C3: Horror y belleza.

4296 Words
CASSANDRA BRADSHAW Una oleada de murmullos se expande a través de la estancia. Me siento aturdida, fuera de mi misma; además, el exceso de personas en el salón me impide apresurar el paso. Hace diez minutos Liam abandonó la estancia y… necesito encontrarlo. A medida que avanzo, la sensación de miedo se enraíza a mi sistema. Giro el cuello al instante, el peso de una mirada recae sobre mí, pero soy incapaz de encontrarla. —¿A dónde crees que vas? La pregunta me sonsaca de mis cavilaciones y, por un segundo, creo que tendré un infarto cardíaco. Gareth me detiene, apresándome entre sus brazos. Mis ojos discurren a sus bíceps, se ciñen perfectamente al traje grisáceo que escogí para él. Antes de reaccionar, atrapa mis labios en una caricia urgente. Gruño por lo bajo. La vergüenza tiñe mis mejillas de un sutil carmín; no me disgusta el detalle, pero soy demasiado tímida para responderle de la misma forma. —Cariño, tenemos una reservación. Ahueca mi rostro en su mano y me acaricia la mejilla. Siento escalofríos. —Voy a buscar a Liam, él me necesita —le respondo. Intento zafarme de su posesivo agarre. —No quiero que vayas tras ese idiota... —susurra contra la piel expuesta entre mi clavícula y cuello. Siento cosquillas. —Si lo dejaron plantado fue por algo. —Gareth… —protesto. Por desgracia su el aroma de su piel junto a la colonia que lleva, pasma mis sentidos. —¿A quién tengo que venderle el alma para que te alejes de él? —pregunta, acariciándome la mejilla con el dorso de la mano derecha. Baja a mis labios, cuello; la desliza hasta mi cintura. Su aliento a whiskey choca intensamente contra mí piel expuesta—. No me gusta nada que mi chica se rebaje yendo tras un bastado infeliz que no tiene dónde caerse muerto. —¡Oye! —protesto, golpeando su hombro con mi pequeño puño—. Ese bastardo infeliz es mi amigo. Tuerce una sonrisa que me vuelve loca; las facciones del rostro se le endurecen y siento la necesidad de unir constelaciones en sus lunares dispersos. Gareth aquello que amo, pero a la vez me destruye. —¿Y eso qué? —su voz enronquece varios tonos. Pega su frente contra la mía. Caigo dentro del torbellino color esmeralda sin darme cuenta, me besa con intensidad, como si tuviese miedo a perderme. —Por favor. Un gruñido sensual brota de su garganta. —Puedo deshacerme de él cuando desee y nadie podría hacer nada para evitarlo. Sé que no lo dice en serio. Hago caso omiso a lo último. Me concentro en sus besos sabor cereza; entrecierro los ojos disfrutando del momento. Quiero que esto perdure. Soy adicta a sus labios chocolates y a esa indescifrable mirada capaz de leer cada cosa que pienso. Vuelve a aprisionar sus labios cautivando los míos, no puedo respirar. Cuando regreso a la normalidad noto que mi espalda toca la pared helada. Lo hace apropósito. —Necesito ir, ¿entiendes? Nada va a impedírmelo. Oprimo los labios. Doy un paso atrás, pero moverme es una idea absurda, sus brazos son una fortaleza impenetrable. Veo el disgusto en sus ojos, se revuelve los rizos dejando escapar aire entre los dientes y me observa directamente a la cara. Cruzo los brazos dispuesta a no ceder, soy de las que apoya a sus amigos en los momentos que más lo necesitan. Liam me necesita ahora. —Bien —espeta sin más. Percibo enojo, toma una copa de champaña que un mesero le ofrece—. Haz lo que quieras. Tango duro, no me gusta el ahínco en sus palabras finales. De repente una oleada de miedo me sobrecoge. —¿Estás molesto? Estiro el brazo hasta alcanzar el suyo. Siento dolor. Odio saber que soy el motivo de sus angustias. —No —acompaña el monosílabo con un gesto torpe—, no contigo. Es molesto que le des más atención a él que a mí que soy tú novio. —Cariño —rodeo su cintura con mis brazos. Luego afinco la barbilla sobre su pecho—. La diferencia entre él y tú es que mientras él es mi amigo, tú eres mi vida. Y te aseguro que nadie cambiará eso. —¿Lo