Prólogo

1506 Words
Vanessa 5 años de edad Los mayores siempre me han dicho que soy de una manera muy especial. Demasiado inteligente y madura para mi edad. Siempre lo dicen con una sonrisa en los labios, según ellos, esto me permite comprender mucho mejor las situaciones de la vida, poder hablar con personas adultas y, sobresalir en la escuela, sí, soy una especie de genio o algo así suele llamarme la maestra; pero en realidad lo odio, lo odio porque me hace darme cuenta de mi triste realidad con más dureza que mis compañeros en el orfanato, porque, me ha hecho perder las esperanzas de que, algún día, pueda ser adoptada. Yo quiero ser una niña normal, de esas molestas que lloran cuando se caen, tienen pesadillas por las noches o hacen una perreta por algo que quieren y no pueden tener, yo quiero ser como Holly de mi salón; que también tiene una mamá que le besa en la mejilla antes de entrar a clase, que le hace esas dos hermosas coletas adornadas con lazos y le susurra te quiero; pero yo, yo no tengo eso, porque hace cuatro años una señora muy mayor, me dejó en este orfanato. Hay algo muy triste en la vida y eso es ser huérfano y aún más, cuando sucedió siendo tan pequeña que no puedes ser capaz de recordar el rostro de tu mamá, sus caricias, o saber, si alguna vez te amó; aunque las mamás siempre aman a sus hijos, sin importar lo traviesos que sean, el padre Juan, siempre nos lo dice luego de misa y yo, quiero creerle. —¡Vanessa! —me llama Johana—. Apúrate pequeña. Nos reuniremos todos en el salón para colocar las cartas a los Reyes Magos, este año será el último en que pida el mismo obsequio, ya que, al parecer, nunca se me podrá conceder. Me coloco con dificultad el disfraz de Bugs Bunny, hace unas semanas vi por primera vez las aventuras de los Looney Tunes y ese conejo me ha flipado, siempre se sale con la suya sin importar la situación, ama a sus amigos, pero eso no significa que no les haga travesuras, en pocas palabras, es muy parecido a mí. —Joy —le llamo, necesito ayuda para cerrar la cremallera—. Joy. —Ya estoy aquí Vane ¿Qué sucede? —Me ayudas por favor —le pido con una sonrisa de oreja a oreja, haciéndola reír. —Claro, preciosa. Te queda muy bien, Vane —dice, terminando de cerrar el disfraz—. ¿te ha gustado? —acaricia uno de mis mejillas. —Me ha encantado Joy. Gracias —me abalanzo sobre ella y la abrazo—. ¡Eres la mejor! Y es verdad, no porque esté siendo una pelota con Joy, no, lo digo porque es grandiosa, es la única persona que me da besos, abrazos, me lee cuentos, sujeta los cordones de mis zapatillas y me compra disfraces. ¿Ya os he dicho que adoro los disfraces? Solo con ellos, dejo de ser Vanessa la pobre chica sin papás, por quien yo desee ser. —Me alegra mucho que te haya gustado, ahora, démonos prisa que luego tengo una sorpresa para ti. *** El salón como cada año en esta época está decorado completamente con luces, guirnaldas, un enorme árbol navideño con una estrella brillante en la cima, debajo de este, una representación del nacimiento del niño Jesús y música de fondo, villancicos; los cuales me los sé todos, he practicado un montón este año, para poder estar en el coro principal. El padre comienza la oración y yo me pierdo entre mis pensamientos, sólo un deseo, sólo una cosa que desees con todo tu corazón, siempre nos dice, pero es que yo ya lo he pedido muchísimas veces y, nunca se me ha cumplido, siempre es reemplazado con algún otro regalo, que, aunque resulte ser de mi agrado, no es tener una familia. —Tu turno —susurra Joy. Camino lentamente hasta colocarme enfrente del nacimiento, hinco mis rodillas en el suelo, junto las palmas de mi mano delante de mi pecho y bajo la cabeza, para hacer mi oración y pedirles mi obsequio a los reyes. Hola diosito. Soy yo. De nuevo. A ti que lo ves todo desde el cielo no puedo mentirte y decirte que me he portado muy bien, cuando he hecho algunas…llamémosle travesuras diosito, pero es que me divertían muchísimo y el padre Juan