Capítulo 4: Pesadilla disfuncional

1970 Words
Tenía grandes sospechas de que este sueño, no era más que una pesadilla disfuncional. Puede que me haya levantado siendo preciosa, teniendo un cuerpazo, viviendo en una mansión y con ropa para tirar al cielo, pero entre lo de la familia incómoda, estudiar algo que tiene que ver con matemáticas y usar estos malditos zapatos, la certeza crecía y crecía. Pero mi lema de los limones y la limonada había que recordar. Ya que estábamos tan detallistas y era de la familia accionista principal de esos hoteles, osea, tenía más dinero que Antonio, a este paso me lo encontraba y era mi novio. Una risas maniáticas y hasta algo entusiasmadas me invaden. ¿Qué importaba qué me fueran indiferentes una familia que no era la mía? Mi papá era un maltratador y alcohólico, y mi madre desapareció de la faz de la tierra. Gran cosa. ¿Qué importa un examen que no me dañará en lo absoluto? Lo dejo en blanco y ya. Nunca me intereso estudiar en la universidad. Gran cosa. ¿Qué importaban unos zapatos incomodos? Me los quitaba, compraba unos nuevos. Gran cosa. Aquí lo que importaba era lo de Antonio. ¿Quizás le conocía? ¿Es que si me viese así podría tener una breve e irrealista oportunidad con él? Necesitaba indagar más en ello. Lanzar una punta para ver si el cielo me recompensaba. —Y… ¿Antonio también lo presentará? — suelto rogando que él sí este acá. La ladrona de cambures me ve extrañada. No sé si porque no le conoce, o le resulta extraño que esté hablando de uno de los miles de Antonio que existen en el mundo, y que no es el mío. Pero después cansada, suspira, tal cual lo hizo su madre. —Estás muy rara hoy Irene — ella abre la puerta porque al parecer habíamos llegado al sitio. Se baja y yo le sigo. Estábamos frente a uno de los edificios de la Universidad Hopkins…  ¿Por qué sabia eso? Porque había estado aquí antes. Recuerdo que el año pasado… formé parte del equipo de limpieza en las vacaciones de verano. Era una universidad privada de elite, y era… la universidad donde efectivamente, Antonio estudiaba. Él estaba en el último semestre de su carrera, era Ingeniería Civil. Un picor incomodo vuelve a azotar mi cuello. —¿Cómo Antonio va a presentar una materia que no es de su carrera? Él está muy adelantado a ti, ya se va a graduar en nada. Ingeniería Civil estudia por si no te acuerdas también. Dah. Las palabras se quedan estancadas en mi garganta y quiero que me explique más de esto. Pero ella inicia a caminar, y yo le sigo unos pasos por detrás. Puedo apreciar que está vestida cómodamente a diferencia de mí. Tiene una jeans de cintura alta y una chaqueta verde. Su cabello está atado en una trenza de lado, y sus ojos eran semejantes a los de su madre, entre el marrón y el verde. Era sencillo notar que éramos hermanas, o bueno, para lo que nos concierne. A medida que avanzo los pies me duelen más y más, tanto que necesito aminorar mi paso, perdiendo a Indira que se fue sin mirar atrás. Y cuando llego a la entrada del sitio, tomo aire y la atravieso para encontrarme con un pasillo repleto de estudiantes. No uso tacones, así que me sorprende que pueda mantener el equilibrio en estos, aun así el dolor seguía allí y la lentitud de mi caminar, me hace bastante llamativa. Creo que ese es el motivo de que algunos hombres me miren al pasar, y mujeres por igual. Y otro detalle, no sé a dónde ir o cómo ir. Para mi horror el edificio es como lo recuerdo pero… ¿qué semestre se supone que estudio? ¿en cuál piso del edificio está el aula esa? Las miradas disimuladas de las personas, me hacen incomodarme una vez más. Solían mirarme mucho por mi altura y tosquedad no en el buen sentido, sino en el mal sentido. En cambio en esta oportunidad, sé que no me veo mal, soy guapa, tengo dinero y ropa bonita. Me doy cuenta de que esta atención no puede ser negativa. Tiene que ser positiva. Encantada camino con dominio, o lo más que puedo. Para percibir como algunos hombres me ven con sonrisas coquetas o con gestos de timidez, y las mujeres o con desapruebo o timidez. Ser el centro de atención de una manera positiva, es nuevo para mí. Ah sí, sigo caminando sin saber a dónde debo ir. Sería una lástima que tuviese que buscar a Antonio para besarlo salvajemente y hacerlo mío. Tenía que sacarle el máximo provecho a esta situación. Ni modo. Debo preguntar por él más bien. —Bella Irene — me dice un hombre que se interpone en mi camino, tiene un rostro atractivo con ojos café y cabello rubio — por fin te nos unes después de tus largas vacaciones. ¿Cómo sigues de salud? Charlatán. Reconozco a los charlatanes en lo que los veo. Su mirada me devora de pies a cabeza, y no de una forma halagadora, una maleducada. Pero le puedo sacar provecho. Quizás este conozca del paradero de Antonio. —¿A ti que te importa? — le respondo con fastidio para recibir una sorpresa del hombre. Por su reacción, he de suponer que la tal Irene no es del tipo respondón. Yo sí. —Alguien se levantó del lado equivocado de la cama — se ríe un poco. —Mi cama solo tiene dos lados equivocados entonces  — vuelvo a soltar con odiosidad — ¿dónde está Antonio? El flacuchento este pasa de la sorpresa por mis respuestas a una burla extraña. Es como si se estuviese burlando de algo que no sé. Me percato de que la gente nos miran pretendiendo que no lo hacen. —En la sala de conferencias del tercer piso — hace