prometes? —Lo prometo. Ahora que la luz está sobre él me doy cuenta lo marcados que lucen sus pómulos peinado hacia atrás. Cejas gruesas, pestañas largas, labios carnosos y rosados. Me responde con un casto beso sobre la punta de la nariz, admito que son mis favoritos. Los más sinceros. No se opone, sé que está molesto y por primera vez, decido no darle importancia; después de todo me alegra que haya cedido y antes de darme la vuelta para marcharme, ahora soy yo la que reúno el valor para darle un besito sobre la mejilla derecha. —Te quiero —alcanzo a decir, temiendo una inesperada reacción de su parte, con el temperamento que tiene nunca se sabe. La respuesta me enmudece porque encorva la espalda, inclina el cuerpo quedando a mi altura y siento la presión de sus labios tibios posárseme sobre la frente. —Yo también. No sé cómo ni por qué, pero mi pecho se contrae. Me dedica una sonrisita tierna. Lo quiero muchísimo. Es bonito estar enamorada, sobre todo si ese amor es correspondido con la misma intensidad. Gareth me tiene bajo un maleficio del que no quiero liberarme nunca, ¿podré amar a alguien más de lo que lo amo a él? Sacudo la cabeza borrando esos pensamientos. Traspaso el umbral y me detengo el paso en medio de la calle. Una ráfaga de aire me recibe, obligándome a frotar mis antebrazos con las manos. No sé hacia dónde dirigirme. Echo un vistazo rápido al pueblito que parece sacado de un cuento de los Hermanos Grimm. No sé hablar esta lengua, menos pedir direcciones. El portugués es mi lengua materna y aprendí español hace un par de años. Pero no soy buena con los idiomas. Tras inhalar una bocanada de aire, hago un esfuerzo por ponerme en el lugar de Liam. Escarbo en el árido terreno de mi mente, finalmente doy con un concepto: empatía. Habilidad de participar en los sentimientos y dolores de otra persona. ¿A dónde iría yo si estuviese en sus zapatos? ¿En una heladería? Para mi suena genial, ¿para él?, no tanto. Piensa... Suiza es uno de los lugares más hermosos del mundo, ¿Qué probabilidades hay de que esté sacándole fotos al cielo?, ¿o tomando chocolate caliente en una taberna? Me alejo de las adyacencias del hotel. Una pequeña meseta plantada de flores diminutas y lavandas a medio abrir cobra vida ante mis ojos. Los Alpes me hacen sentir más viva que nunca, amo conectarme con la naturaleza. Conocí estos bosques en una excursión cuando recién empezaba la carrera de Psicología. Mientras avanzo me pregunto, si yo fuese Liam, ¿a dónde iría? ¿A qué catártico sitio acudiría? Descarto los bares porque sé que odia el licor, los restaurantes están cerrados y los paseos en alpaca suspendidos. Sin percatarme, la punta de mis tacones dorados se incrusta en el pasto. Entorno los ojos y decido quitármelos. Descalza, camino hasta la orilla del lago… lago bajo las sombras de la imponente montaña. —Increíble. La cúspide de la cordillera alpina desaparece entre la niebla densa. Qué espectáculo. El sol naranja matiza el cielo creando una sinfonía silenciosa, cierro los ojos. Quiero explorar, sentir y… —¿Buscas a alguien? La áspera voz masculina hace que caiga de golpe a la realidad. Hace frío. La ventisca se hace más fría con la premura de la tarde; no veo la hora de regresar al hotel y envolverme en las mantas calientes. —A ti. No pensé encontrarte aquí, con la vista puesta a la nada. Se encoje de hombros, importándole muy poco mi presencia. —Quiero estar solo. No sé qué decir en este momento y quiero abofetearme por ello, todo lo que estudié sobre psicoanálisis ahora no sirve de nada. Siento que desperdicié cinco años en la Facultad de Psicología y reafirmo que soy un fracaso desde tiempos remotos. —La soledad no es buena compañera, deberías saberlo. —¿Desde cuándo te preocupas por mí? —¿Por qué estás a la defensiva conmigo? —Usa el cerebro por una vez en la vida, ¿te parece que estoy bien? Busco establecer contacto visual, para sorpresa mía, evade la mirada