—¿Solo sabes inflarme las pelotas gatito? — digo a Antonio que me está guiando con los ojos vendados a un sitio que desconozco. —Eso es curioso porque hasta donde sé no tienes testículos. Y hasta donde sé cuando alguien te dará una sorpresa, no tienes que ofenderle. —No te digo gatito para ofenderte, sino porque luces como uno — sonrió ante mi maldad para escuchar un resoplido molesto de Antonio. Otro recuerdo con él. Esta vez tenía 22 y él 18. El día anterior había sido su cumpleaños y me llevaba a comer pizza en un restaurante cercano a la playa. Aunque lo de la sorpresa debía ser a la inversa, no me iba a negar a esta oportunidad celestial y de bebé enmantillado. Ese día me preparé con más ilusión de la acostumbrada. Por fin se había acabado el martirio de estar enamorada de un

