Me tomó mucho tiempo asimilar lo que había pasado. Mamá me había descubierto masturbándome en su dormitorio, con una tanga suya en la mano. Y, contra toda lógica, la cosa no resultó ser una tragedia como cualquiera hubiera imaginado. Es cierto que ella nunca había sido muy severa, más bien al contrario. Pero la gravedad del hecho ameritaba que ella sacara su lado más estricto, y, sin embargo, no solo no se había enfurecido, sino que me había salido con esa insólita idea.
Y ahora estaba ansioso. Por fin había llegado el día de la primera clase. Le había preguntado a mamá el miércoles, un par de días después del bochornoso accidente en su cuarto:
—¿Cuándo vas a empezar a darme clases?
—Vamos a tomarnos los viernes para eso —respondió ella—. Yo voy a estar más descansada del trabajo y vos