enviándola al cielo. Noto como gotitas diminutas penden de sus pestañas, sus mejillas están sutilmente enrojecidas y la respiración irregular en su pecho son un indicio de que ha derramado lágrimas en el silencio. Permanecemos varios minutos en mutismo absoluto y durante ese tiempo, mi mente maquina posibles discursos consoladores. No obstante, ninguno parece correcto. —Puedes intentar estarlo. No puedo decir que “mi sentido pesa” porque Chiara no está muerta y no puedo comentar que “lo siento” porque eso no es cierto. En pasos lentos me aproximo deseando regalarle un abrazo. La cuestión es que me aterra acercarme, no por Liam... sino por Gareth. ¿Y si se entera que abracé a otro hombre? —No puedo —gruñe. —Es una fase, Liam. Como dice Shakira, después de la tormenta sale el sol. —¿Quién dijo eso?, ¿y si hay un rayo? No puedo evitar reír ante el comentario. —¿Robando las citas de Flor Salvador? —me cruzo de brazos—. Eso no es muy rockstar de tu parte. Hasta donde se no te ha arrollado ningún auto. —En mi defensa, la historia me llegó al corazón. —Genial. —Esto me está matando, ¿sabes? —oigo espinas recorrerle la voz, sé que le duele—. Vislumbré este día como inolvidable y sin duda lo fue, pero no de la manera que imaginé. Me duele verlo tan vulnerable. Liam siempre ha sido de carácter fuerte, al menos es lo que aparenta frente a nosotros y por nosotros me refiero a Isabella, Michelle, Trenton y Shawn. La banda inseparable de Frankfurt. Si bien soy una mujer de pocas palabras, agradezco haber socializado en ellos cinco. Mi expresión es severa ahora. Sus piedras lapislázuli se anclan mis ojos saltones. Atisbo la tormenta esconderse tras ese profundo océano sin retorno. Suspiro perdiéndome en ellos. Una de las características físicas de Liam más llama llamativas son sus vivaces ojos, parecidos a los de Gareth… También me hacen sentir en casa. —No mentiré diciendo que siento tu dolor porque no es cierto —quito unos rizos que resbalan por mi frente; elevo la mirada hacia el ocaso y prosigo—: Pero soy sincera al expresarte que intento ponerme en tu posición; no estás solo porque yo... «Estoy a tú lado». —Te equivocas —contradice mi exposición—. No me malinterpretes Cassie, pero cuando la persona que profesa amarte con todo el corazón te saca de su vida sin avisar, es como si de repente el arrebol perdiera los colores, tirándose blanco y n***o. —Lo siento. —No hagas eso, Bradshaw. Vuelve la mirada al cielo. —¿Por qué? —No tiene sentido hacer tuyas las penas de los demás. Los pies de mi acompañante se desplazan hasta el borde del lago. Es azul esmeralda, como sus ojos. La descripción me perturba emocionalmente. ¿Qué pasaría si Gareth me dejase plantada el día de nuestra boda? ¿Tendría el valor de crear mi paleta de colores y devolverle la vida a un cuadro perdió todos los matices? Es difícil responder a ello. No se ve casándose conmigo y eso me afecta. —¿Te cuento algo? Me arrimo a él, propinándole un golpecito en el pecho e intento que nuestras miradas establezcan una conexión perenne. Por desgracia, no lo consigo. Por ahí dicen que “los ojos son la ventana del alma”. Y, en ese sentido, nunca me deja saber nada de él. —¿Tengo otra opción? —El alivio para cargar con los pedazos de un corazón roto es sonreírle a todo y a todos —le dedico sonrisa sincera—. Soy fiel creyente de algo. Quiero decir, cada persona es una paleta de colores capaz de devolverle las tonalidades a esas oscuras historias de vida. A juzgar por su expresión facial, lo he dejado sin palabras y, aunque ansío una respuesta, su mirada estática me provoca una incomodidad tremenda. Tomo una bocanada de aire. De pronto, otra corriente de aire me eriza la piel; observo de nuevo la expansión… los tibios rayos del sol apenas calientan nuestras mejillas. —Me encanta cuando sonríes. —¿Y eso viene al caso por qué...? Enarco una ceja instándolo a ofrecer detalles al respecto. —No lo sé —se encoje de