Después de mi encuentro con Sebastián, no dormí. Ni un minuto. Me quedé tirada en la cama, con la blusa a medio quitar, el rostro pegado a la almohada y la entrepierna empapada por algo que nunca llegó. La sensación de tenerlo dentro, el gemido, el clímax... todo se había evaporado con una sola frase: "Hazte a la idea". Y yo no podía. No quería. Me había dejado tan al borde que hasta respirar me dolía. Cada parte de mi cuerpo gritaba por él. Por su boca. Por su v***a. Y lo único que me había dado era un portazo y silencio. Por la mañana, me arrastré fuera del cuarto. Lo encontré en la cocina, desayunando como si nada. Ni un "buenos días", ni una mirada. Nada. Era como si yo no existiera. Como si la noche anterior no hubiera pasado. Lo intenté igual. —Sebastián—murmuré. Nada. Ni una puta

