No hubo dolor, solo júbilo puro y salvaje cuando el Sr. Desilva localizó su clítoris bien formado anidado en su pelaje grueso y oscuro, ya dolorosamente erecto y varios tonos más rico de rosa que cuando entró a la oficina esta mañana, y comenzó a pellizcarlo y rodarlo suavemente, y a frotar su pequeña cabeza con la punta de su pulgar mientras le recordaba que se quedara quieta y siguiera apretando sus dedos mientras estaban completamente instalados dentro de ella. Cometió el error fatal de abrir los ojos y ver la mirada atenta y meticulosa en su rostro mientras trabajaba en su clítoris, y cuando él levantó la vista momentáneamente y le sonrió, con un brillo de adoración en lo profundo de sus ojos grises y un hoyuelo asomándose detrás de su bigote, casi se desmaya, una ola de electricidad,