hombros y echa los brazos hacia atrás, quitándose el saco—, cuando sonríes tu rostro me transmite paz, calma, sosiego. El calor empieza a teñirme las mejillas. Resoplo poniendo los ojos en blanco; para distraerme, recojo los tacos dorados que dejé caer al suelo. Justo cuando vuelvo a ponerme en pie, un manto cálido cae sobre mis hombros desnudos. —¿Qué haces? Bajo la vista al pasto que acaricia mis pies; necesito una distracción. Su cercanía me pone nerviosa. —Eres una debilucha que no tolera el frío, Cassandra. Tus probabilidades de morir de hipotermia son altas —bufa, regalándome una sonrisa ladeada—; yo no quiero que te mueras, al menos no todavía. La rapidez de la respuesta me consume hasta el punto de arrebatarme las palabras. Agradezco que me haya prestado su abrigo; trago seco porque no sé qué más agregar. El perfume impregnado en la tela es más suave que la colonia de Gareth, bastante agradable a mi olfato. —¿Qué piensas hacer ahora? —¿Acaso importa? —ladra. En seguida construye una barrera entre nosotros. Es molesto lidiar con su metamórfico temperamento; digamos que lo dejo pasar por el shock emocional al que se enfrenta. —A mí me importas —relamo mis labios. Están resecos y agrietados por el frío. —Bueno, me importa tu bienestar emocional, quiero decir. Soy psicóloga, ¿recuerdas? Menea la cabeza varias veces. —¿Te creo? La incredulidad y el escepticismo son aspectos inherentes en él. Suelto una risa descontrolada que me hace parecer retrasada. Me aclaro la garganta en un intento vano por recuperar la compostura. Ok Cassandra, este no es el momento idóneo para los ataques de risa. —¿Por qué no lo harías? —Halo su muñeca izquierda, obligándome a mirarme. —No lo sé, yo… creo que… —titubea, mientras hunde la yema de los dedos entre su melena ya enmarañada por la brisa—. Voy a aceptar la oferta de Isabella. —¡Eso es genial! La florería es hermosa, te hará bien cambiar de ambiente. —Supongo que sí, ya veremos. No me van las flores. —Ve el lado positivo, los estados afectivos no son perennes porque tenemos la capacidad de manipularlos a nuestro antojo. —Ustedes los psicólogos son trastornados —bromea. La llovizna se aproxima y no en sentido metafórico. Una nube grisácea ahora obstruye la mitad del cielo; me quedo mirando a Wadskier durante pocos segundos. La tristeza se hace un hueco gigantesco en mi pecho. Detesto verlo así, detesto no tener la solución a sus angustias y problemas. —Papá tenía razón, no sirvo para nada. Debieron deshacerse de mí. Entonces, reaparece el enigma sin respuesta. Recuerdo que, cuando caminábamos bajo las estrellas del planetario, mencionó a su padre. No voy a mentir, en ese momento quise hondar en su pasado para, no sé, entenderlo más. Obviamente lo impidió y yo… me rendí. No sé nada de él salvo un par de cosas superficiales. Es un extraño al que le guardo cariño, ¿tiene eso algún sentido? —Hey... —sujeto su barbilla, no sé por qué su estado vulnerable me inspira ternura—, no digas eso. Nadie puede hacerte sentir inferior sin tu consentimiento. —¿Usando una cita de Eleanor Roosevelt? Asiento mostrando los dientes en una sonrisa; sabe que aludo a mi película favorita. —Sí porque era una persona especial al igual que tú. —Es que no lo entiendes —reposa la mano abierta en el centro de su pecho—. Estoy roto, Chiara me destruyó. No puedo simplemente pasar la página y fingir que nada pasó. Siento que va a explotar de un momento a otro. Sé que su dignidad está por los suelos. No voy a marcharme de su lado. —Sanar lleva tiempo, Wadskier. Los zafiros escapan de su órbita natural, la cursilería no es lo suyo. —Eres intensa, ¿te lo han dicho? —ladea una sonrisa pobre. Arropa mi mano en la suya transmitiéndome el calor. —Tú lado poético es un espanto. Vuelvo a asentir. —Agradece que sigo aquí a pesar de tus insultos. —Qué suerte la mía toparme con alguien como tú. Besa la parte interna de mi muñeca en señal de agradecimiento. El