Había fantaseado tanto con mi primer beso con Antonio, que en cierta forma sentía que era algo patético e infantil. Aunque así eran los amores imposibles. Y en todas esas ensoñaciones el resultado era maravilloso, mi amor platónico quedaba siempre sorprendido pero encantado, y con planes de pedirme matrimonio y hacerme tres hijos. Yo me hacia la difícil, y comenzaba a correr por la playa con él siguiéndome.
Sí… por algo esa clase de delirios morirían conmigo. Sin embargo, resulta que en mi negación ilusa y lógica, de este sueño que no es un sueño, me encuentro haciendo realidad esa fantasía loca mía. Estoy besando con los ojos cerrados a Antonio, o mejor dicho chocando los labios con los ojos cerrados con los de Antonio.
Labios fríos, labios cerrados y lo que supuse pasaría por su mirada al verme, a ver a Irene.
—¡¿Qué hay de mal con tu cabeza Irene?! — me reclama bajamente Antonio mientras me separa de él sosteniéndome de los brazos.
Tengo que abrir los ojos para morirme de la vergüenza, y observar a mi amigo viéndome con asco y confusión. También noto como su agarre es brusco, diría que me quiere hasta lastimar de lo fuerte que aprieta estos débiles brazos. Tampoco hace falta decir que he vuelto a llamar la atención de quienes vieron esta escena bochornosa. ¿Cómo viviría de esta forma? Necesitaba hablar con Antonio. Solo él podía ayudarme.
—¿Podemos hablar a solas Antonio? — digo tratando de controlar mi desespero.
—No tengo nada de qué hablar contigo — me suelta Antonio.
—¿Tanto te cuesta dedicarme unos minutos? Por favor… — le vuelvo a pedir.
Antonio parece dudarlo, después accede y a regañadientes ingresa de la sala de conferencias de la que había salido hace unos minutos. Yo le sigo, omitiendo las risitas que dejo detrás de mí, y cierro la puerta. La sala es gigantesca, eso no le importa a ese hombre que se ha quedado parado a unos pocos pasos de la entrada. No planea quedarse aquí por mucho.
Está muy molesto. La cuestión con Antonio es que no era alguien violento ni con sus movimientos, ni con sus palabras. Cuando estaba molesto era más de matarte en su imaginación, y congelarte con su silencio. No le gustaban las confrontaciones, y las pocas veces que peleábamos, lo hacía dejándome sola, porque yo sí era alguien temperamental. Después nos reconciliábamos al poco tiempo.
—¿Qué me querías decir? — me dice molesto.
—Yo…
¿Qué le digo? Esta mañana amanecí en el cuerpo de esta riquilla, a la que … pareces odiar… ¿o no? Para ser justa me le abalancé encima, necesito saber qué relación tienen Irene y Antonio.
—¿Por qué… por qué nos conocemos? — suelto tratando de sonar lo más racional posible. Fallo. Esa fue una pregunta estúpida.
—Esa fue una pregunta estúpida ¿no? — me devuelve Antonio… diciendo exactamente lo que pensé. Así éramos, pensando lo mismo que el otro.
—Yo… — diablos, no sé qué decirle. No me va a creer.
—Yo, yo, yo — suspira cansado — tenemos la desgracia de conocernos porque nuestras familias son accionistas de los hoteles Parker. Parker, ¿sabías que te apellidabas así?
—Oye, no tienes que ser tan odioso conmigo — le digo con gentileza, y algo de miedo, esta situación no me gustaba — hablemos civilizadamente.
Pero él se ríe incrédulo.
—Hablar como dos personas civilizadas nunca ha sido una opción para los dos. Qué bueno que te hayas recuperado, pero no me vuelvas a inmiscuir en uno de tus espectáculos. Estamos bastante cansados de ellos.
Y así me pasa por el lado, y se va del salón dejándome con un dolor de cabeza asombroso. No puedo contar con él, está muy molesto por lo del beso, aparte de tener cuentas pendientes con Irene. Después, hablaríamos…
Ahora… ¿qué se suponía que haría yo? Si esto era la vida real y mi alma de alguna forma había entrado en este cuerpo… ¿dónde estaba mi cuerpo? Si me caí… mi cuerpo debe estar herido. Tengo que comprobar que esté bien. La sola idea de estar en un sucio hospital en coma o que la tal Irene esté en mi cuerpo haciendo desastres, me alarman.