siempre dice que debemos hacer lo que nos hace felices, deberías de haber visto como nos reímos todos cuando la señorita Gertrudis abrió la cajita y encontró el sapo dentro. No puedo contener una carcajada, al recordar a esa bruja, corriendo por los pasillos. —Vanessa —me reprende en un susurro Joy, que se mantiene a mi lado. Perdón diosito, seguimos, no me he comportado muy bien, pero tampoco he sido muy mala, he ayudado en los quehaceres, he sacado puros excelentes en mis materias y, no he vuelto a poner chinches en la túnica del padre Juan; por ello, te pido desde el fondo de mi corazón que me permitas encontrar a una familia que me quiera, no importa si no tienen dinero para comprarme regalos o viajar a Disni ese, del que tanto hablan en mi clase, yo solo quiero unos papás que me besen en la frente y me acurruquen antes de dormir, yo solo quiero escuchar a alguien decir que me ama. Termino de decir mis palabras, coloco la carta al pie del árbol y retomo mi lugar en la formación. —¿Qué has pedido? —pregunta Julio, detrás de mí. —Que te crecieran las orejas como las de Dumbo —le saco la lengua y vuelvo a mirar hacia al frente. Julio siempre se está burlando de mis disfraces, Joy dice que es porque quiere ser mi amigo y yo no lo dejo, pero Joy es muy inocente, Julio se burla de mí porque es un cretino. Es una palabra que aprendí hace unas semanas en la escuela, se la escuché decir a unos de años más avanzados y lo que explicaban se ajustaba perfectamente a Julio. Luego de entregar nuestras cartas, vamos al jardín, como cada domingo para tomar toda la merienda disfrutando de la bonita vista. Camino aguantándole la mano a Joy, cuando una de las monjitas, viene corriendo hacia nosotras. —Johana, ya está aquí el duque de Leuchtenberg —anuncia, con voz agitada. ¿Lechute qué? —Enseguida vamos. Muchas gracias —le agradece. Autoseguido, se arrodilla frente a mí, para quedar a mi altura y con los ojos húmedos me dice: —Se te ha concedido tú deseo, preciosa. Nuestro deseo —acaricia mis mejillas. —¿Mi deseo? —sollozo. —No llores. Debes estar muy feliz. —Y lo estoy, pero me duele mucho aquí —le señalo mi pecho. —Eso es que estás muy emocionada. Yo también lo estoy —se pone de pie y caminamos juntas. *** No sabía qué hacer, mis manitos sudaban y mi corazón no dejaba de latir con fuerza. Joy es la primera en entrar a la habitación donde nos espera mi bisabuelo, durante el camino, me había dicho que era un señor muy bueno, que estaba muy feliz por haberme encontrado y que ya me quería, incluso antes de conocerme. —Vane, pasa por favor —me llama Joy. Asomo mi cabeza y miro el interior, se ve viejito, más que el padre Juan y…. Oh no, no, me está mirando. Me quedo parada en mi lugar, cuando es él, quien se acerca hasta a mí, queda a mi altura y con una enorme sonrisa y lágrimas en sus ojos me abraza. —Soy tu bisabuelo Joseph, puedes llamarme abuelo, bisa, Joseph, como quieras —me mira a los ojos—. Estoy muy emocionado de conocerte, al fin, te he estado buscando durante muchísimo tiempo —comienza a llorar—. Eres muy hermosa Vanessa y…—ríe—. Veo que llevas el disfraz que te he regalado. —¿Fue usted? —murmuro. —Sí, me han comentado que te gustan mucho, a donde iremos tendrás todos los que quieras. —¿Viviremos juntos? ¿En una casa? ¿Cómo una familia? —pregunto atropelladamente. —Junto a tu padre y tus hermanas. Seremos toda una gran familia. No puedo creer lo que estoy escuchando, tengo hermanas, un papá, un abuelo y … —¿Me quieres? —pregunto apenada. —Con mi vida, mi pequeña. Corro a sus brazos, envolviéndonos en un abrazo de oso que me vuelve la niña más feiz del mundo. Al final, el padre Juan llevaba razón, los deseos si se hacían realidad. Tal vez, se tardaban más de lo esperado, pero, si los pedías desde el fondo de tu corazón, aparecían frente a ti y el mío, el mío había venido vestido de n***o con una amplia sonrisa, un cálido abrazo y se llamaba: abuelo. ...
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