tacto de sus labios eriza cada poro de mi piel llevándome al borde de la cordura y la locura. —¿Quién es el cursi ahora? —Oh, vamos, cierra la boca. —Estoy para lo que necesites, Liam. Considérame tu arnés de emergencia en esta caída que de momento no tiene fin. Finalmente, reúno el valor suficiente para regalarle un abrazo. —Dios, dale un alto a tu labia barata. La junta con Isabella no le hace bien a tu intelecto, pareces una escritora renacentista fracasada. Mi expresión finge indignación. —No quiero. Deduzco que Liam mide cerca del metro noventa. Mi frente queda a la altura de su pecho y los latidos débiles de su corazón llenan mis oídos. ¿Cómo explicar esta sensación? Estoy abrazándolo con todas las fuerzas que tengo; quiero que se aferre a mí, sé que soy lo suficientemente fuerte para sostener su mano. Él estuvo a mi lado cuando más necesité un cimiento y quiero retribuírselo. —Saldremos de esta juntos. Liam lo sabe, por la manera en que comienza a apegarme a su cuerpo sé que es así. —¿Puedo pedirte algo? —masculla con voz ronca y áspera. —No me perdonaría si alguna vez pudiese hacerte daño. De apoco siento como corresponde el abrazo y me paraliza la fuerza con la que se aferra a mí. Asiento ejerciendo presión sobre mis labios para mantenerlos cerrados. —Cuando haga o diga cosas que no son muy mías, hazme un favor. —¿Cuál? —pregunto, aspirando hasta la última gota de su esencia. —Huye. El camino al hotel es silencioso. Nos toma aproximadamente treinta y cinco minutos volver al centro de Interlaken. La lluvia se intensificó mientras veníamos de camino y ahora estamos empapados de pies a cabeza; pese al desastre que somos ahora, ninguno deja de sonreír. A este punto debo parecer una auténtica loca: maquillaje corrido, el cabello enmarañado y la parte inferior vestido salpicado de lodo. Sin embargo, en ese corto espacio de tiempo, me permito disfrutar ser libre… Con el rabillo del ojo veo la silueta desgarbada de Liam, quien se aferra a los tirantes de su camisa como si de eso dependiese su existencia. Tomo una respiración profunda y cierro los ojos. No sé cuánto tiempo pasa antes que la estructura del hotel cobre vida ante mis ojos. Una vez en la recepción, las manos de mi acompañante van a parar a los bolsillos y su mirada a las ranuras estrechas del piso. Wadskier se queda ahí, hecho piedra, ajeno a la realidad. Mis ojos se encuentran con los suyos y noto un brillo extraño que, tan pronto llega, se esfuma. La nuez en su cuello sube y baja con el movimiento irregular de su garganta. Mi garganta se aprieta y me obligo a reprimir las ganas de sostenerlo como hice antes… pensarlo no se siente correcto. Yo… tengo novio. —Será mejor que suba con las chicas —rompo nuestro silencio, señalando detrás de mi hombro con el pulgar—, deben estar preocupadas. —Gracias. —¿Por qué me agradeces? —Mi entrecejo se frunce en diversión. —No sé, sólo… —en pasos cortos se acerca a mí—, gracias. Luce inseguro e incierto, pero no añade nada más. Su mano ahueca un lado de mi rostro; lo siguiente que siento es la presión de sus labios tibios contra mi mejilla. Quedo, en efecto, pasmada. Echándole mano al último miligramo de estabilidad restante, consigo hablar sin que me tiemble la voz. —Buenas noches, Wadskier. —Buenas noches, Bradshaw. Camino hasta el nacimiento de las escaleras y una vez allí, compruebo que Liam no se ha marchado todavía. Le dedico una última sonrisa antes de reanudar la marcha. Tras subir el último peldaño, un estruendo —acompañado por un destello perturbador— se cuela a través de los ventanales. Casi al instante las bombillas parpadean dejándome a merced de la oscuridad. A tientas busco la pared y, eventualmente, utilizo la iluminación de los relámpagos como guía. Mi sentido de orientación nocturna es nulo, por no decir inexistente. Otro destello fugaz me ayuda identificar la puerta. El miedo se arraiga a mi sistema con el desgarrador sonido