una inclinación exagerada — su alteza. Aparte de charlatán y mirón, payaso. No perderé mi tiempo teniendo la apariencia de una modelo por este idiota. Por lo tanto le doy la espalda pretendiendo buscar unas escaleras, o eso deseo hasta que un comentario hace helar mi sangre. —Putita creída — se ríe por lo bajo. ¿Putita creída? Me detengo y me volteó hacia él sin chistar. —¿Qué me acabas de decir? — le reto desafiante. Una vez más no se lo esperaba pero esta vez se sigue burlando con su mirada de … satisfacción. —¿Yo dije algo? Debiste escuchar mal Irene — se excusa. Todos nos ven ya sin disimulo. Si esto fuera la vida real, debía hacerme respetar. Era la forma más sencilla de parar los comentarios desagradables por los barrios en los que vivía. Cuando comencé a vivir sola, los ignoraba pero el problema continuaba y continuaba. No digo que no asumiera riesgos al enfrentar a los bocas sucias, pero si todo salía bien se detenían, de salir mal, me tocaba mudarme. Era una apuesta que merecía la pena para mí. El detalle es que esta no es mi vida. No tengo tranquilidad que buscar en el futuro. Bien este tipo puede ser un cobarde que dice cosas morbosas a las mujeres porque no le enfrentan. Bien le pueden salir orejas y cola de burro en unos segundos. Me rindo ante mi impulso y quiero irme de allí. Pero este flacuchento tentó al destino. —Ahora que recuerdo… Lo que te dije fue creída, y antes de eso puta. Unas risas incrédulas inundan mi garganta viéndole, y él me responde riéndose de la misma forma. Como si fuésemos amigos y este un chiste divertido entre los dos. Perfecto. Sin dejar de reírme hago para irme de ahí pero es una trampa para bajar sus defensas. Me volteo con rapidez y le estrello con todas las fuerzas que tengo el maletín en el rostro. Su grito de dolor es potente, y su reacción ante el golpe es la de encogerse y tocarse la cabeza. Aprovecho que esté procesando el golpe para tomarle por la barbilla enterrando mis uñas en su carne. —Repítelo — siseo como una víbora — repite lo que me acabas de decir. Sé que la gente nos está viendo, sé que este tipo no acaba de procesar lo que acaba de pasar, y vuelvo a enterrar mis uñas marcando su rostro. Son largas por suerte. —A mí no me vuelvas a llamar puta— le suelto finalizando mi amenaza y dándole unos pasos sin dejar de verle. Este no puede dejar de mirarme sin saber qué ocurrió allí. Al igual que todos los presentes. Y lo sigo viendo por algunos paso más hacia atrás, no había que cortar el contacto visual cuando un animal te podía atacar por la espalda al huir. Cuando estoy lo suficientemente lejos, camino como la gente normal mirando hacia adelante con la cabeza bien en alto. Me dirijo hacia unas escaleras al fondo del edificio, las uso para subir con dignidad, y una vez he subido un piso para deshacerme de la gente que vio esa escena, y estar libre de mirones. Dejan de importarme los tacones, subo el otro como alma que lleva el diablo. No puede ser. No puede ser. Me dolió. Me dolió. Me duele la muñeca y el brazo al haberle estrellado el maletín en el rostro a ese hombre. Se sintió real. Se siente real este dolor en mis pies. Real. El sudor que cubre mi frente. Real. La pesadez que tengo en las piernas. Real. El miedo que tengo ante esta posibilidad. ¿Esto es un sueño no? Estoy consternada buscando mi salvación. Además del dolor, solo algo más puede acabar un sueño según mi experiencia. Disfrutar de algo que nunca hayas experimentado. No lo podrás disfrutar, nunca lo has sentido y tus sueños son un cúmulo de imágenes y sensaciones que ya has sentido. ¿No? Encuentro la sala de conferencias del tercer piso, y veo que algunos estudiantes están saliendo de esta. Analizo sus caras en un mar de gente desconocida, no les conozco, a nadie lo hago, pero pareciera que algunos sí, sé ciertos nombres pero nunca los había visto en mi vida. No entiendo qué pasa, un chillido incesante se apodera de mis oídos, hasta que le veo. Antonio. Está saliendo despreocupado de la sala. Una sonrisa perezosa muestra a unos cuantos compañeros de su clase, suponía. Llevaba vestimenta formal y un maletín guindado en uno de sus hombros. Mis ojos comenzaron a ver borrosos por las lágrimas que se fueron acumulando sin poder ser soltadas. ¿Por qué se sentía tan importante verle en este momento? ¿Por qué todos estos sentimientos me pesaban en el pecho? Los pies me vuelven a doler, la muñeca me vuelve a doler, y el corazón me arde. Ya no parece esto un sueño. Lo necesito. Lo necesito confirmar. Camino hacia él como si de una luciérnaga atraída hacia la luz se tratase. Un paso, dos pasos, tres, cuatro y cinco pasos. Estoy a pocos centímetros de él, hasta que por fin se percata de mi presencia. —Antonio… — digo con su nombre lastimándome en la garganta. Pero a él parece lastimarle también ello. Mi gentil y amable Antonio me mira como nunca lo había hecho en su vida. Con dureza, indiferencia y … molestia. —¿Qué quieres Irene? — me exige sin un gramo de accesibilidad. Besarte. Si te beso. Esto se acabará ¿verdad? Cierro una vez más la distancia entre nosotros. Aprovecho que tenemos casi la misma estatura, siendo yo la de un centímetro menos, y mis labios buscan sus labios con desesperación. Una desesperación que se vuelve enferma y desagradable, porque lo puedo comprobar. No estoy soñando.
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