, no tardo. El hombre se dirigió al segundo piso en busca de su mujer, mientras que el pequeño corrió hacia la sala de juegos del primer piso. Dentro de la multitud, una chica pequeña de cabello rubio con unos ojitos preciosos que brillaban a plena luz del día se encontraba apartada de los demás. Tenía dos trenzas adornando su corto pero espectacular cabello. - ¡Sara! - ¡Lucas! ¡Me alegra verte! - ¡Vine aquí porque te tengo una sorpresa! – exclamó mientras sobrepasaba la multitud y lograba tomar su frágil brazo. - ¿A dónde vamos? – preguntó mientras se dejaba llevar por su amigo. Arribaron de nuevo al patio. - ¡Creo que encontré la familia perfecta para ti! - ¿Es enserio? ¿Tendré mamá y papá? - ¡Así es! Son dos personas muy amables, pero debemos esperar pacientes. Te quieren conocer de inmediato. - ¡Por fin tendré papás! El último grito había llegado a oídos de la señora Fair, quién se conmovió nuevamente con la ternura que desprendía aquella pequeña. Estaban a poco más de diez metros y ya se había enamorado completamente de la criatura. Detuvieron su caminar. - No creo que estemos en una situación como para llevarnos a los dos… pero quedé encantada con Lucas y sé que la vida me cobrará factura sino lo adopto en estos momentos… por otra parte, siempre habías querido una niña, soñabas con ella y no es justo contigo que ahora que tienes la oportunidad de convertirte en papá de una, todo se arruine por un capricho mío. - Cariño, las cosas no son como las pintas, es cierto que siempre he querido una niña, pero Lucas se me hace un chico divertido y alegre, perfecto para que forme parte de nuestra familia… no debes sentirte culpable por eso. - ¿Y si llevamos a los dos a casa? – pronunció Meryl, dejándose llevar por su corazón. - Cariño… - Sí, así no estropearía tu sueño y al mismo tiempo puedo quedarme con ese chiquillo tan encantador. - Si es así, prefiero aceptar el trato que tengo con Lucas. - ¿Un trato? - ¡Lucas! – elevó la voz mientras se dirigía hacia los niños. Estuve hablando con mi mujer y he decidido aceptar el trato, sólo recuérdame una vez más las reglas del juego. - ¡Estupendo! – musitó el chico. Cara significa que Sara irá a formar parte de su familia, sello que ambos iremos. La mujer observó a su esposo con algo de recelo. Le parecía absurdo jugar algo así cuando la idea inicial era llevarse al niño y a nadie más. - ¿Qué está pasando? – le susurró al oído a su esposo. - Es la única manera en que acepte ir con nosotros, de lo contrario su respuesta es un no. - ¡Damas y caballeros! – gritó Lucas. Como pueden ver ustedes, lanzaré una moneda al aire. El resultado dirá si es mi amiga la que se marcha a casa con sus nuevos padres o con sus nuevos padres y su nuevo hermano mayor… así que comencemos. Colocó el metal redondo sobre su mano, encima del dedo pulgar derecho. Con un movimiento sencillo la elevó unos veinte centímetros. La moneda giró entre diez y quince vueltas en el aire ante la mirada expectante de todos los presentes. Cayó de nuevo en la palma de la mano, el chico la volteó boca abajo y la puso encima del antebrazo. Levantó la mano. El sello se asomó. - ¡Sí! – se le escapó un grito a Meryl, no podía disimular su emoción. - Así que ambos se marchan con nosotros ¿eh? – dijo Jonas, con una evidente emoción. - ¡Tendré un hermano y nuevos papás! - Espero que estés contenta Sara. - ¡Sí y mucho! - Bueno, muy bonito y todo, pero debemos informarle a la señorita Tiffany, debe hacer el respectivo papeleo. Vamos hacia el segundo piso. - ¡Vamos! – se escuchó al unísono en el patio de aquel orfanato. Avanzaron hacia la sala. Lucas se detuvo por un breve instante. Fijó la mirada en su moneda. Ambas caras eran iguales.
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