de las bisagras. —Al fin llegas… pensé que no vendrías hoy —la voz de Gareth llena mis oídos. El olor nauseabundo a alcohol golpea mis fosas nasales. No me cabe la menor duda, ha estado bebiendo en cantidades industriales. Con la luz trémula del candelabro avisto las botellas vacías sobre la mesa. Niego para mí misma porque en serio me siento enferma. —¿Dónde están Michelle e Isabella? Espera, ¡¿qué haces tú en nuestra habitación?! Se encoge de hombros restándole importancia a la interrogante. —Insistí en quedarme y les ofrecí mi habitación, ¿por qué? ¿Algún problema con eso? Su respiración golpea con fuerza mi oreja. El calor se drena de mi cuerpo por un instante. —Estoy cansada, tomaré una ducha. Estoy por darme vuelta cuando su mano tira de mi muñeca con brusquedad. Un jadeo entrecortado escapa de mis labios temblorosos. —Tú no vas a ninguna parte hasta que me expliques. —Hasta que te explique, ¿qué? —¿Por qué Liam te besó? —percibo el veneno en su voz—, no me veas la cara de estúpido. Te gusta, ¿no es así? He visto como lo miras… Oprimo los labios en una línea tratando de mantener la compostura. —Por el amor de dios —mascullo en una tonada burlona—. Sí que estás mal, tienes demasiado alcohol en las venas. Hablaremos de esto mañana, por favor, déjame sola. Mis planes de sacarlo a patadas se van por el caño cuando sus manos me empujan lejos. De no ser por la maniobra rápida ejecutada para mantenerme en pie, mi sien habría impactado contra el tajo de la mesa… y material es vidrio. —Eres una cualquiera. La acusación es detonante, es pólvora, es el incentivo que necesito para explotar. La ira, el coraje y el terror se arremolinan en el centro de mi pecho arrastrando todo soplo la esperanza consigo. Sin embargo, no me dejo amedrentar. —PERO, ¡¿QUÉ DEMONIOS OCURRE CONTIGO?! —me levando del piso, encarándolo de frente. —YO NO HE HECHO NADA MALO. Gareth hunde las cejas haciendo acopio de un jarrón. —¿Y ENCIMA TIENES EL DESCARO DE GRITARME? VOY A MATARTE, CASSANDRA. ¡JURO QUE VOY MATARTE! Su grito viene cargado de algo más fuerte. Los recipientes y esculturas de cerámicas son aventados a mi dirección. Requiere bastante esfuerzo de mi parte esquivar los proyectiles; sobre todo en la oscuridad… Utilizo mis manos y antebrazos para cubrirme el rostro. Cuando bajo la guardia, un objeto metálico aplasta uno de mis pechos. Un quijo sonoro reverbera entre mis dientes. Mi espalda se arquea de forma automática, duele demasiado. Las lágrimas son reales ahora. El escándalo de los golpes continua; lo único que puedo hacer es ahogarme en mi propia miseria. Tras el huracán de ira, se hace el silencio. Entonces, cuando creo que todo ha terminado… un recipiente de fibra delgada de vidrio golpea mi cabeza. Puntos negros amenazan con robarme la consciencia. Quisiera decir que perdí el conocimiento, pero no tengo tanta suerte. Las astillas —tanto grandes y pequeñas— se incrustan en mi cara, cuello, cráneo y brazos. Soy vagamente consciente de la sangre que ha empezado a drenar debido a los cortes. Me tanteo las mejillas… luego observo mis manos. Estoy aterrada. No dice nada, solo me mira con el lago esmeralda que carga en los ojos. El dolor emocional sobrepasa con creces al físico, es intenso y lacerante. —¿POR QUÉ ME OBLIGAS A HACERTE ESTO? —derriba un pequeño estante de libros a sus espaldas—. SI NO TE HUBIESES IDO DETRÁS DEL BASTARDO YO NO ME HABRÍA… ¡DEMONIOS! BEBÍ POR TÍ, CASSANDRA. TODO ESTO ES TÚ MALDITA CULPA. Me limpio la sangre, diciéndome que debo largarme y contarles todo a mis amigas. Pero, ¿y si tiene razón? ¿Y si todo es mi culpa? Amo a Gareth y soy consciente de la magnitud de su enfado. En el fondo sé que no quiso lastimarme… Esto no es más que una “fase” pasajera. Lo resolveremos porque el daño físico cicatriza, ¿no es así? «Así es, pero el maltrato emocional nunca sana», me susurra una voz interna.
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