Abro el maletín que nunca he soltado y lo vació en una silla cercana, me arrodillo en el suelo para poder revisar bien el contenido de este maletín. El golpe que le di al charlatán no fue en vano para mis pobres cambures, quedaron destrozados. Y ensuciaron la laptop, la limpio con la manga de mi camisa, y me enfocó en buscar un celular. ¿Debía tener uno no?
No hay nada. Solo estaba la laptop y un monedero. Lo abro, y encuentro la identificación de Irene, algunas tarjetas, y dinero en efectivo. Como un mes de mi sueldo en billetes. Seguro había mucho más en las tarjetas. Me alcanzaría para emprender mi búsqueda.
La búsqueda de mi… cuerpo…
Eran verdaderas mis sospechas. Antonio me llevaría a un psiquiatra de haberle dicho mis planes en este momento. Yo también lo haría si alguien me dijese algo así.
….
Comprendiendo mi nueva realidad, o más o menos, me fui de ese salón pasados unos minutos. Si alguien me reconocía, no me importaba. Tenía dinero encima, era lo único importante. Así que salí del campus y tomé un taxi. Desde este diseñé con el taxista un tour por los hospitales públicos, esos en los que podría estar mi cuerpo. Preguntando de hospital en hospital, aproveché para comprar un celular simple, era extraño tener una laptop costosa y no un celular, además de una muda de ropa más cómoda, pantalón y tenis.
Visité quizás unos cinco hospitales con el conductor, Pedro se llamaba, cuando tocó el sexto, y el atardecer estaba cayendo. Me rendí en la búsqueda de un cuerpo comatoso. Y supuse que tendría que volver a la habitación donde alquilaba.
No sabía por qué no había comenzado por allí, era lo más lógico. Pero puede que el miedo de realmente encontrar a otra mujer en mi cuerpo sería fulminante para mí. Me bajé del auto, pedí al Pedrito, era un chico menor a mí, a mí yo original, que me esperará. Para mi calma o inquietud, después de tocar la puerta de la residencia con desespero por una hora casi, la casera me atendió finalmente.
—¿Diga señorita? — me preguntó diligente la mujer, también me había tratado así para convencerme de alquilar acá. Después la bestia se desató — ¿viene por la habitación libre?
—No… vine a buscar a una amiga. Karina Gómez — tragué asustada — ¿estará por aquí de casualidad?
Al escuchar mi nombre, la casera niega con seguridad. Y se encoge de hombros.
—Karina ya no vive aquí. Se fue hace tiempo…
¿Hace tiempo? Un mareo ensordecedor me invade. Apenas ayer salí a trabajar de esta habitación ¿cómo que tiempo?
—¿Hace cuánto? — cuestionó. La mujer lo medita, hasta que da con una respuesta.
—Unos dos meses. Su habitación es justamente la que estamos alquilando. Toda una ganga porque….
El parloteo de la casera me sonaba a un parloteo incoherente. Decía que habían pasado dos meses, era imposible. Y si quería pensar que lo era, pedí la fecha a ella, la verifiqué en el celular que había comprado y cuya menor preocupación me era fecha y hasta a Pedrito después, y era cierto era 1 de septiembre.
¿Es que Irene había estado en mi cuerpo por dos meses? ¿A dónde rayos había ido? Quise preguntar por mis cosas, pero me supo contestar que evidentemente se las llevó, por supuesto, que tontería. Quise preguntar por un número o sitio de contacto, dijo que su marcha fue precipitada y me volvió a ofrecer la habitación.
No era yo cuando me subí rendida al auto. Ya estaba cayendo la noche y ese barrio no era muy seguro que digamos en la noche, dejaría mi búsqueda por sus calles para otro día. No había acabado necesitaba preguntar a los empleadores que tuve, a los compañeros de residencia, alguien tenía que darme una respuesta. Al igual que a Antonio, quien se había convertido en mi único constante en esta terrible pesadilla.